El Barrio Delouis

Cap. 13. Resistencia

Paulo

Yo podía soportar, podía ser una alfombra para que pasara, para que saliera. No porque quería ser el héroe, eso no tenía nada que ver, pero para mí, uno, significaba un cambio, una semilla que se podía salvar de pudrirse. Ella ya era señal de cambio.

Era más de lo que podíamos soportar, yo también era humano y necesitaba ayuda. Sabía que si le hablaba al capitán, habría esperanza, una salida más favorable que salir corriendo, sabía que podía mejorar. Saque el teléfono que tenía dentro de una almohada y marque el único número que tenía registrado.

Aló.

Capitán.

¡Joder! Estuvimos a punto de mandar a alguien más ¿Que carajos, Castillo? Llevas seis meses sin llamar, el trato era una vez al mes…

— Disculpe, – interrumpí – luego de los Manolio, vine al Barrio DeLouis. – me detuve y hubo un silencio, sabía que estaba preparando su reprimenda.

¿Que carajos? De ese lugar nadie escapa ¡¿En qué mierda estabas pensando?!

— ¡Basta, escuché! – de nuevo un silencio, sabía que en el donde hervía de la cólera – Necesito un favor, en menos de dos meses saldré de aquí, pero no saldré solo.

Al menos conseguiste un informante...

— No, – aclare de inmediato – es una víctima, pero necesito su ayuda para sacarnos de la ciudad el día que nosotros nos vayamos de aquí.

¿Quién es? No me digas que es parte de su pandilla.

— Lo es. – escuché un golpe de escritorio y ante todo pronóstico, continúe – No tiene la marca y por eso debemos irnos en menos de dos meses. Ayúdeme a conseguir una visa a cualquier lugar y otra identidad. Sus características son pelo negro, ojos azules, mide aproximadamente 1.65, un lunar en su cuello del lado derecho, pelo ondulado largo, piel blanca…

Mierda, – me interrumpió – ¿Es mujer?

— Sí, pero eso no cambia nada.

Hubo un silencio prolongado.

Solo responde esto, Paulo, ¿Te enamoraste de ella?

— Capitán, ¿Puede, solo, ayudarnos?

Suspiro – Sí, claro que puedo. Tendré todo listo, márcame el día que necesites que te recoja. Una llamada bastará para mandar todo y recogerlos.

— Gracias.

Cuídate, no dejes que te maten. – antes de colgar añadió algo – Cuida todo lo que te importa. Buena suerte.

Sostuve el teléfono y lo escondí debajo del colchón. Me detuve un momento, solo uno, y eso fue suficiente para darme cuenta de la realidad. ¿Estaba escondiendo algo más con la excusa de que ella merecía una vida? Tal vez sí, tal vez si estaba escondiendo algo más dentro de mí, pero me resultaba difícil aceptarlo. Primero debía sacarla de aquí, luego me daría a la tarea a ver si podía permitirme quererla.

Yo la seguía esperando, esperaba que apareciera porque su tarea era vigilarme, y la mía era observar. Daban las 11:45 p.m. y apareció. Desde la pequeña ventana me asomé y le sonreí, como respuesta, también me sonrió. Era la primera vez que me sonreía de esa forma, tenía esperanza, sonreía de manera que mi corazón saltó. El calor se subió a todo mi rostro y no hice más que alejarme lentamente, viendo como su sonrisa desaparecía tras la distancia.

Me tiré al colchón viejo y recordé de nuevo su rostro, la primera vez que la vi, cuando lloro en mis brazos, el día que me apunto con el arma, sus ojos azules advirtiendo sobre la vida aquí, su sonrisa… lo cierto es que yo no veía nada en el techo, pero como idiota, le sonreía al techo como si ella estuviera frente a mí, sonreia como un imbécil, pero si sonreia por ella, podia ser un imbécil toda la vida. Me levanté de la cama y de manera arrebata, ilusa y caprichosa, marque de nuevo al número del capitán.

— Necesito un último favor.

Sí, claro. Te escucho.

Yoika

Al día siguiente de la entrega del paquete no hubo mucho movimiento o eso creí hasta que escuché balas. Cuando se escuchaban gritos y un par de llantos, era porque alguien se lo merecía, pero cuando solo se escuchaban las balas y algunos de los “lagartos” (así les llamábamos a los que estaban vigilando en los techos) bajaba a inspeccionar, era porque eran balas entre la pandilla.

Los favoritos del jefe debían acudir por cualquier circunstancia y, sí, yo debía ir. Llegué hasta las escaleras y tres balazos seguidos me hicieron preguntarme ¿Dónde está Mark? En todo el día no lo había visto, de hecho, desde ayer por la noche no había rastro de él. Camine más a prisa hasta llegar al cuarto de reuniones. Sí, había un cuerpo, sí, era uno de los nuestros, pero no era Mark. Era Rapiña, un sujeto esquelético, uno de los informantes, un padre soltero de 24 años y con una historia para contar si estaba muerto.

— ¿Quién más? ¡¿Quién más quiere acabar como Rapiña?! ¿Acaso no lo he dejado claro? Aquí mandan los DeLouis, nadie más entra a este territorio creyendo que puede chantajearme. – estaba molesto, giró en mi dirección y no comprendía bien su enojo – ¡Y tú! ¡Tú serás la única que haga prevalecer el maldito apellido! ¡SAQUEN EL MALDITO CUERPO! Y se me largan. – quise irme, moví un centímetro de mi cuerpo – No no no, tu te quedas aquí. ¡Largo todos!

Hablaba como loco y estaba más desesperado de lo normal. Ya sabía a lo que se refería, pero sobre cualquier cosa, prefería ahogarme en este maldito lugar, seguir soportando las muertes, los disparos, los gritos, el martirio de matar inocentes, yo aún podía con eso, pero los planes del jefe eran diferentes, yo no quería eso, prefería la muerte que ser parte de ese maldito legado. Prefería arriesgarme a matarlo yo misma antes que acostarme con él y darle… darle un hijo con este maldito apellido.

— Sobre mi cadáver.

— ¿Qué?

— Ya escuchaste. – necesitaba firmeza, pero tenía miedo, porque ese hombre, tomaba todo cuanto quisiera sin importar el precio. – No quiero y tampoco pienso acostarme contigo.

— Pero así las cosas. – se acercó y me acarició un mechón de cabello. – Si no haces lo que digo te va ir muy mal, escúchame ¿Sí? – lo empuje hasta alejarme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.