El azul de sus ojos

Capítulo 4: El lienzo de la vida

La semana hasta la exposición de Daniel pasó volando. Cada día, encontraba nuevas formas de llenar mi tiempo y mente, nuevas formas de descubrir mi felicidad. Y cada noche, el dios del agua aparecía en mis sueños, vigilándome desde las profundidades de mi subconsciente.

 

Llegó el día de la exposición. Mientras me vestía, podía sentir un hormigueo de anticipación. La galería estaba llena de personas, susurros y risas llenaban el aire. Pero en medio de todo, mis ojos solo buscaban a una persona. Cuando finalmente lo encontré, Daniel estaba parado junto a una de sus pinturas, sus ojos brillaban con emoción y orgullo.

 

"Me alegro de que hayas venido", dijo cuando me acerqué. Su sonrisa era radiante y genuina, y no pude evitar devolverla. Nos pasamos la noche hablando, riendo, compartiendo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de algo nuevo, algo hermoso.

 

Esa noche, en mis sueños, el dios del agua estaba allí, como siempre. "Has hecho bien", dijo, su voz era como una ola, suave y tranquilizadora. "Estás encontrando tu felicidad."

 

"Pero todavía me duele", admití, las palabras saliendo de mi boca antes de que pudiera detenerlas. "Alejandro aún duele."

 

"El dolor es parte de la vida", respondió el dios del agua. "Pero también lo es la felicidad, el amor, la esperanza. Tu dolor te ha traído aquí, a este lugar de cambio y crecimiento. No lo ignores, pero tampoco lo dejes consumirte."

 

Desperté con las palabras del dios del agua aún resonando en mi cabeza. Sí, Alejandro todavía dolía. Pero Daniel me hacía sonreír, me hacía sentir esperanza. Y por primera vez en mucho tiempo, me sentía lista para dejar atrás el pasado y explorar lo que me deparaba el futuro.

 

Los días pasaron, y mi vida comenzó a llenarse de colores, como un lienzo que finalmente estaba tomando forma. Me di cuenta de que, al igual que con una pintura, la belleza de la vida no dependía de un único tono o pincelada, sino de cómo se combinaban todos esos momentos y emociones.

 

Cada risa compartida con Daniel, cada momento de silencio reflexivo, cada sueño visitado por el dios del agua, cada recuerdo doloroso de Alejandro, eran trazos en el lienzo de mi vida. Y mientras miraba el cuadro que se estaba creando, me di cuenta de que estaba empezando a amar lo que veía.




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