El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 6 - Las ruinas

¡Siento que un miedo frío me recorre

helando casi el fuego de la vida!

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   Desperté sobre la espalda de Shieik mientras este se movía a gran velocidad. Podía sentir la corriente detrás de sus pisadas y su acompasada respiración, además de los fuertes latidos de su corazón a través de los huesos y los músculos. Entreabrí los ojos y giré la cabeza a un lado. Además de las oscuras figuras de los árboles en movimiento, vi a Sazae corriendo al mismo paso al cual yo avanzaba.

   No podía creer cuánto me dolía el cuerpo. ¡Hasta los músculos de la cara! Partes del cuerpo que ni siquiera sabía que tenía. Las articulaciones ardían cada vez que mis extremidades oscilaban a los costados, como si se tratara de los brazos y las piernas dislocados de un maniquí. Apenas percibía el agarré del frarlkunst por debajo de mis rodillas: lo confundía con el dolor que sentía en todo el cuerpo.

   –Shieik.

   –Estamos llegando –me avisó, y se lo agradecí a pesar de que solo quería preguntarle si me había aporreado Samvdlak mientras dormía.

   Por encima de mi cabeza, las lejanas y brillantes estrellas eran como pequeñas llamas en aquel cielo sin nubes, cortajeado por el follaje. En menos tiempo del que me había esperado alcanzamos un edificio que estaba rodeado por rejas y pastizales. Desde aquella distancia parecía una especie de extraño templo más que una prisión, bañado por la fría luz de la luna. Parecía que nadie hubiese estado allí en años, y había carteles en todos lados que decían: Cuidado, No pasar o Sección Restringida, en hashia.

   Mis compañeros se detuvieron en la cima de una colina que conducía a las ruinosas rejas negras. Shieik me soltó de la nada y el golpe contra la planta de mis pies me sacudió entera. Sazae me ofreció su ayuda pero yo la rechacé, intentando ignorar las náuseas que notaba en la boca del estómago. Me sentía sofocada en medio del bosque, con aquel aire tan húmedo y cargado de aromas florales.

   Ascendimos por un camino de lozas, partidas por las terminaciones de las raíces de los cedros y otros arbustos de gran porte, después de violar la seguridad de la reja que milagrosamente había permanecido intacta después de tanta corrosión. Cuando llegamos a lo alto, ellos se quedaron mirando con asombro y yo lancé una exclamación ahogada.

   La mayor parte del tejado se había desplomado al interior del piso superior, aunque la fachada y sus ornamentadas columnas seguían ilesos. Los vidrios de las ventanas eran pedazos de rubí y cristales rojizos fundidos, rotos, detrás de los cuales no se veía otra cosa más que negra oscuridad. Las paredes estaban en su mayoría en pie, invadidas por enredaderas salvajes y musgo verde, y la mitad de la entrada estaba tapada por escombros.

   –Es horrible –musité, y me estremecí.

   –No lo sé –replicó Shieik, y echó un vistazo al interior del edificio–. No huele a muerte, no es lo que me esperaba.

   Se me quedó la boca abierta del sombro mientras él cerraba los ojos y adoptaba una expresión de concentración.

   – ¿Los frarlkunstess pueden percibir la muerte?

   –No, en realidad no. Esa es una maña que yo tengo: me doy cuenta cuando en un lugar han muerto personas, en especial cuando se trató de una masacre –explicó Shieik y, aún con los ojos cerrados, añadió–. No pienso explicarte qué percibo, no te concierne. La cuestión es que este lugar me resulta demasiado pacífico.

   –No me gusta –susurré, con algo parecido a un estremecimiento. Yo no encontraba nada de pacífico en ese lugar. Más bien estaba desolado.

   Sazae se descolgó el arco del hombro y acomodó en él una de sus flechas. Las manos de Shieik se cubrieron de un resplandor celestino y el aire se agitó a su alrededor; a medida que abría los ojos, el resplandor se convertía en lo que supuse sería una espada. Antes de poder comprobarlo una luz centelleó junto a mí y yo me di la vuelta, sobresaltada, encontrándome una Neko que resplandecía como una llama. La jikán sonreía de oreja a oreja, mostrando unos fuertes dientes blancos.

   –Antes que otra cosa, quiero saber qué estamos buscando.

   Vacilé un momento mientras ellos esperaban, intentando recordar con mayor claridad la premonición. ¿Sería correcto llamarla así?

   –No estoy segura. En mi sueño yo escuchaba una gran campana, así que supongo que ese es el objeto que buscamos –expliqué–. Pero no sé cómo serán las cosas adentro, los sueños no son completamente fieles a la realidad. Yo no los vi a ustedes en el bosque de la escuela, solo a Samvdlak.

   –Quiere decir que las cosas no sucederán tal cual su hermana se las enseña en sus sueños, señorita Elízabeth.

   Agaché la cabeza.

   –No sé si es mi hermana quien me ha mostrado estas cosas.

   Recordé la voz que me había dado ánimos durante el entrenamiento, también la luz que en el bosque me utilizó para salvar a mis compañeros de Samvdlak, y el aura que vi en mi viaje astral junto con Shieik. Aquella presencia tan extraña podía ser quien me revelaba toda esa información sobre el arma, pero no estaba segura de que se tratase de mi hermana. Después de todo, ella estaba muerta. ¿O no?




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