El azul de sus ojos

Capítulo 7: Susurros del agua

En los días que siguieron, la existencia de Daniel, el dios del agua, ya no parecía tan insólita. Era como si todo tuviera sentido. Aquellos ojos azul océano que parecían conocer todos mis secretos, aquella sonrisa que calmaba las tormentas de mi corazón.

 

Cada día juntos era una nueva aventura, una nueva oportunidad para aprender algo más sobre él y sobre mí misma. Daniel tenía historias fascinantes que contar, narraciones de océanos profundos y ríos arremolinados, de mundos escondidos bajo la superficie de lo visible.

 

Pero al mismo tiempo, él era también maravillosamente mundano. Compartíamos comidas, nos tomábamos de la mano durante largas caminatas, y nos retábamos a juegos de mesa que a menudo terminaban con uno de nosotros riendo a carcajadas.

 

No todos los días eran de risa y felicidad, claro. Algunos días el dolor de mi ruptura reaparecía, un recordatorio de lo que había perdido. Pero esos momentos oscuros eran más llevaderos con Daniel a mi lado. Sus palabras de consuelo, sus brazos alrededor de mí, eran como un faro en la tormenta, guiándome hacia la calma.

 

Una noche, en nuestros sueños, Daniel me llevó a un lugar que nunca antes había visto. Un magnífico palacio de agua, con columnas de corales y techos de perlas, y criaturas marinas que nadaban despreocupadas por el aire. Fue mágico, como un cuento de hadas hecho realidad.

 

Y mientras me guiaba a través de ese reino onírico, sentí una conexión profunda con Daniel, una certeza de que él era la pieza que faltaba en el puzle de mi vida. Miré sus ojos, perdiéndome en su azul profundo, y supe que él sentía lo mismo.

 

No estábamos solos en nuestro amor. Los que nos rodeaban notaron el cambio, vieron la luz en nuestros ojos cuando nos mirábamos. Algunos nos felicitaban, otros nos advertían del peligro de amar a un dios, pero nada de eso importaba. Lo único que importaba era el amor que compartíamos, un amor que era tan profundo y vasto como el océano mismo.

 

Y entonces, un día, mientras estábamos sentados juntos en la fuente donde todo comenzó, Daniel se arrodilló. Sacó un anillo de su bolsillo, una hermosa joya que parecía contener la esencia misma del océano, y me lo ofreció.

 

"Sofía," dijo, su voz llena de emoción. "¿Te casarías conmigo?"

 

Mi corazón se detuvo, y el mundo pareció detenerse. Miré a Daniel, al dios del agua, al hombre que había traído felicidad a mi vida, y sonreí.

 

"Sí, Daniel," dije. "Sí, me casaré contigo."

 

Y mientras Daniel me ponía el anillo en el dedo, la fuente a nuestro lado burbujeó con alegría, como si el agua misma estuviera celebrando nuestro amor.




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