El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 23 - Contra el destino

Julieta: ¡Solamente tu nombre es mi enemigo!

Seas Montesco o no, tú eres el mismo.

¿Qué es Montesco? No es un pie, ni una mano,

no es un rostro, ni un brazo, no es ninguna

parte del hombre. ¡Cambia de apellido!

Porque, ¿qué puede haber dentro de un nombre?

Si otro título damos a la rosa

con otro nombre nos dará su aroma.

Romeo, aunque Romeo no se llame,

su perfección amada mantendría

sin ese nombre. Quítate ese nombre

y por tu nombre que no es parte tuya

tómame a mí, Romeo, toda entera.

Romeo: Te tomo la palabra. Desde ahora

llámame sólo Amor. Que me bauticen

otra vez, dejo de ser Romeo.

Julieta: ¿Quién eres tú que oculto por la noche

entras en mis secretos pensamientos?

Romeo: Quien soy no te lo digo con un nombre:

santa mía, mi nombre me es odioso

porque es un enemigo para ti.

De haberlo escrito yo, lo rompería.

(William Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

Neko nos llevó lejos del bosque volando en línea recta, como un amo que se desplaza con grandeza por sus dominios. El cielo que nos cubría era de un naranja fuerte y la jikán les gruñía a las aves que se interponían en su camino, las cuales huían despavoridas. En poco tiempo desapareció el bosque Herzl, y el sendero donde nos habían secuestrado recorría la inmensidad de las praderas cremosas como un fino río metálico. Tenía la esperanza de ver la silueta de los niños dirigiéndose a Arard, donde Gabriel seguramente los hospedaría y comenzaría la larga tarea de devolverlos a sus hogares; pero, salvo por algunas granjas aisladas, estábamos solos.

– ¿Todo bien? –inquirió Shieik en un susurro, con entonación somnolienta. Yo creía que desde hacía rato se había quedado dormido.

–Solo un poco de vértigo –admití.

Aunque las posibilidades nunca fueron realmente remotas, no me había puesto a imaginar cómo sería montar a Neko. Cuando Shieik me había subido a su lomo y ella se disparó como una estrella fugaz hacia las rocas que se nos venían encima, dentro de la cueva, realmente creí que nos íbamos a matar. Ahora, cada batir de alas me revolvía el estómago provocándome una gran tensión, pero la jikán volaba tranquila y sin esfuerzo, así que pronto me acostumbré al movimiento. De no ser por el extraordinario paisaje y la altura, juraría que nos deslizábamos en un catre de ámbar sobre mar.

Neko tenía el pelaje tibio y tan suave que no lograba explicarme cómo no lo perdía en las batallas.

“Debe tener raíces muy profundas”, pensé, y me tomé el atrevimiento de acariciarle la parte de atrás de la cabeza.

Un suave cosquilleo me recorrió el brazo. Ella emitió un zumbido grave con la garganta que le reverberó en casi toda la parte delantera del cuerpo. Esbocé una sonrisa mientras observaba los cambios en el comportamiento de la jikán, aquellos que me indicaban que mis acciones le resultaban agradables. Era un animal maravilloso.

Volamos varios minutos hacia el norte. A la velocidad que iba Neko resulto fácil perder el bosque de vista.

Cuanto más nos alejábamos del desierto, mayor era la vegetación. Cualquier lugar parecía apropiado para acampar, pues todos eran semejantes, así que decidimos quedarnos bajo un naranjo que, desde las alturas, parecía un pequeño arbusto. Shieik dio algunas órdenes a Neko en su propio idioma y esta se alejó volando por encima de la copa del árbol, probablemente con miras de cazar su cena. Hacía calor y no teníamos alimentos que necesitaran cocinarse, por lo que prescindimos de hacer una fogata. En cierto punto, era una forma menos de llamar la atención de Samvdlak.

Yo apenas daba crédito a cuánto se había acercado. Por un lado, siendo que él ya conocía la existencia del arma, me parecía lógico que intentara encontrarlas antes que nosotros; pero ¿había sido ese el caso y nos habíamos encontrado por casualidad, o él nos estaba esperando? Se lo quise preguntar a Shieik, pero sentía que cada minuto en tierra aportaba un grado más de tensión entre nosotros.

Nos aseamos lo mejor que pudimos con el agua que extraíamos del aire, rogando yo en mi fuero interno que se me saliera toda la pintura negra de la cara. Nos habíamos alejado lo suficiente para vernos lo menos posible si llegábamos a voltearnos por accidente, pero tampoco nos podíamos apartar mucho dado el peligro inminente, por lo que el baño fue muy incómodo y vergonzoso.

Comimos unas naranjas que estaban en su punto y luego Shieik se dispuso a curar sus lesiones más superficiales. Todavía tenía el cabello trenzado alrededor de la cabeza y me ofrecí a desenredárselo, lo cual aceptó, por lo que me puse detrás de su espalda y le fui desanudando los suaves mechones negros que ya le llegaban hasta el hombro. En sí fue una estrategia porque, como no llevaba nada encima, me revolvía el estómago verle todas esas cicatrices y heridas abiertas.

Pero Shieik parecía tener planes para mí. Sus ojos afilados mostraban un afán extraño cuando terminé de arreglarle el pelo y se encontraron con los míos.

–Princesita –me llamó para mi sorpresa con aquel apodo. Normalmente solo podría sostener su mirada unos segundos: esta vez me hundí en ella, porque había algo que no lograba encontrar y la necesidad de hallarlo era mucho más pesada que la timidez–. Ven aquí.




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