El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 7 - Sazae cuenta su historia

Dame, noche oscura, tu belleza

y tu dulzura, dame en vez del vino,

las estrellas del camino.

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   A aquel agotador día le quedaban tan solo unas horas. Todo estaba oscuro y silencioso, y aunque en mi cabeza revoloteaba un sinfín de pensamientos me costaba escucharlos y eso me entristecía. Enseguida me di cuenta de que, junto con la luz del día, parecían haberse esfumado tanto mi escasa valentía como mi sentido de aventura.

   Acampamos en medio del bosque, cerca del mar y lejos de las ruinas y del pueblo. Encendimos una fogata y comimos fruta que recogimos de algunos árboles (la mayoría arándanos, frambuesas, grosellas y zarzamoras que aún estaban un poco verdes). Shieik se había negado rotundamente a buscar peces en el mar, Sazae se resistía por todos los medios a entrar en el agua a menos que su vida dependiera de ello, y yo no sabía pescar. Además paladeaba un sabor amargo en todo, y supuse que se debía a los efectos secundarios del entrenamiento con magia.

    Hablamos poco y, entre esas pocas cosas, definimos los horarios que ellos se tomarían para el entrenamiento: Shieik me enseñaría magia por la tarde y Sazae a luchar por la mañana. En el caso de tener que viajar, como seguramente pasaría, el entrenamiento sería teórico y siempre se priorizarían las enseñanzas mágicas. Shieik me explicaría más fundamentos y principios sobre la manipulación del aura y Sazae me hablaría de las causas y consecuencias de cada acción al luchar. Fue una velada corta, pues los cuatro estábamos cansados.

   Shieik parecía menos reacio a tratar conmigo, pero todavía se mostraba inflexible, distante y frío. Yo sabía que seguía sin agradarle y no podía estar en paz con el hecho. Sazae se daba cuenta de ello, de lo que yo pensaba, y solía sonreírme para darme ánimos. Supuse que para ella nuestras riñas debían de ser una rabieta infantil: probablemente esperaba con esperanzas el día en que fuéramos a madurar.

   Neko no se hacía problemas por nada. Comió unas frambuesas encima de Sazae, escuchó la conversación sentada entre mis piernas y terminó por dormirse en el regazo de Shieik. Nosotros éramos como su casa móvil. Quise comentarlo, pero no encontré un momento apropiado para ello. La atmósfera era demasiado tensa.

   Cerca de la madrugada nos dimos las buenas noches y cada uno se fue por su lado. Por supuesto, Shieik no me dedicó ni siquiera una mirada para devolver el saludo: se acostó al otro lado de la fogata y se dedicó a ignorarnos. Sazae se encogió de hombros en señal de resignación y se tendió a mi lado. Y a mí, solo me quedó tumbarme entre ella y el fuego.

   Media hora después, todavía no podía conciliar el sueño.

   Cerrar los ojos suponía entregarse a un mundo de oscuridad que se había vuelto aterrador. Los recuerdos de miles de años de ignorancia me asaltaban en los momentos en que me sentía desfallecer: mis padres, mi hermana, los Zadzisai. Los daños que Samvdlak había causado en el mundo de Shieik, a sus padres.

   Especialmente, no podía evitar recrear en mi mente aquello que él había vivido ese día en particular, el peor de los días, y no podía sacarme sus palabras de la cabeza. Veía en mis recuerdos, recuerdos que no eran realmente míos, a un niño llamando a una mujer que jamás le respondería. Veía también a un hombre viendo a su esposa ser torturada para que entregara a su hijo; casi podía escucharlo rogar que Shieik se quedara en las montañas y jamás volviese a casa.

   "Shieik no sabe si el señor Sirhan sigue con vida y nada puede hacer al respecto", pensé acongojada. "¿Cómo vives con esa incertidumbre? ¿Cómo duermes cuando no sabes si tu padre aún respira, o cuando tienes la certeza de que tu madre jamás volverá a respirar?"

   Un jadeo de pavor se abrió camino a través de mi garganta. Solo Taimisu sabía qué le habían hecho a la madre de Shieik. La culpa fue tan intensa y repentina que me dio escalofríos. La sensación de responsabilidad era tan grande como si yo misma los hubiese matado.

   "¿Y si así fuera?", pensé, llevándome la mano izquierda a la garganta, desesperada por evitar que la angustia escapara de ella en forma de sollozos. "Han muerto para evitar que Shieik me matara, para evitar que yo muriese. Han muerto para salvar a la humanidad"

   Habían muerto por mí. Yo le había arrebatado sus padres a Shieik.

   "Tiene muchísimas razones para odiarme"

   Lo busqué con la mirada. Shieik dormía boca arriba, con Neko acurrucada en su pecho, o por lo menos fingía hacerlo. Entre nosotros se interponía un fuego ya pequeño, que iluminaba lo suficiente como para distinguir sus relajadas facciones. La luz de las llamas danzaba sobre su piel color chocolate, decolorándola y volviéndola ambarina. Sus ojos, que cerrados apuntaban al cielo, no presionaban; y su boca, una línea recta rosada, complementaba una mueca de inquietud.

   De pronto comprimió ligeramente los ojos, durante un segundo.

   "Quizás está soñando", pensé.

   Yo intentaba encontrar al frarlkunst que había dentro de esa persona. Shieik y Sazae eran tan parecidos a los humanos, tan parecidos a mí. Teníamos dos ojos, dos orejas, una nariz, dos brazos, dos piernas, y grados similares de altura. Dejando a un lado la magia y la destreza, todos nosotros éramos simples humanos: Sazae, hija del fuego, Shieik, hijo del aire y de la oscuridad, y yo, hija del agua y de la luz. Aun así, ellos eran frarlkunstess y yo una humana, y eso parecía tener mucha importancia para Shieik.




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