Aquel que dirige mi destino
conducirá la nave de mi suerte.
¡Alegres compañeros, adelante!
(William Shakespeare, Romeo y Julieta)
Cuando volvíamos al campamento, yo estaba adolorida y aturdida por todo lo que había sucedido. Sazae no había tenido compasión con los palos. Me dolía todo y solo quería tumbarme en una suave cama. Llevaba mi espada en las manos, la cual captaba toda mi atención a pesar de la nube de agotamiento que me impedía pensar. Sazae había tenido que usar mi energía para volverla a su forma física, como ella la llamaba, aunque la actividad no resultó ni la mitad de agotadora ni la mitad de solemne.
Shieik nos esperaba junto a Neko. El frarlkunst había preparado un voluminoso almuerzo con ingredientes que antes no teníamos. Me pregunté cómo los había conseguido si apenas podía hablar shata, pero luego se me ocurrió que pudo haberlos robado y preferí no ahondar en el tema. Cuando estuve cerca de él, advertí que me miraba con el ceño fruncido.
– ¿Sucede algo malo? –pregunté.
Él ladeó la cabeza, de forma que el alborotado cabello le quedara hacia atrás, y me estudió de pies a cabeza. Yo controlé el sonrojo y mantuve mi mirada fija en su nariz, un truco para no incumplir con el protocolo de cortesía ante nobles desagradables.
–Te ves diferente –respondió. Su mirada era aguda: estaba sometiendo mis reacciones a un intenso escrutinio–. No sé exactamente qué es, pero algo en ti ha cambiado.
Me sonrojé aún más y humillé la cabeza, sin que mis ojos abandonaran completamente su nariz. A veces Shieik era terriblemente directo.
Él bajó la mirada y se encontró con lo que yo sostenía. Sazae le explicó lo que había sucedido cuando ella estaba creando mi espada. Shieik dijo que, si bien tendría que ser imposible, estaba de acuerdo con esa teoría. La única explicación sería que Amalia hubiese entrado en mi cuerpo para que Sazae extrajera su energía. Al parecer todo eso tenía algún tipo de lógica para Shieik, pero no parecía dispuesto a explicarse.
Nos sentamos alrededor de los restos de la fogata para almorzar. Mientras Sazae acababa de hablar con Shieik, yo me pregunté qué significado podía atribuirle a aquel evento tan extraño. ¿Acaso mi hermana aún estaba viva? ¿O Taimisu le había permitido acercarse por un instante? ¿Se trataba de un fantasma, de los residuos de su alma?
"Energía, Elízabeth", me recordé. "No es alma, es energía o, en su defecto, aura"
– ¿Me dejas verla? –pidió Shieik de pronto. Me extendía su mano, como un caballero que invita a bailar a una dama.
Me temblaban las manos cuando le alcancé la espada, temerosa de que fuese a desaparecer otra vez. Shieik la sostuvo frente a él y la estudió con ojo experto. Me preocupaba que tanta indagación significase que no le gustaba, que era demasiado básica comparado con lo que él esperaba de la persona que debía salvar al mundo. Al mismo tiempo me sorprendía el aura de respeto y humildad que expresaba su postura frente a ella.
– ¿El diseño fue pensado o surgió de la improvisación?
Dudé por un momento.
–Yo la diseñé.
El arma recordaba a los cuatro elementos básicos de la naturaleza. El mango sería de piedra blanca, de unos treinta centímetros de largo. No era lizo, sino áspero y desigual, como si la roca hubiera tomado esa forma por obra de la naturaleza. Debajo de una guarda dorada nacía la hoja, que se extendía setenta centímetros: ondulada y gruesa, como una llama, de doble filo. Servía para rasgar, punzar y todo tipo de ataques de corta distancia. El pomo era una lágrima del tamaño de mi palma. De ella nacía un hilo dorado que envolvía la empuñadura como una corriente de aire. Sobre la guarda estaba el emblema de mi reino: una rosa abierta.
Cuando tuve que crear mi espada no estaba muy segura de cómo hacerlo. Nunca había diseñado una. Quería que fuera especial, que simbolizara todo lo que estábamos haciendo. Al principio pensé que mi imaginación se había desbordado del fin práctico que debía tener, pero al repasar con mis manos cada una de sus partes, comprendí que su forma hablaba tanto como su contenido. El hilo de oro, que se veía tan frágil como el aire que soplaría un silbido, se deslizaría sobre mi mano para asegurar el agarre. La empuñadura de tacto rugoso evitaría que se me resbalara con facilidad y, aún si llegara a deslizarse en mi mano por obra de la mala fortuna, la lágrima trabaría el extremo para que no se me escapara.
Alcé la cabeza. En ese momento estaba viendo algo en el rostro de Shieik, algo nuevo. Era admiración, contemplación. Desde que nos habíamos conocido, Shieik nunca había mostrado muchas emociones. Más bien, nunca había mostrado emociones positivas. Odio, tristeza, burla. Solo había visto esas facetas de él, a excepción de su cariño hacia Neko.
– ¿Le gusta? –pregunté con timidez.
Shieik acarició el emblema de los Rose con la yema de sus dedos índice y anular, lentamente, como si intentara comprender algo que luchaba por escapar de su entendimiento. Al final hizo una mueca.
–Es una buena espada –dijo. Yo asentí de forma automática; me sentía un poco decepcionada. Sabía que algo no le gustaba–. Una espada increíble. Tienes talento para esto –añadió.
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Editado: 02.12.2020