El azul de sus ojos

Capítulo 24: El Ritual de las Aguas

Las siguientes semanas pasaron en un torbellino de preparación y estudio. Nos enteramos de un ritual antiguo que los dioses de agua usaban para fundir su esencia con otro ser. Era un ritual complicado que requería componentes raros y momentos precisos, pero nos dimos a la tarea de reunir todo lo necesario.

 

Mientras Daniel se sumergía en textos antiguos y se comunicaba con otros dioses menores para obtener la información que necesitábamos, yo comenzaba a despedirme de mi vida mortal. Visité a viejos amigos, hice las paces con viejos rencores y escribí cartas que se entregarían después de mi transformación.

 

Una noche, mientras observaba las estrellas desde nuestro jardín, Daniel se acercó con una expresión sombría. Sostenía un pequeño frasco de vidrio que contenía un líquido plateado brillante: el elixir del cambio.

 

"Es la esencia de una luna nueva," explicó, observando el líquido. "El ingrediente final. El ritual debe realizarse en la siguiente luna nueva, en el punto más alto de la noche."

 

Asentí, sintiendo un torbellino de emociones. "¿Estás seguro de esto, Daniel?"

 

Me miró, sus ojos reflejando una profundidad que sólo un ser milenario podría tener. "No quiero perderte, Sofía. Y si esto significa encontrar un punto intermedio, un equilibrio entre nuestros deseos, entonces lo haré."

 

La noche del ritual, nos encontramos a la orilla de la fuente. El cielo estaba claro, las estrellas brillando con fuerza, y la luna, en su fase más nueva, apenas era visible. Daniel recitó antiguos cánticos, invocando su poder y el de la luna nueva. Sentí la energía acumulándose, cargando el aire con electricidad.

 

Al llegar el punto culminante, Daniel vertió el elixir en la fuente. El agua comenzó a brillar con un resplandor plateado. Me tomó de la mano y ambos entramos al agua. Sentí cómo cada célula de mi cuerpo vibraba y cambia, la sensación era abrumadora pero no dolorosa.

 

Cuando todo terminó, emergí del agua, pero algo en mí había cambiado. No era completamente agua, pero tampoco era completamente humana. Era un equilibrio, una unión de dos mundos.

 

Daniel me miró con asombro y amor. "Lo hicimos," susurró, acercándose para besarme.

 

Sí, lo habíamos hecho. Juntos, habíamos encontrado un camino intermedio, un equilibrio entre la eternidad y la mortalidad.




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