Yoika
— ¡Déjame! ¡Terkan! – me tomaron de la cintura y, literalmente, me arrastraron hasta un auto negro de vidrios polarizados. En toda mi vida había visto un auto igual, era de Halcón. Gire en dirección a Terkan que, de hecho, se alejaba para salvarse el pellejo… el plan se había ido al carajo. “Lo sabía, pensé, no valgo la pena, solo me tomaron el pelo al creer que tenía oportunidad”
Hace 5 horas
Preparamos las armas y el peso de una sola, caía sobre mi mano como una esfera gigante de plomo puro. Mantuve la calma y me obligue a mostrar seguridad con la idea que sería la última vez que tendría un arma en las manos. Tenía que hacerlo, yo podía, pero el peso de todo se estaba acumulando de nuevo. Levante la vista lentamente y, ante mí, había un par de niños que jugaban con las armas, les ponían municiones y hacían de “disparase” sin tirar del gatillo. Me contuve lo más que pude para no gritarles o al menos llegar y arrebatarles el arma, pero Héctor se adelantó y les sacudió la melena.
— Cuando disparen den justo al pecho, sino los cabrones no se mueren.
— ¡Sí! – respondieron al unísomo.
Así se manejaban las cosas, siempre había sido así. No porque uno de nosotros, yo, tuviera una oportunidad de una vida mejor significaba que todos la tenían. De hecho, por eso cada quien veía por sí mismo. Esos niños tenían alrededor de 12 años y ya sabían como usar un arma, esos niños eran parecidos a Mark y a mí. Todos estaban ahí preparando algo, armas, bombas, incluso pedazos de madera con clavos… la oportunidad de hablar con esos niños para que no lo hicieran no existía. Pero si alguien me lo hubiera preguntado, si alguien siquiera se hubiera preocupado por la salud de esos niños, seguro que dirían algo así como:
— Si usas esa arma te vas a arrepentir toda tu vida y nunca habrá marcha atrás. No quieres vivir con ese demonio.
Pero nadie lo hizo, yo no lo hice, sencillamente no pude. Los niños corrieron lejos y no tuve la oportunidad para detenerlos, no porque no quisiera, sino porque si lo hacía a mí me quitaban la mía. Baje la vista por la frustración y me fije que el arma que estaba armando ya estaba lista, solo faltaba la carga que tenía en la mano izquierda. No supe en qué momento la armé tan rápido, pero ya lo había hecho para cuando los niños se alejaron del cuarto.
...
Contuve la respiración un momento y repasé lentamente el plan, de nuevo. Era simple. Paulo llevaría un traje parecido al de los militares para confundirse entre la gente de Halcón, trataríamos de llegar hasta las afueras donde nos esperaba un contacto de Paulo para sacarnos de ahí, luego de eso hacía la ciudad. Ya lo había visto con el traje puesto hace dos noches, pues el doctor se lo había llevado y al ser el único que tenía permiso de salir y entrar, podía cubrir sus huellas. Paulo se veía diferente, pues incluso usaba una mascara y en su manga derecha tenía un cordón blanco solo por si no llegaba a diferenciarse por completo. Simple, se haría pasar por un hombre de Halcón y lo dejarían “irse” junto conmigo.
A Febe la habíamos sacado hace una noche, en plena madrugada, cuando el cielo oscurecía en su punto más fuerte y junto con Terkan, la enviamos hacia la ciudad donde se quedaría dos días en un motel y luego el contacto de Paulo se la llevaría a un lugar seguro. ¿Por qué no irnos de una vez? Porque mucha gente sabía que yo estaba esperando irme y sería demasiado sospechoso que Terkan no diera la orden de perseguirme cuando, claramente había huido, pero si me atrapaba un hombre de Halcón ya no había marcha atrás y tendría que dejarme ir. Así de simples eran las cosas y todavía más simple la huida.
Estábamos a una semana del tatuaje y del “nombramiento” oficial, pero nunca llegamos a eso. En cambio, escuchamos balas y unos gritos de unas cuantas personas, lo que me hizo caer en la cuenta de que hoy era el día. Después de meses forcejeando con Paulo para que me sacara de aquí, por fin era el día. Cada quien sabía qué hacer. Todos caminaron en dirección a casa de Terkan, algunos se fueron directamente hacia sus posiciones pues ya llevaban armas. Yo, me dirigí a mi casa. Era la primera vez que volvía después del secuestro. Esta vez entre por la puerta, la señora se levantó asustada, y la abuela en su lugar se removió en su asiento. Sí, así eran las cosas para ellas también. Sólo entonces entendí que no importaba si me quedaba o me iba, ellas seguirán viviendo así, asustadas y temerosas de todo y todos porque nuestro mundo las obligaba.
— ¡Hay Dios! ¡Mi niña, estás bien!
— Sí, abuela. Que buena verlas. – me acerque y las abrace, una por una. – Debo decirte algo…
— No, mi vida, déjalo. Está bien. – Sonrió, esa mujer sabía lo que estaba punto de decir y hacer sin siquiera empezarlo, sí, ella no me dió a luz, pero era por todas partes mi mamá. – Toma, Yoika. Tu hermano iba a dártelo en tu cumpleaños.
Mi cumpleaños número 19 era dentro de dos meses, pero ambas sabíamos que ya no estaría aquí para entonces. Me entregó una bolsita de papel café. Adentro tenía un collar con un triángulo de cuarzo negro que estaba amarrado con un alambre al hilo negro grueso. Ese triángulo representa tanto, porque una vez juramos, como hermanos, que nunca íbamos a separarnos pese a estar en otro lado o en el peor caso... Era obvio que lo único que había comprado era el cuarzo, pero me hizo sonreír tanto que cuando levanté la vista, ya tenía lágrimas en los ojos.
— Gracias, mamá. – la felicidad no duró mucho, pues a lo lejos escuchamos balazos. Ahí supe que aún faltaba mucho para permitirme ser feliz.
— Anda, mi niña. No te preocupes por nosotras… – soltó la abuela, levantándose. – Toma esa oportunidad.
— Hazlo por nosotras. No veas atrás. – me acerqué para abrazarlas y fue como dejar un pedazo doloroso de mí en ellas. No quería decirles adiós.
— Las quiero. – dije en su lugar. Luego salí de ahí, sin ver atrás, porque mi mamá y yo sabíamos que sí lo hacía, no podría dejarlas.