El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 13 - Sonrisa de luz

Tú eres la imitación de un mar, un viento, un barco:

pues tus ojos, que bien puedo llamar el mar,

huyen siempre con lágrimas; barco es tu cuerpo

que anda por esa agua salada; los vientos, tus suspiros

que, airados con tus lágrimas, y con aquéllos éstas,

sin una calma súbita te oprimirán el cuerpo

que ondea en la tormenta.

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   Cuando creía que comenzaba a despertar, vi una intensa luz tan roja que al principio la confundí con fuego o con un cabello carmesí.

   "¿Un incendio?"

   Agudicé la vista porque en mi fuero interno sabía que no era lo que yo pensaba, principalmente porque se veía demasiado bueno para ser real (eso era lo que desencajaba). Además era la primera noche desde lo sucedido en el cementerio que dormía sin soñar, no me cabían dudas de ello, porque siempre me despertaba gritando su nombre. La luz roja no debía ser nada más que el intenso sol de Hatenayasko entrando por la ventana de la habitación y calentándome el rostro.

   Abrí los ojos y me incorporé preguntándome si el manejo de la magia podría causarme sonambulismo. No estaba sobre la cama, sino hecha un ovillo en el piso de madera, con la cabeza de los tornillos clavándoseme en los brazos y dejando marcas rosadas con forma de luna llena. Estaba tan contracturada que apenas podía mover el cuello.

   Todavía no me había desperezado del todo, cuando un grito entró por la ventana, y pronto muchos más le siguieron. Preocupada de que Samvdlak hubiese cambiado su modus operandi, me asomé para averiguar qué ocurría. La mañana estaba sorpresivamente radiante y debí esperar a que mis ojos se acostumbraran a la luz encandiladora que caía sobre las calles.

   Un niño huía de un hombre, perseguido a su vez por una mujer que no dejaba de lanzar maldiciones. Intentando enfocar al niño pequeño, noté que llevaba en su mano una bolsita oscura y abultada que lanzaba al aire con considerable destreza a modo de burla.

   "Un ladrón", pensé, asombrada hasta cierto punto. Nunca había presenciado un robo. No muchas personas se atrevían a robar cosas del palacio, y los secuestros solían ocurrir cuando lograba escabullirme de la guardia; por lo tanto, era mi primera vez siendo testigo de un crimen.

   De pronto a la mujer se le desprendió un pañuelo rojo que llevaba mal atado al cuello y el hombre se detuvo para recuperarlo. El niño aprovechó y dobló una esquina que conducía a un callejón estrecho sumido en la oscuridad. Después de darse cuenta de que había perdido de vista al ladrón, el hombre lo buscó con la mirada por unos segundos, para luego resignarse. El niño seguía escondido en el callejón y supuse que no saldría en un buen rato.

   Aunque yo siempre había despreciado cualquier tipo de crimen, no pude evitar sentirme impactada por el hecho de que este ladrón no podía tener más de ocho años. Tampoco podía evitar preguntarme cuántas veces había robado ni qué circunstancias lo habían llevado a parar a una situación semejante.

   –Tan pequeño –murmuré, pensando en mi hermano menor.

   Grrr. Mi estómago gruñó de repente.

   Aunque pensar en comida me daba náuseas, mi estómago reclamaba ferozmente que lo atendiese. Hacía días que no comía lo suficiente y mi cuerpo se debilitaba. Estaba herida, enojada y agotada, pero no era estúpida. Si Samvdlak nos encontraba, yo solo le daría problemas a Shieik: más de los que ya le estaba dando.

   Un poco cohibida, me acerqué a donde el frarlkunst dormitaba profundamente, su pecho subiendo y bajando al ritmo de su sosegada respiración. Nos habíamos dormido espalda con espalda, pero a lo largo de la noche nos habíamos ido distanciando hasta que, evidentemente, me había caído de la cama. Incluso en sueños parecíamos no soportar la cercanía del otro. Su rostro parecía haber desaparecido bajo aquella melena despeinada, volteado hacia mi lado contrario, y solo se le veía un hombro desnudo que asomaba entre las sábanas. Era la primera vez que lo veía dormir tan a fondo.

   "No quiero despertarlo cuando por fin puede dormir", pensé.

   Me arreglé, metí en mi morral el vuelto del pago por la habitación, y bajé a la recepción con la intención de comprar manzanas en un almacén. Por fortuna Shieik se había olvidado de desmaterializarlas.

   Las calles estaban tranquilas y el ambiente era agradable, aunque el sol quemaba con tal intensidad que parecía pleno verano en Shiteho. Las tiendas abrían de a poco y los escaparates estaban abarrotados. Era la primera vez en semanas que no me sentía sofocada por la humedad de la isla. Media calle más adelante la luz del sol se veía interrumpida por la sombra de una farola.

   Y allí, entre dos farolas, reconocí la fachada oscura del callejón donde se había escondido el ladronzuelo.

   Me detuve y volví la vista atrás para asegurarme de que nadie me seguía. Aunque no había razón alguna para que la misma persona de aquella ocasión me siguiera (porque yo misma la había dejado dormida en el hotel), experimentaba una fuerte sensación de deja vu. Esa era una calle diferente, una hora del día distinta, pero la escena se parecía mucho. También hubo un niño aquel día.




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