Los días pasaron dejando un velo de normalidad a su paso, pero era una ilusión. Cada vez que la luz del sol chocaba con mi piel, un sutil brillo plateado se manifestaba, como un recuerdo constante de mi nueva naturaleza. Y las lágrimas... eran cristalinas, cada gota parecía un fragmento del océano.
Daniel y yo nos ajustábamos, día a día, a esta nueva realidad. Aunque yo no era una diosa al completo, mi lazo con el agua era indiscutible. Pronto descubrí que podía sentir los deseos de aquellos que arrojaban monedas a fuentes, sus esperanzas y sueños resplandecían en mi mente.
Una tarde, mientras paseaba, una chica llorando junto a una fuente atrajo mi atención. Arrojó una moneda, y su deseo resonó en mí: "Deseo que mamá se mejore". Sin pensarlo, canalice ese deseo hacia Daniel. Un susurro mental me respondió: "Hecho".
La joven recibió una llamada, y su tristeza se convirtió en alegría. Observé, sonriendo, cómo su día cambiaba drásticamente. Sin embargo, no todo fue dicha. Esa noche, Daniel me miró preocupado. "No podemos conceder cada deseo, Sofía. Algunos pueden desatar fuerzas que no comprendemos."
Asentí, "Entiendo. Pero saber que podemos hacer una diferencia... es tentador."
Daniel me tomó de la mano. "Debemos ser cautelosos. Ya no solo es nuestro destino el que está en juego, sino el de muchos."
Después de un largo silencio, un pensamiento me sobresaltó. "Daniel, ¿y si hay otros como nosotros? Otros seres o uniones que también puedan influir en los deseos y destinos."
La mirada de Daniel se volvió distante. "No lo sé, pero si los hay, debemos estar preparados. Nuestra historia juntos puede ser solo el comienzo."
Ambos nos quedamos mirando la noche, conscientes de que, aunque habíamos encontrado un equilibrio, el agua siempre se mueve, siempre cambia, y el futuro era incierto.
CONTINUARA
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