"Daniel", empecé, buscando en sus ojos el entendimiento de lo que estaba a punto de compartir. "Necesitas entender lo que significa ser mortal, la desesperación que a veces se siente. Y cómo, en esos momentos, la fe y los deseos son lo único que nos queda".
Daniel me miró fijamente, sus ojos oscuros se llenaron de una seriedad silenciosa. Asentí con la cabeza, reuniendo mis pensamientos antes de continuar. "Cuando era niña, mi abuela enfermó gravemente. La medicina, los doctores, nada parecía ayudar. Cada día, cada noche, veíamos cómo se desvanecía lentamente. Y en esos momentos de desesperación, todo lo que teníamos eran los deseos, las oraciones."
Las palabras se me atascaron en la garganta, las memorias dolorosas arrastrándome de vuelta al pasado. Inhalé profundamente, tratando de calmar el temblor en mi voz antes de continuar. "Cada día, yo lanzaba una moneda en la fuente, deseando que se recuperara. No sabía si ayudaba, pero me daba esperanza, me daba fuerza."
El rostro de Daniel palideció mientras absorbía mis palabras, su mano estrechó la mía, un gesto reconfortante de apoyo. "Y si renuncias a tu inmortalidad, Daniel, si renuncias a tu deber, ¿qué pasa con las personas como yo? ¿Las personas que necesitan creer que hay algo más allá, algo que puede ayudar cuando todo parece perdido?"
La habitación se llenó de un silencio ensordecedor, mis palabras colgaban en el aire, pesadas con la realidad de mi revelación. Podía ver a Daniel luchando con la comprensión, el dolor y la duda cruzaban su rostro mientras lidiaba con el significado de mis palabras. Y mientras esperaba su respuesta, sabía que esta conversación marcaría el camino que tomaríamos, para bien o para mal.