Seis meses después
Asegure la ventana, luego la puerta que daba a las escaleras de emergencia y después tome un bolso negro que yacía en la mesa de centro, esperando. Lo cierto es que no llevaba más que mi teléfono, la tarjeta del café donde estoy trabajando y una cajita de fósforos, no sabía porqué pero siempre la llevaba incluso al trabajo. Baje por las escaleras y me detuve en la recepción. Ahí estaba, parado con un traje azul oscuro, camisa blanca y la corbata que le había regalado hace una semana por su cumpleaños número 27, cuando me dijo que tenía 26 años, seguía sin creerlo. Pero viéndolo así vestido ya tenía más pinta de tener su edad. Yo, en cambio, llevaba un traje completo de pantalón y blusa sin mangas casi del mismo tono azul con un cinturón negro y el cabello recogido.
— ¿Lista? Te ves linda con el traje.
— Sí. Gracias.
— ¡Ay! La etapa de los piropos es la más bonita. – gire para ver al anciano que bien podría ser el abuelo consentido de todos, me recordaba a mi abuela. – Perdonen, jóvenes, ignoreme.
— No se preocupe, tiene razón. La etapa de los piropos es la más bonita. Vamos, nena, se nos va hacer tarde.
— Sí, ahora largo. Linda velada.
Salimos del edificio y nos subimos al auto. Hace unos meses habías llegado a Buenos Aires y ambos habíamos conseguido un trabajo, él como asesor de casos en la agencia de policía y yo como barista en un café del centro. Más tarde me enteré que el hombre que nos había ayudado era su jefe en ese momento, el capitán de su división. Luego, cuando llegamos a Buenos Aires, Bernardo nos ofreció una identidad y un trabajo. Cuándo llegamos Fede ya estaba ahí, de hecho, trabajando también. Nos manteníamos en constante comunicación y su bebé estaba a unas tres semanas de nacer, pero por lo pronto estaba bien.
Las cosas iban mejorando, al menos laboralmente. Paulo y yo estábamos viviendo juntos en un departamento pequeño. A veces las pesadillas volvían y el insomnio regresaba, en esos casos me levantaba e iba a la ventana de la sala, solo para recordarme verdaderamente el lugar en donde estaba, porque el noventa por ciento del tiempo, no bastaba con estar en una cama decente, la realidad había cambiado de manera brusca, pero mi subconsciente aún no lo asimilaba del todo.
Algunas veces Paulo se despertaba y se acomodaba a mi lado en el sillón con una sábana por el frío, al final se quedaba dormido sobre mis piernas mientras yo le acariciaba su cabello dorado y al despertar se ofrecía para hacer el desayuno. Otras veces cuando las pesadillas eran muy intensas y me despertaba de un grito, tenía que sentarme en la cama y esperar a salir verdaderamente de la pesadilla, a veces tardaba horas y otras, con la mirada de Paulo bastaba para volverme a dormir. Siempre era diferente y agotador, pero a pesar de todo eso, Paulo nunca aceptó dormir en habitaciones separadas porque no le gustaba la idea de dejarme lidiar con eso, sola. Al principio me negué por cosas ajenas a él, pero siempre respetó mi espacio y nunca me ha presionado para tener algo íntimo, eso es algo adoro de él, hemos tocado el tema, pero nunca me ha insistido y, de hecho, prefiere que me tomé mi tiempo antes de intentar algo. Algunas heridas siguen sin sanar, pero poco a poco he aprendido a lidiar con ellas, no del todo, pero al menos es relativamente soportable.
— ¿Quieres bailar? – regresé al verdadero presente y me ofreció su mano y la tomó, insegura.
— Sabes que no se bailar muy bien.
— Y, ¿Quién dijo cómo se baila bien?
Nos acercamos al centro y poco a poco empezamos a bailar. La gente a nuestro alrededor no desaparece y tampoco olvido el lugar en donde estoy, porque todas esas personas hacen que este momento sea real y con eso me conformo, con lo real y nada doloroso del momento. Porque hacerlos desaparecer me puede llevar demasiado lejos y ya he estado ahí. Así que me adapto a esta realidad, sin olvidar en dónde estuve y en dónde estoy ahora.
Paulo
Muchas cosas habían pasado. Pero lo que más me reconfortaba era verla frente a mí con esos hermosos ojos que volvían a recuperar su brillo. Las cosas podían ser agotadoras, pero con ella como motivación e inspiración, era suficiente. Mientras bailamos, un hombre de traje llama mi atención pues tiene un audífono en el oído y no es parte del equipo de seguridad del restaurante, pues ellos usan traje corinto y él tiene traje negro. No hago ningún movimiento al respecto hasta que otro hombre se acerca y ambos caminan en nuestra dirección. Esto solo significa una cosa, el pasado venía a nosotros, sabía que pasaría y sobre eso, acepte seguirla.
— Nena, escúchame. Vamos por tu bolso a la mesa y luego salimos de aquí. Actúa normal ¿Sí?
— Claro, pero ¿Por qué? – sabía que iba a preguntar eso y no tenía una respuesta concreta, solo una teoría.
— Creo que esos hombres nos estaban siguiendo. – Le tomé de la mano y salimos del restaurante.
En el saco tenía un arma pequeña y otra en la pantorrilla derecha, pero no quería sacarlas hasta estar seguro. Cuando llegamos a la esquina del restaurante note dos cosas, Yoi se había dado cuenta que alguien nos estaba siguiendo y que no había casi nada de gente para ser las 10:00 p.m.
— ¡Ey, Paulo! – fue entonces cuando giramos en la esquina y tratamos de huir.
Nadie me conocía por ese nombre, al menos no en Buenos Aires. Los sujetos nos siguieron y más adelante en esa misma calle, nos interceptaron otros dos. Ya había sacado un arma, de inmediato saque la otra, no quería darle ninguna a Yoi para no hacerla pasar por esto de nuevo, pero cuando el sonido de un disparó cayó casi a nuestros pies, ella me arrebató una de las armas y mató a uno de los sujetos del restaurante. Yo me concentré en los otros dos. Disparé tres tiros, pero uno se lanzó a mí y tuve que pelear hasta que al fin pude matarlo, a mi espalda Yoi estaba peleando con el sujeto que se le había ido encima. Disparé cuando ella logró quitarse. Me acerqué para revisarla y tenía una ligera cortada en su frente del lado izquierdo, fuera de eso, no tenía más heridas al menos no físicas. Salimos de esa calle y nos hicimos hacia un callejón pequeño donde, básicamente, nos escondimos. Seguro había más de 4 sujetos, la razón, seguramente un hombre que no iba a dejar escapar a la mujer que había matado a su hijo.