El Barrio Delouis

Cap. 2. Tortura

Bostece pesadamente y me senté en la orilla de la cama, ya no estaba mi hermana y eso provocó una sonrisa victoriosa. “Tu no estás dentro y tienes una oportunidad” fueron las últimas palabras que le dediqué a mi hermana.

Llegué a los escalones custodiados por los colegas y subí al hogar de Terkan, si es que a un lugar con drogas, armas y prostitutas se le podía llamar hogar. Entre y ya estaban todos ahí, Mark sentado en un banco con su cigarro, su segundo parado de brazos cruzados, el jefe de espaldas con la mirada en la comida de la mesa y unos cuantos en las orillas. Tan pronto llegué, pronto Terkan me pasó un sobre manila que al sacar su contenido noté fotos, recibos, notas y direcciones. Mierda.

Pasos fuertes se escucharon del lado del pasillo y desvié mi vista hacia la entrada, traían al detective atado de manos y con más palidez de la normal, se le notaba cierta deshidratación por sus labios secos y era obvio que no estaba acostumbrado a ese trato, el sujeto necesitaba agua con este calor y por las 12 horas que había pasado sin consumir algo.

Sabía lo que venía a continuación, algunos golpes, palabras amenazantes, el interrogatorio y en conclusión una bala en el cráneo. Sin embargo, en la evidencia recolectada no solo involucra al barrio enemigo sino a DeLouis como mediador para mandar el paquete al lugar de paso y estaba casi segura que por ese simple motivo, Terkan no lo mataría. El relacionarnos con el lugar de paso era un asunto más importante que toda la evidencia del barrio enemigo.

—Así que dime, Paulito – incluso a mí me supieron agrias su palabras pero debía estar acostumbrada – ¿Cómo sabes que somos intermediarios para mandar la droga? ¿Quién es la rata?

—Nadie. – trago grueso y procedí a ver las fotos de nuevo, era probable que le haya sacado información a uno de los tipos de las fotos. Levanté la vista y el sujeto no paraba de mirarme ¿Qué no tiene algo mejor que hacer? No. Alterné la vista con el jefe y no se veía contento.

— No solo eres un maldito detective, sino que pretendes quitarme lo que me pertenece. – sacó su arma y lo golpeó haciéndolo sangrar – Dime ¿Por qué investigabas a los Manolio?

— Pensamos que tenían que ver con la droga enviada a Centroamérica, pero ahora veo que son unos pobres diablos los responsables – sonrió de lado. Este tipo no apreciaba su vida, empecé a tenerle un poco de odio por eso.

— Tienes agallas, cabrón. Haremos esto, nos darás toda la información de los Manolio y quién te envió, luego te matamos, – lo tomó del cuello casi asfixiándolo y terminó – mejor aún, cómo estas tan interesado en ciertas personas. Yoi, preciosa tu nos harás el honor.

— No… no lo haría – su semblante cambió, de nuevo a incredulidad y su voz entrecortada me apuñaló. Lo cierto es que no quería, pero debía.

Me arme de valor y oculte todo el miedo que antes había sentido, lo ví a los ojos segura de lo que decía, esa niña de trece años quería salir corriendo pero ya no era una niña, y solté la pregunta — ¿Quieres apostar?

— ¡Fabuloso! Omega llévalo de nuevo a la cancha – me quitó los papeles de las manos y los lanzó a uno de los cajones – y enséñale un par de jugadas, Yoi tu también. Mark vente conmigo.

— Sí – respondieron pero yo me quedé callada esperando para salir de la casa.

Esa niña, saber que mis cinco años en la pandilla habían sido para volver al principio me calaba cada hueso del cuerpo. Yo era una niña cuando entre en todo esto y saber que a diario se involucraban aún más niños de todas partes y en todo el mundo no por fuerza a una pandilla pero si al tráfico sexual, al tráfico de órganos y todas esas cosas malas a las que yo pertenecía. Lo que estaba a punto de pasar solo seguía para mal y me recordaba a un pasado que intentaba ocultar en seriedad y obediencia. Una maldita obediencia con apellido de amenaza.

Entramos a la casa de láminas que en algunos pedazos no había techo, nuestros pies pasaban tierra y la misma silla vieja nos acompañaba. Omega sonreía en placer y por más víctima que pudiera ser, solo se había convertido en el monstruo que es hoy. El resto se quedó afuera a esperar.

Así comenzó, Omega le dió un puñetazo en la cara y lo hizo chorrear sangre, otro más en el costado, con el mango de la pistola le saco el aire dejando al sujeto inmóvil, un golpe en la quijada haciendo crujir sus dientes, otro en su costilla derecha y como a Omega le gustaba la matanza, decidió desatarlo. Prácticamente le estaba dando oportunidad de defenderse, pero con tantos golpes, no sabía cómo iban a “pelear”. No sabía si lo hacía para molestar o para no rendirse, pero el rubio siempre se levantaba casi pidiendo más.

— Yoika… – me llamaba el moreno empapado en sudor y agotado por el esfuerzo – toma, – me pasó el arma – ya me harto este cabrón.

Era obvio. Todos se rendían en la tercera ronda de golpes, pero este sujeto seguía ahí tirado en el suelo esperando otro golpe, a este paso nunca acabaríamos y el sujeto terminaría muerto a golpes. Me acerque y lo tome del cuello, su pecho estaba magullado y con manchas rojas que resaltan en su piel blanca. Dos golpes, solo dos golpes pude darle. Calculé la posición del golpe y la fuerza suficiente para dejarlo inconsciente con el arma.

— ¡Estás loca! Esto aún no acababa.

— Lo sé, pero si lo drogas un poco y lo sigues golpeando cuando despierte apenas y podrá respirar. – solo era una idea, no quería que me hiciera caso.

— Estúpida.

— Te lo hice más fácil. – le di la espalda con la esperanza que no me tomara la palabra.

El calor abrasador me hizo agachar la cara y levanté las manos que ahora estaban manchadas con colores carmesí, no es que le hubiera roto algo, pero ya estaba muy golpeado. Me alejé discretamente para llegar y subir por la ventana de mi casa, no quería que la señora se preocupara.

Llegué al pequeño lavado que teníamos y enjuague la sangre de mis manos, desesperada para que la sangre escandalosa no se quedará impregnada. Me ví al espejo viejo y con una rajadura, quise ver más allá y lo único que pude ver fue la cara hinchada de ese detective. Ví como poco a poco esas víctimas se iban acumulando en mis ojos, ví como cada golpe no solo era una consecuencia, sino también una pesadilla. Ahora, el único error del detective había sido venir a DeLouis, sacudí mi cabeza y me cambié la camiseta.




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