Enredados en una maraña de mantas, sentados en el suelo de mi sala de estar, el silencio entre nosotros era palpable. A través de las ventanas, la luna derramaba un velo plateado sobre nosotros, su luz suave envolvía el espacio con una atmósfera de tranquilidad tensa.
“Todos conocemos la leyenda del dios y la mortal, Daniel.” Le recordé, mi voz rompiendo el silencio. "La historia del amor entre un dios que ansiaba la fugacidad de la mortalidad y una mujer que anhelaba la eternidad."
Daniel permaneció callado, aunque su silencio no fue de desconocimiento, sino de resistencia. Su rostro, bañado por la luz lunar, se tensó ante mi sugerencia. Estaba claro que el pensamiento de tal sacrificio le asustaba.
"La historia cuenta que el dios imploró a los Dioses Antiguos que lo hicieran mortal, y a cambio, debía ofrecer un tributo al agua todos los días al amanecer, en agradecimiento por su vida humana." Continué, mi voz suave pero firme. "Si alguna vez olvidaba su ofrenda, sería castigado con la vuelta a la inmortalidad, mientras que su amada se convertiría en agua."
Los ojos de Daniel estaban fijos en los míos, oscurecidos por el temor y la incertidumbre. "¿Y quieres que intente eso, Sofía?" Su voz era apenas un susurro en la quietud de la habitación, pero su tono de incredulidad resonó fuerte y claro.
"Sólo... sólo estoy buscando una manera de estar juntos, Daniel. De evitar que pases la eternidad anhelando lo que ya no puedes tener." Le respondí, con un hilo de esperanza en mi voz.
Daniel se quedó en silencio, sus ojos reflexivos, sus pensamientos un enigma para mí. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, habló.
"Sofía, no puedo correr ese riesgo. No puedo poner en peligro tu vida." Su voz era un murmullo tembloroso en la oscuridad, lleno de miedo y resolución. Y aunque me dolió ver su rechazo, sabía que esta era una batalla que aún no había perdido. No podía perder. No cuando nuestro futuro juntos estaba en juego.