El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 3 - El progreso

Ten tu oro, peor veneno para el alma del hombre,

motivo de más muertes en este mundo odioso

que estos pobres compuestos que no puedes vender.

Soy yo el que a ti te vende veneno, no tú a mí.

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   Antes de marcharnos para ir a descansar, di un abrazo a mi amiga y ella me correspondió. La unión duró mucho tiempo, casi una eternidad, y cuando nos separamos sentí que solo habían transcurrido unos segundos.

   –Gracias por volver –dije en voz baja.

   –Nunca me fui.

   Una sensación de pánico me atenazó la garganta. Tuve la repentina necesidad de huir, huir hacia donde ella estaba, a pesar de que se encontraba justo en frente de mí.

   – ¿Hablaremos mañana? Hay tantas cosas que quiero saber –mi voz sonaba suplicante, casi asfixiada por intentar transmitirle la necesidad que había en mis palabras. Necesidad de que ella estuviera ahí al día siguiente, y el próximo, y todos los demás. Que no desapareciera como aquella noche de verano, dejándome una carta que me brindaba miles de preguntas y ninguna respuesta.

  –Por supuesto.

  – ¿Me lo prometes?

   Sazae me miró con ternura.

   –Lo prometo. Estaré aquí cuando usted despierte.

   Le dediqué una mirada, todavía insegura. Luego encaré a Shieik, quien estuvo observando la escena con una expresión indescifrable en su rostro. Los dos esperábamos a que el otro saliera de la habitación. Finalmente me resigné y atravesé el umbral de la puerta. Antes de darme la vuelta para dar un último vistazo a mi amiga, el ala de madera se cerró.

   Cuando el frarlkunst, Neko y yo nos quedamos a solas en nuestro cuarto, el caos se desató como una terrible tempestad.

   – ¡Ni con una espada al cuello dormiré contigo! –exclamó Shieik.

   –Pero solo hay una cama. ¿Acaso va a dormir en el piso? –señalé de forma sarcástica.

   –Es mejor eso que dormir contigo al lado. ¿Sabes cómo eres por las noches? Ruedas, pateas, gritas, lloras, te ríes. ¡Todas juntas!

   Lo fulminé con la mirada y le lancé una almohada, entre ofendida y avergonzada.

   –Bien, usted dormirá en el suelo.

   –Dije que era mejor, no que lo haría, princesita.

   –Pues no pretendo dormir en el suelo por su culpa, frarlkunst. Es completamente inmoral y fuera de lugar que una joven duerma junto a un... proyecto de adulto.

   –O dormimos en el mismo sitio o dormimos ambos en el suelo.

   –No sé qué es peor...

   –Yo sí sé. ¡Compartir habitación contigo!

   –Cierto, es mucho, mucho peor. Entonces, ¿cómo hacemos?

   –La cama o el suelo...es el colmo. Hasta prefiero dormir en el baño.

   –Bien, duerma allí.

   – ¿Acaso crees que soy uno de tus lacayos y que tus palabras son órdenes para mí? Mira princesita, estás muy equivocada.

   –No ponga palabras en mi boca, Shieik.

   –A veces se me olvida –dijo ceñudo. Estaba cansado.

   – ¿Qué? –pregunté, con mala cara. El sueño me mataba.

   –Lo inútiles que son las princesas.

   – ¿Sabe? Empiezo a cansarme de sus constantes insultos a propósito de mi linaje... ¿p-p-por qué se desviste? ¿qué no usa pijama?

   Shieik, que hasta el momento llevaba sus botas, un pantalón y una camisa extraña, se había quitado la prenda superior y el calzado, y en ese momento se desabrochaba el cinturón.

   –Porque yo duermo en calzones, si te molesta ve a dormir al baño. Estamos en esta situación por TU culpa, princesita mimada, que insististe en pedir la habitación más barata de la posada. Bueno, aquí la tienes: ¡la más barata tiene el tamaño de una lata y una sola cama!

   Mi rostro debía de estar completamente rojo mientras me cubría los ojos con ambas manos. Sabía que tenía razón en cierto punto, pero ¿juntos? Aún con mi hermano sería un poco bochornoso, y eso que era un niño, ¿quién ponía a dormir a un adulto y un adolescente juntos?

   –Esto definitivamente no puede estar pasando. Debo dormir con usted y de paso desnudo, o casi.

   Miré el torso expuesto de Shieik y me mordí la cara interna de las mejillas. Supuse que después de aquella noche yo no podría volver a mirarlo a la cara.

   –Sí, casi, y más te vale dejar de molestarme si no quieres que ese casi sea un todo. Ya duérmete, donde sea, pero hazlo, estoy cansado.

   Se acostó, así como venía, y enterró la cabeza en la almohada.

   Neko nos había prestado tanta atención como la lluvia se la prestaría a las manos que intentasen detenerla. Desde que habíamos entrado en la habitación ella no hizo más que dormir.




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