El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 24 - Estalla la tormenta

¡Sé bueno, huye de aquí, déjame solo,

yo quiero que te asustes de estos muertos!

¡No agregues otra culpa a mis pecados

desesperándome y enfureciéndome!

¡Por Dios! ¡Ándate pronto! ¡Yo te juro!

¡Te quiero más de lo que yo me quiero

porque contra mí mismo estoy armado!

¡No te quedes, camina! ¡Vive y cuenta

que un loco permitió que te escaparas!

(William Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

Shieik advirtió la energía de Samvdlak dirigiéndose a Hírtum. Nos preocupaba este repentino cambio en su comportamiento, pues siempre se había mantenido lejos y oculto (salvo en nuestro último encuentro), por lo que decidimos seguirlo manteniendo una distancia prudente. Cuando arribamos en la isla, al atardecer del 12 de lúminis, Shieik se mostraba poco conversador y estaba de muy mal humor.

Habíamos pasado la mayor parte del viaje dando largos rodeos para evitar que los habitantes de las ciudades más pobladas me reconocieran. Para colmo, por algún motivo, la herida de la flecha negra tardaba mucho en cerrarse, incluso con magia. Siempre que hacía algún movimiento brusco se abría y empezaba a sangrar.

Shieik se negaba a detenerse hasta que un día, agotado por el veneno de la oscuridad, se derrumbó en las afueras de una ciudad costera. Por fortuna Neko encontró una zona bastante encubierta junto al río Eldest, que cambiaba su nombre a Elder cuando cruzaba las fronteras de las tierras cálidas y las frías. La jikán y yo nos habíamos acurrucado junto a Shieik para camuflarnos con las sombras; pero, cuando el susodicho despertó y vio que nos habíamos retrasado, maldijo y ordenó que nos pusiéramos en marcha lo antes posible. Desde entonces había estado echando chispas por cualquier cosa, con un claro letrero en su frente que para cualquiera rezaba: no me hables, no me mires, no me toques.

Cuando nos dijeron que debíamos esperar un día más por el barco, Shieik resolvió que iríamos por nuestros medios. Trató de enseñarme a volar, pero el ejercicio no estaba dando buenos resultados. Ciertamente había alcanzado un buen manejo de mi aura, y un control del aire bastante decente, pero volar me causaba pavor.

–Shieik, aún estás herido –le recordé–. Dudo que sea buena idea.

– ¿No confías en mí? –me miró con una ceja alzada.

–No es eso, solo estoy preocupada –aclaré.

Shieik pretendía llevarme a cuestas hasta Hírtum. Era una completa locura: pretender cruzar el mar entero volando, con alguien en tus espaldas y encima en el estado en que se encontraba. No solo se ponía en peligro a él mismo, sino también a mí.

–Eso no es algo en lo que debas pensar. Yo sé cuáles son mis límites, Elízabeth. Ahora, sube.

Viajamos todo el día, sin detenernos ni siquiera cuando sus fuerzas empezaban a flaquear, aunque el avance se volvió más lento. La idea de que Shieik se desmayara en pleno vuelo ocupó gran parte de mis pensamientos, pues definitivamente nos mataríamos. A su lado iba una Neko pequeña que también estaba bastante preocupada; todo habría sido más fácil si pudieran intercalarse los turnos de cargarme, pero la ruta de barcos que partían hacia Hatenayasko estaba tan concurrida que cualquiera habría advertido a un animal enorme y prendido fuego moviéndose en medio del cielo.

Seguimos, pues, adelante, por mucho que nos ardieran los ojos y que el viento le entorpeciera los movimientos. Después de varias horas de extenuación, el crepúsculo tiñó el cielo, y casi como si se tratara de un oasis en el desierto, el joven frarlkunst se lanzó con brusquedad contra la fina franja de las playas de Hírtum.

– ¡Shieik! –grité cuando se derrumbó bajo mi peso.

Me hice a un lado e intenté darlo vuelta para cerciorarme de que estaba consciente, pero él ya me estaba apartando con el brazo, reacio a que lo tocara. Yo tenía las piernas tan entumecidas que me tambaleé hacia atrás. Durante un instante, mientras Shieik me daba la espalda, creí que sus fuerzas se desvanecían por completo; pero enseguida pareció recuperarse con una determinación frígida.

– ¿Cómo te encuentras? –le pregunté, y cuando se dio la vuelta me llevé una mano a la boca. Tenía la camisa llena de sangre.

–Creo que peor que antes. Se abrió otra vez.

– ¡Te dije que no era buena idea! –exclamé–. Podríamos haber esperado, no es necesario que te fuerces tanto. Necesitabas recuperarte.

Shieik se quitó la camisa de un tirón, rompiéndola como si fuera de papel, y, con magia, la transformó en otra parecida pero de color borgoña. Era un poco perturbador… una prenda teñida con su propia sangre. Mientras se lavaba en el mar y se vestía, sin ningún atisbo de pudor, traté de esconder lo incómoda que me sentía.

–No sabemos cuánto tiempo tenemos ni qué esté planeando hacer Samvdlak –contestó al regresar.

– ¿Estás preocupado?

Mi compañero soltó una risa apagada. Amagó para despeinarme, como siempre lo hacía; pero al final se retractó y nos pusimos en marcha.

La penumbra desdibujaba el paisaje a medida que el crepúsculo terminada de tender una capa negra sobre el cielo. Aunque algunos detalles se me hacían familiares, parecía que estuviéramos en una isla completamente distinta. Era increíble la medida en que un territorio cambiaba según el ángulo que transitas.




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