El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 4 - Primer entrenamiento

 

¿Debo seguir oyendo o le respondo?

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   Entre la costa y Sición había menos de diez kilómetros de densos y vistosos bosques que bordeaban los caminos; pero en un pequeño sector, en una playa sin arena, llena de rocas provistas de distintas clases de herrumbre y criaturas invertebradas, las aguas se abrían como un embudo alucinante hacia el horizonte. Aunque yo había recorrido las playas más hermosas de Ayatea, tenía que admitir que los paisajes de Hatenayasko eran intimidantes. El agua de un color turquesa intenso, teñida en el fondo por los corales rojos y piedritas brillantes, aparecía rematada por espuma blanca mientras trepaba suavemente la llana orilla verde. Las rocas que flanqueaban la bahía soportaban el choque de las olas, flemáticas y bajas hasta que rompían contra los peñascos de un chispeante blanco sonrosado, alcanzando alturas insólitas con una sonoridad que me aturdía.

   El viento me agitó el cabello y los pliegues del vestido en dirección contraria al rompimiento de las olas. A mi lado, Sazae y Shieik recibieron las mismas caricias con una respiración profunda. El aire parecía cargado con un significado muy grande, muy pesado, con un aroma que daría vuelta el mundo por completo.

   Mientras Shieik se alejaba para inspeccionar lo que sería el escenario de mi primer entrenamiento mágico, Sazae ladeó la cabeza hacia mí. Una tímida sonrisa iluminaba su rostro.

   –Cálmese, señorita Elízabeth. No tiene nada que temer.

   – ¿Cómo lo sabes, Sazae?

   Alcé la cabeza y busqué la confirmación a esas palabras en la maravillosa mezcla de colores rosa, celeste y blanco del cielo. Cerca del mar la brisa era agradable y fresca, y la humedad no molestaba tanto.

   –Venga aquí –susurró, extendiéndome la mano.

   Vacilé. Sazae pasó un brazo por detrás de mi espalda y me acercó a su lado. Descansé mi cabeza en su hombro y respiré de forma acompasada.

   "Haz cumplido tu promesa. Estás aquí"

   La calidez del cuerpo de Sazae y el aroma a cerezas de su cabello eran tan acogedores como el fuego crepitante de una hoguera en un frío día de invierno. Otra vez me invadía aquella desesperada necesidad de cercanía, de aferrarme a la persona que tenía en frente por miedo a que me la arrebataran. Igual que Kevyn, igual que mi madre.

   –La conozco hermana y sé que tiene miedo. Todo irá bien.

   – ¿Por qué estás tan segura?

   –Lo presiento.

   Sazae creía conocerme, pero la verdad era que yo había cambiado demasiado en aquellos meses. No podía asegurar que yo era la misma persona que ella había conocido, ni siquiera la que yo creía conocer.

   "Estoy tan feliz y triste a la vez", pensé.

   Era libre, completamente libre, sin ataduras por parte de mi linaje y sin la necesidad de aprender a comportarme como la niña de catorce años que tendría que ser. Ahora era simplemente Elízabeth contra el mundo; sin vestidos elegantes, sin horarios apretados, sin arreglos inquebrantables, sin responsabilidades más que seguir mi voluntad: aprender a controlar la magia y buscar el arma de Amalia. La posibilidad de tener un futuro era dudosa, y de tenerlo sus páginas estaban en blanco. No sabía lo que vendría, era un porvenir completamente ciego. Como, más allá de esta misión circunstancial, no tenía una meta que alcanzar, tampoco tenía un papel a largo plazo que interpretar. Era yo y solo yo.

   A cambio de todo eso, la raza humana estaba cerca de ser aniquilada.

   La felicidad que me daba el tener aquella libertad era un poco más intensa que todos mis otros sentimientos: compromiso con los humanos, miedo y tristeza. Muchas de aquellas emociones me revolvían el estómago, y otras como la amistad, el amor, la nostalgia y el cariño susurraban en mi pecho y calmaban los frenéticos latidos de mi corazón. Pero la felicidad, aquel sentimiento indescriptible, hacía vibrar cada una de las células de mi cuerpo: todo en mí descubría una vida libre y cantaba con el océano.

   No obstante, el miedo, el deber y todos aquellos reconcomios negativos no desaparecían. También se proyectaba una sombra de culpa. ¿Era correcto sentirse tan a gusto en un momento como aquel?

   Miré de reojo a mi amiga y su imagen me dio un poco de tranquilidad. Solo un poco, no la suficiente.

   –Estoy asustada –confesé–. ¿Qué sucederá si no logro hacer magia? Me es imposible imaginar que aquel resplandor salga de mis manos, o que la tierra se estremezca con solo pensarlo.

   Sazae separó mi cabeza de su hombro para poder mirarme a los ojos. Quise refugiarme en la noche que tenía ante mí y estuve cerca de conseguirlo. Casi logro calmar mi miedo gracias al amparo que ella me brindaba, pero la angustiosa realidad no era fácil de evadir.

   –Es suya –dijo. Su voz era un susurro dulce, como la caricia de una nota musical cantada por una voz grave en una escala aguda–. La magia siempre ha formado parte de usted. Solo debe aprender a usarla.

   –Sí, y supongo que será como arreglarme la corona, muy sencillo.

   Sazae rio entre dientes.




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