El Barrio Delouis

Cap.8. Todos somos asesinos

Dos disparos chocaron en la pared y me agaché para buscar al culpable, era un chico a unos cinco metros que estaba detrás de una casa, disparé, pero no lo maté. Solo lo asusté y trote lejos para no poner como blanco mi casa. Gire en el callejón, pero escuché pisadas y aún si fueran los colegas, no quería que me vieran. En efecto eran ellos con escopetas recortadas y armas de calibre pequeño, pero suficiente para matar a unas quince personas. Me quedé escondida entre una esquina y el callejón para que no me vieran y cuando todos se fueron yo bajé por dónde ellos subieron. Hice el más mínimo ruido y mantuve el arma arriba.

Me acerqué al área del centro, un lugar que era poco probable que atacarán porque había muchos callejones y simulaba un laberinto con muchos topes, así que, con cuidado me adentré en los lugares que ya conocía. A ratos podía sentir como si las balas estuvieran atrás mía, pero al girar, no había nada. Busque en los callejones, en las esquinas, detrás de algunos botes de basura, entre láminas y madera tirada. Subí algunas casas, con la esperanza que hubieran entrado pero no. Lo único que podía ver a través de esas casas eran las luces parpadeantes de cada disparo. Mis nervios subieron la intensidad de mi caminata y me dirigí más al este para buscarlos.

Bajando unas escaleras me tope a un tipo que derribe de un balazo. Es cierto, no quería más muertes, pero si lo veía “es defensa propia” podía matar a cualquiera, además los quitaba del camino para encontrar a mis primos y no los mataba por venganza ajena. Me detuve un segundo y ví a mi alrededor para verificar que nadie estaba cerca. Mi pecho subía y bajaba, mi cabeza daba vueltas y mis oídos estallan por los disparos. Hasta que escuché un grito, un grito que reconocí de inmediato.

Poco a poco los disparos disminuyeron y temí por ese momento. Seguí caminando hasta llegar enfrente de una casa amarilla, no muy lejos de la carretera, pero lo suficiente para que nadie nos viera desde ese punto. Ahí estaban, Luis sostenía un arma con las manos temblando y Carlo le tapaba la boca a un sujeto que parecía estar pintado de tatuajes. El tipo estaba sufriendo y sudaba por tanto dolor. Me agaché para quitarle lentamente el arma a Luis, pero este tenía la mirada perdida en la sangre.

— Mírame, Luis por favor. – dejé las armas a un lado y lo tomé por las mejillas para dirigir su vista hacia mi.

— Yo no quería ¡Te lo juro!

— Shhh – lo calle, pero no porque no le creyera sino por el silencio. Ese silencio. Uno que marcaba el momento muerto.

— Yoi, perdón, nosotros lo vimos y… Luis disparó y…

— Shhh, basta. No pueden hacer mucho ruido ahora.

— ¿Ya se fueron? ¿Por qué no disparan? Yoika, ¿Qué hacemos? – Carlo estaba nervioso y su melena estaba muy erizada.

— Aún están aquí, es solo el momento muerto.

Ese momento donde todos se reposicionan y atacan en silencio, con sus manos, tomando todo lo que quieren, ese momento donde cargan armas y dónde consiguen otras, ese breve, pero eterno momento donde la muerte es silenciosa y comienza la estrategia para hallar puntos débiles en el territorio. Pero DeLouis no tenía puntos débiles, los débiles eran aquellos que disparaban porque tenían familia, yo tengo una…

— No podemos dejarlo aquí – susurro Luis saliendo del trance.

— Debemos. – dije sin sentirme muy orgullosa.

— ¿No puedes curarlo? O al menos llevarlo a un mejor lugar. – Carlo aún tenía la boca tapada y por un segundo los ojos del sujeto se toparon con los míos, pero no pude ver nada más que odio.

— No. Vamos a dejarlo aquí, ojalá y alguien lo encuentre. – quite Carlo de donde estaba y tomando de la camisa al tipo dije – Si haces algún ruido te matan, mantente callado hasta que escuches de nuevo disparos.

— ¿Me estás perdonando la vida? – por un segundo ví miedo en su rostro – ¿Por qué?

— No te perdono nada. No soy quien para decidir eso. – me gire en dirección de mis primos y ellos asustados por lo que pasó, se dieron la vuelta para irnos.

— Gracias. – gire para verlo de nuevo y su rostro era distinto.

Casi en cámara lenta, vi como tomaba un arma señalando levemente a Carlo, no pasaron dos segundos y mis manos se posaron en su cuello haciéndolo girar, pero no quería.

— No lo hagas ¡Por favor! – susurré en su oído, pero poco a poco fue apuntando más y más dispuesto a disparar. – Perdón. – un crujido resonó en el silencio y los chicos se giraron a ver qué pasaba.

— Yoi… – tomaron el arma de la mano del tipo y yo lo recosté en el suelo frío.

— Vámonos. – Caminamos dos pasos, Luis con un arma y yo con otra, se la quite de la mano.

— ¿Se supone que ahora haces lo que quieras? ¿Se supone que ahora ellos maten a alguien sin ser parte de la pandilla? – No, no, esa voz era lo último que quería escuchar. Esperé a que fuera un sueño, pero la mano pesada y tosca que se posó en mi hombro, me dijo que no. – Tu sabes lo que significa que maten a alguien sin permiso.

— Ellos no…

— Le acabas de quitar el arma a Luis. Todos los vimos ¿No es así? – a un lado, otros tres asintieron y no pude negarlo. – Terminemos esto y luego le contaremos a Terkan.

No dije nada, lo cierto es que no había nada que decir. Lo que menos quería era que Omega se diera cuenta, pero supuse que este era el momento que estaba esperando. Un error, solo uno para terminar de hundirme. Y ni siquiera un error mío y por eso mismo quería a mis primos, para hacerlos cometer un error, ahora, lo habían cometido y, casi, en defensa propia porque de no estar aquí nada habría pasado.

Caminamos en grupo y llegando a la tienda de carnaval alguien nos interceptó, dos disparos letales dejaron tirado al hombre y nos movilizamos más rápido, pero antes de seguir, abrí la puerta de la tienda y empujé a mis primos. Debía esconderlos, al menos hasta que esto acabará, porque tal vez luego no podría. Cuando cerré la puerta y seguí a los demás, los disparos siguieron más y más fuertes, me quedaban unas seis balas. Antes de poder alcanzar a los demás, dos tipos me interceptaron y disparé tres balas. Revisé las armas de los tipos, pero justo se habían quedado sin balas.




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