La tarde llegaba a su fin y eso significaba el turno doble de Sussy. Una enfermera que hacía guardia todos los días para su beneficio económico. A pesar que vivía sola, excepto por Conny, su fiel gato blanco con negro. Estaba muy agobiada en gastos en su pequeño departamento. No era para más, ser hija única y tiempo atrás encargarse de los gastos del funeral de sus padres y deudas, no era tarea fácil y menos con su salario de miseria. Había superado aquel terrible recuerdo, pero a veces lo recordaba en sus pesadillas que le sucedían estos días frecuentemente.
—Suss, Sussy, ¡Sussana! —le gritó aquel pelinegro alto con un café en la mano.
Sussy solo se despertó de golpe del escritorio donde anteriormente estaba anotando los resultados de pruebas hechas. Se talló los ojos y miró con el corazón a mil por hora a Connor, uno de los doctores del lugar y estos días uno de los más exigentes y más con Sussana.
—Lo-lo siento, yo, de verdad... —Sussy trató de arreglar la situación, pero aquel hombre solo negó con la cabeza y miró la hora en su reloj, visiblemente caro.
—¿Sabes qué hora es Sussana? —dejó molesto el café en el escritorio y se sentó en la silla enfrente de Sussy.
Sussy tragó saliva y miró el reloj de pared de aquella oficina.
—Las 3:45 AM —ella le contestó y siguió tratándose de incorporar.
—Ocupo los resultados de el señor Morales. ¿Ya hiciste la conclusión de ello?
Ella frunció el ceño y recordó que el señor Morales estaba en la última lista de análisis y pruebas.
—Aún no.
—¿Por qué?—apoyó la mano en el escritorio y trató de no perder la razón por unos estúpidos papeles.
—Es difícil—se limitó a decir.
La razón que estaba controlando desapareció y el doctor Cowell se levantó de golpe.
—¡Exacto! Sé que estás jodidamente cansada y que te matas en este lugar pero te diré algo; ¡No eres la única! Yo también deseo estar en casa, descansando, pero apareces tú y tus pocas ganas al trabajo. ¡Entiende que no puedo seguir haciendo todo mientras tú sigues deprimiéndote! ¿Es que ni siquiera para trabajar sirves?
Sussy se calló sin saber qué decir o hacer y su furia apareció.
—¿Crees que es fácil lidiar con todo esto que me cargo? ¿Qué es fácil hacer turnos extra diarios? ¿Qué me alcance para una lata de atún y quedé aún así endeudada? ¡¿Qué es fácil no deprimirse cuando el recuerdo que quieres olvidar se convierte en tu pesadilla de todas las noches!? ¡¿Solo te digo que si crees que es fácil no deprimirse cuando los tres últimos malditos segundos de la vida de tus padres son escuchados por ti, y que después de eso y del ruido, saber lo que pasó, darte cuenta que no responden y no puedes hacer nada porque estás a la otra maldita mitad del país?!
Sussy después de lo dicho cayó en lágrimas y agachó la cabeza a seguir con su llanto.
Connor la miró con pena y un poco arrepentido pero, su dureza le evitó decir algo que le ayude.
—Sussy —lo dijo con un hilo de voz y se acercó intentando consolarla pasando su mano por la espalda de Evans.
Sussy lo evitó y salió de aquella habitación, dejando al doctor Connor Cowell completamente solo.
. . .
—Y te dejo las llaves, Mary—colgó Sussy del teléfono de la recepción y se quitó la bata blanca, se puso un abrigo largo y negro. La noche era helada y con más razón a unos días de empezar noviembre.
—Sussy, espera —corrió Cowell hacia ella y Sussy rodó los ojos molesta y sin detener su acción de abrir ambas puertas para irse de ese terrible lugar.
—¿Ahora qué quieres, Connor? ¿Vienes a humillarme y hacerme sentir de la mierda con tus...?
—Perdón, Sussana. Estoy harto de todo. No debí decir eso, en serio, perdóname.
Sussy dejó la manecilla de la puerta y lo miró una vez más. Sabía que no podía irse antes de mirar sus ojos oscuros una vez más.
—No —cerró los ojos matando la ilusión del pasado y retomó su vieja acción.
Sussy salió y se encaminó a su auto económico.
Se abrazó a sí misma y vio su aliento. Sin duda, era una noche para congelarse.
—¡Sussana!
Escuchó Sussy a Connor llamarle.
—Genial —se apresuró a abrir la puerta de su coche blanco, pero le falló cuando más lo necesitó.
Connor la alcanzó y le detuvo la puerta.
—Vete —Sussy se giró a verlo.
—No lo haré hasta que me perdones. No podemos vivirnos de peleas absurdas.
—Sí, claro. ¿Desde cuándo las humillaciones son "peleas absurdas"?
—Compréndeme, así como yo lo hice contigo. Así como te ayudé con los pagos de lo de tus padres, comprende que estoy en pleno divorcio y problemas en el trabajo son lo último que quiero. Es el único lugar donde me siento bien, seguro.
Sussy ladeo la cabeza dudosa para saber si le estaba reclamando los gastos y a la vez nerviosa, por no saber lo que su amigo pasaba.
Rayos.