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Cuando Giyū conoció a Sanemi, esperaba algo más. No un 'alguien', sino un 'algo'. Cada uno de los pilares presentes allí poseían una característica en especial, que los convertía en lo que eran. Había esperado en él cualquier cosa, un ente extrovertido, o uno tranquilo, o uno equilibrado... Después de todo, el joven estaba rodeado de 'ellos', una organización que se alzó durante años junto con un solo objetivo. Pero lo que previó fue a un chico desaliñado que insultaba a Oyakata-sama a causa de los cazadores de demonios, al parecer, por alguien que bien el albino conoció antes y había perecido durante la lucha con una luna inferior que derrotaron. Fue ruidoso y grosero, luego luciendo decaído cuando el líder lo termino incluyendo entre los pilares y tras eso, ser regañado por los presentes.

A excepción de él que no tenía idea de que decirle en su momento.

Sin embargo, a lo largo del camino, conoció a una persona completamente leal en toda su cara y postura. La piel del violáceo estaba llena de cicatrices profundas, brazos y piernas, abdomen y espalda, sin olvidar las tres alargadas que se distribuían por su rostro. Se enteraba de lo que sucedía con cada una de ellas durante las reuniones de cada seis meses... se utilizaba a sí mismo como anzuelo ante los demonios y no le importaba la gravedad de ser dañado, algo que hacía desde antes de unirse a la organización. Un sadomasoquista extravagante, escuchó decir una vez por Uzui.

Pero Giyū no esperaba encontrarse con el pilar del viento por primera vez en tal condición. Lo que más se destacó fueron sus ojos, bañados en sangre propia y ajena, pero con un brillo sumamente particular que nunca antes denoto. Uno podría creer que eran como un par de rubíes en transición de matiz.

Hermosos.

Ese fue el pensamiento inconsciente de Tomioka. El joven no se dio cuenta de que el sentimiento en sus entrañas era amor, porque no sentía esas mariposas de las que tanto Kochō Kanae hablaba cuando se refería al ver al mismo Shinazugawa en su presencia, o de las que alguna vez menciono Tsutako en el pasado, sino más bien como... un riachuelo que apenas iba prosperando.

Luego lo comprendería hasta mucho después.

Durante su lucha contra Muzan, Sanemi se había dirigido a él inesperadamente, primero lanzándole una espada tras perder la suya y juntar las mismas durante un ataque para que el filo se volviese rojo sangre. Lo que sorprendió y al mismo tiempo ocasiono una sensación nueva en su apesadumbrado cuerpo.

Más luego perdió su brazo.

No había tiempo para pensar en emociones.

Giyū le dio una rápida mirada al violáceo y estuvo a punto de preguntar qué haría de ahí en adelante. Sin embargo, no encontraba las palabras para expresarlo, de nuevo. Los pocos sobrevivientes habían terminado no solo por llenar la finca de las mariposas, sino también otros sectores para su cuidado; el gran funeral, un futuro incierto... habían perdido demasiado, seguramente se vería estúpido preguntar algo al albino.

Pero cuando Sanemi le dirigió una mirada silenciosa con esos iris tan parecidos a las glicinas, hizo que recordara un poema de amor que su hermana una vez le recito en voz baja durante una noche, tan solo para no perder la esperanza de ser los únicos de su familia con vida.

Finalmente comprende cuál era ese sentimiento que acrecentó cuando se conocieron. Su respiración se acorta, porque encuentra una razón más por la que tanto quiso llevarse bien con Shinazugawa, aparte de no sentirse como un merecedor Pilar... hasta ahora; quiere disculparse por haber sido una molestia durante todo ese tiempo, pero Sanemi lo interrumpe cerrando la distancia al salir de la cama y juntar su única mano con la suya con un apretón.

—Una vez nos pongamos en pie, iremos a rezar por todos ellos, ¿Entendido?

El riachuelo ha dejado de ser tan pequeño y ahora es una enorme riada que florece sin caudal. Aprieta el agarre, siendo consciente de que al albino le faltan dos dedillos —Sí.
 

Fin.