El Barrio Delouis

Cap.4. Marcelito M.

Habíamos caminado por toda la costa, el sol nos abrazaba por la mañana y en la noche, la luna nos sonreía sin poder quitar el calor. Antes de llegar al otro lado de la costa, la perrera, nos detuvimos para descansar. El camino era corto, pero no podíamos dejarnos ver y tampoco era que tuvieran el privilegio de andar por la carretera como si nada, el enemigo no tenía que saber de nuestra llegada. Ninguno se atrevió a hablar o dormir, solo bebimos un poco de agua. Ella no dormía por miedo a que yo le hiciera algo y yo no dormí por la impaciencia de llegar.

Retomamos camino cerca de las 10:15 p.m., a esta hora el paquete ya habría sido entregado y yo estaría feliz tomando cerveza y fumando, pero no. Aquí estaba, observando no muy lejos, como nos esperaban las luces de la perrera, al igual que nuestro barrio, había una carretera al frente y una playa un poco más estrecha. Buscamos un lugar donde escondernos y hallamos una entrada a un costado por un callejón. Lo bueno, es que aquí había puntos vulnerables, en DeLouis, cada salida y entrada, estaba vigilada por uno de los nuestros y por eso se nos había hecho muy raro que el maldito detective hubiera entrado, había una rata entre nosotros y no era yo.

No había nadie, como supuse las calles a esta hora estaban vacías, excepto un lugar. Había una especie de escuela donde la maya acorralaba un pedazo lo suficientemente grande para que los niños jugarán y justo ahí la guíe. Caminamos sigilosos y agachados, logramos ver el objetivo. Llevaba una playera anaranjada con un logo maltratado, pantaloneta azul con algunos rayones, piel mulata, ojos fijos en la pelota azul como su pantaloneta y unos zapatos pequeños que indican unos diez años.

Gire mi cabeza para observar y sus ojos me decían que ya sabía. Sin hacer ruido me acerque lentamente, pero me sostuvo del brazo y susurró algo como “estás loco”, no le preste la mínima atención y asegurándome que nadie me veía, corrí hacia el niño de espaldas y le tape la boca para que no gritara, al principio luchó, grito y pataleo pero como pude, lo inyecte. Ya había visto a este niño antes, pero nunca supe quien era su familia ni nada, así que supuse que un niño menos sería un favor a la comunidad decadente que no tenía para comer.

Lo cargué sin mucho cuidado, pero sabía con demasiada obviedad que Yoika estaba por completo en contra y muy molesta. Esto apenas empezaba. Caminamos hasta hallar un lugar seguro, lo cuál nos guío hasta uno de los muelles abandonados del lado de abajo, en una pared. Dejé al chico, tomé la foto y comencé a sacar la botella de agua. La verdad, le estaba ahorrando años de sufrimiento, en el fondo yo hubiera querido esto para mí. Muy en el fondo.

— ¡Basta, es solo un niño!

— Escuchaste a Terkan, el primero que se les cruce enfrente – sonreí solo para molestarla.

— Lo hiciste a propósito.

No dijo nada y le eche agua al chico en la cara, despertó hasta el momento que casi se ahoga, con los ojos deambulando y más desubicado que Yoika en este lugar, cuando reaccionó se alejó hasta topar con la pared. Los ojos del chico superan el miedo y el susto, lo tome de la camisa y no dijo nada, hasta que emitió un sonido cuando mi mano se estampó en su frágil mejilla dejando una marca rojiza. Cuando el niño observó detrás mío, fue el momento indicado para tirarlo al suelo y darle una patada en su abdomen, el chico estaba sudoroso y encogido tratando de inhalar aire. Yoika intervino antes que pudiera sellarlo.

— ¡No! – se ahogó en un grito porque de lo contrario nos atraparían – ¡Eres un enfermo, deja al niño!

— ¡Cállate! – eleve un poco la voz – se hará lo que yo diga.

— Déjalo en paz, – sus ojos se aguaron pero no dejaba salir las lágrimas – por favor...

— Tranquila, haré que no le duela ¿Cuál es tu nombre?

— Mar... Marcelo. – dijo entrecortado y temblando.

Sabía que eso la provocaría y mientras le seguía pegando al chico, ella intentaba quitarme, pero olvidó que yo tenía una navaja y la corté en el brazo. No era una cicatriz tan grande como la de mi ceja izquierda, pero estaba seguro que la marcaría de por vida. En un momento ella abrazaba al niño ensangrentado y con una gran fuerza logré pegarla a mi, de frente al chico. Coloque el arma en su mano.

— ¡No diré nada, por favor! ¡Por favor déjenme ir! – lloraba.

— Anda, termina con su agonía – susurré cerca de su oreja.

— No... – tembló.

— Yo te ayudaré – ambos sostenemos el arma y poco a poco hago que su dedo aprete el gatillo, hasta que el ruido la dejó estática. Quieta, sin hacer nada más que tener sus ojos en blanco.

Marque al chico, tome de nuevo una foto y empaque todo. Observé de nuevo a Yoika, quien seguía casi hincada enfrente del chico, ambos tenían su camisa manchada y la pequeña diferencia era que la protegida de Tarkan no tenía moretones. Le ofrecí mi mano y giro a una casa, retrocedió dos pasos y temí que alguien nos viera, pero no ví a nadie. Salió corriendo, la seguí y ya no me importaba llegar después de ella o antes. Estaba hecho, un Marcelito menos.

Paulo

Era pasado el mediodía y yo estaba en la boca del lobo, al lado de Terkan, observando cómo sus hombres se movían de un lado a otro sosteniendo armas, no querían que le pasara nada al jefe. Claro, en un mundo donde la justicia era un pandillero y la ley era la droga, no se esperaba menos de la seguridad, si es que así le podemos llamar.

Apenas unos minutos atrás hablábamos de cuánta seguridad podía otorgarles, pero me negué con muerte como sentencia y, sin embargo, esa muerte jamás llegó y a cambio ahora teníamos este silencio que se seguía prolongando. Al principio pensé que moriría en esa cancha, luego creí que moriría en manos del tal Omega, pero está enorme prolongación de muerte solo me anunciaba que se quedaba sin paciencia y eso no era bueno. No me dejaría tiempo para mí plan de contingencia. No era un hombre que se rendía fácil o que no buscaba soluciones, pero mi enemigo tenía rostro y se llamaba Terkan.




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