Empezamos nuestra misión en busca del equilibrio perdido entre los dioses. La Diosa del Mar nos proporcionó guía y sabiduría, pero el camino a seguir requería de nosotros la disposición y la valentía para enfrentar lo desconocido.
Por los días, Daniel y yo trabajamos en armonía con el mar. Aprendí más sobre el dominio de Daniel sobre las aguas, el modo en que sus emociones afectaban las mareas y cómo sus pensamientos podían moldear las corrientes. Era un vínculo intrincado y hermoso, uno que nunca me cansé de presenciar.
Noches enteras pasamos escuchando los antiguos relatos de la Diosa del Mar, historias de los dioses, de batallas épicas y treguas frágiles. Aprendimos sobre los intrincados hilos de poder que tejían la red de los reinos divinos, cómo cada dios influía en el otro y la importancia del equilibrio que ahora estaba en peligro.
Las semanas se transformaron en meses, y aunque la urgencia de nuestra misión nunca disminuyó, sentí cómo la tensión que había envuelto inicialmente mi corazón comenzaba a ceder. En medio del caos y el temor, había encontrado una especie de paz, una que solo podía atribuir a la presencia de Daniel a mi lado.
A pesar de la inminente tormenta, nuestros días estaban llenos de risas y momentos compartidos, de palabras susurradas al oído y de promesas hechas en la luz de la luna. No importa lo oscuras que fueran las nubes en el horizonte, siempre había una luz en mi vida, y ese era Daniel.
Un día, mientras observaba las olas danzar bajo el sol dorado, una revelación me golpeó como una ola rompiendo en la orilla. Aunque el temor a la tormenta aún acechaba en los rincones de mi mente, me di cuenta de que había algo más grande en juego, algo que había pasado por alto en medio de la conmoción.
Miré a Daniel, que estaba de pie a mi lado, su mirada perdida en el mar, y entendí. No importaba lo que viniera, no importaba qué tormentas tuviéramos que enfrentar. Lo que realmente importaba era que, a pesar de todo, había encontrado algo más valioso que cualquier deseo que pudiera haber hecho a esa antigua fuente.
Había encontrado el amor.