El azul de sus ojos

Capítulo 5: Revelaciones

Con cada día que pasaba, Daniel y yo nos volvíamos más cercanos. Su presencia en mi vida se estaba volviendo tan constante y reconfortante como las visitas nocturnas del dios del agua. Y cada vez que miraba los ojos azules de Daniel, no podía evitar pensar en las palabras del dios del agua en mis sueños.

 

Una tarde, después de un paseo por el parque, Daniel me llevó a su estudio. Fue la primera vez que me mostraba su espacio personal. Miré alrededor, fascinada por los lienzos llenos de colores y formas, y un caballete en el centro con una pintura sin terminar.

 

La pintura mostraba a una mujer junto a una fuente, su rostro lleno de anhelo. Detrás de ella, un hombre emergía del agua, su forma era líquida y su rostro no estaba claro, pero sus ojos... sus ojos eran azules, un azul que conocía muy bien.

 

"Es... es hermoso", murmuré, sintiendo una emoción extraña creciendo en mi pecho.

 

"Es sobre ti", dijo Daniel, su voz era suave. "Sobre tu historia con la fuente y el dios del agua."

 

Me volví hacia él, con los ojos abiertos por la sorpresa. "¿Cómo... cómo sabes sobre eso?"

 

Daniel sonrió, una sonrisa tranquila y triste. "Porque yo soy él", admitió. "Soy el dios del agua."

 

Mi mente estaba en blanco por un momento, incapaz de procesar la revelación. "Pero... pero... ¿Cómo es eso posible?"

 

"Tu deseo, tu fe en la fuente, me trajo a la vida", explicó. "Y a través de tus sueños, he estado intentando ayudarte a encontrar tu felicidad."

 

El shock comenzó a desvanecerse, reemplazado por una comprensión lenta pero segura. Los sueños, las palabras del dios del agua, los ojos azules de Daniel... todo empezaba a tener sentido.

 

"Entonces... ¿todo esto... nuestra amistad... ha sido parte de tu plan?", pregunté, intentando mantener la voz firme.

 

Daniel me miró, sus ojos llenos de sinceridad. "No, no lo fue", dijo con firmeza. "Mi objetivo era ayudarte, sí. Pero lo que sucedió entre nosotros... eso fue real. Para mí, al menos."

 

Las palabras de Daniel resonaron en mi mente. El dios del agua, Daniel, había estado en mi vida durante este tiempo, guiándome, apoyándome, amándome de una forma que nunca había experimentado antes.

 

Al mirarlo, ya no veía al dios del agua ni al artista, sino a Daniel, el hombre que había traído color y felicidad a mi vida de formas que nunca había imaginado. Y supe, en ese momento, que estaba lista para explorar lo que el futuro nos deparaba, juntos.

 




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