El azul de sus ojos

Capítulo 8: Orígenes del Agua

"Soy hijo del Mar y del Cielo," Daniel me explicó un día mientras nos sentábamos en la orilla del mar, mirando las olas chocar contra la costa. Parecía un poco nostálgico mientras decía esas palabras, como si la mera mención de sus padres despertara en él una variedad de emociones.

 

"¿El Mar y el Cielo?" Pregunté, estirándome sobre la arena cálida, los dedos jugando con los granos dorados. El sol estaba comenzando a descender, pintando el cielo con tonos de rosa y violeta.

 

"Así es," sonrió, volviendo su mirada hacia mí. "Mi madre es el Mar, eternamente en movimiento, inconstante y hermosa. Me enseñó la paciencia, la fuerza del flujo y el reflujo, la importancia del cambio. Mi padre es el Cielo, expansivo e inalcanzable, lleno de estrellas. De él heredé la inmensidad, el deseo de explorar, de conocer. Mis padres no están encarnados como los humanos, pero son seres poderosos e infinitos."

 

Esa revelación hizo que mi mente se llenara de preguntas. ¿Cómo se habían conocido el Mar y el Cielo? ¿Cómo podían tener un hijo? Pero al ver la expresión distante en los ojos de Daniel, decidí no presionar por ahora.

 

"¿Y qué pasó después, Daniel?" pregunté en cambio, tomando su mano y apretándola suavemente. "¿Cómo terminaste viviendo entre los humanos?"

 

"Después de que nací, mi madre me entregó a las ninfas del agua para que me criaran," respondió, entrelazando nuestros dedos. "Viví con ellas durante mucho tiempo, aprendiendo sobre el mundo subacuático, perfeccionando mis habilidades y poderes. Pero siempre había algo que me llamaba a la superficie, a la tierra de los humanos."

 

"Siento que siempre estuve destinado a estar aquí, contigo, Sofía," añadió, levantando mi mano hasta sus labios para depositar un beso suave en mis nudillos. "Y estoy agradecido por ello. Mi existencia nunca ha tenido tanto sentido como ahora."

 

Me quedé sin aliento por sus palabras, mi corazón latiendo fuertemente en mi pecho. El dios del agua, hijo del Mar y del Cielo, aquí conmigo. Y a pesar de lo extraordinario que parecía, en aquel momento, parecía la cosa más natural del mundo.




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