El bastardo de mi jefe

Encuentro

—Señorita, ¿le pasa algo? —me preguntó con su severo semblante.

Me quedé impávida, sin poder moverme de mi lugar, con el café en una de mis manos y el pastel de fresas en la otra.

Sin creer cómo pudo este hombre llegar acá. Mi corazón se agitó con latidos violentos que no puedo detener. Apenas logro contener mis ganas de huir.

Sus ojos se quedaron detenidos en los míos en una actitud seria y fría, tan cuál lo recordaba. Pero también recuerdo que es un mentiroso… el peor de todos.

Pestañee para volver a la realidad, han pasado ya cuatro años desde esa noche que hui de su casa, he cambiado el tono de mi cabello y llevo una mascarilla que cubre mi boca, así que es imposible que pueda reconocerme.

—No, señor, lo siento, lo confundí con otra persona —le dije para colocar en su mesa el café amargo y la tarta de frambuesas que pidió.

Sus gustos no han cambiado.

Pero antes de enderezarme y retirarme me tomó de la muñeca.

—¿Le molestaría traerme endulzante líquido? —me preguntó y sus penetrantes ojos de color miel parecieron querer absorber los míos.

¿Endulzante líquido? Pero si él antes lo detestaba.

Mi cuerpo tembló, mi mirada se dirigió a la mano con que sostiene mi muñeca y al notarlo me soltó pidiendo disculpas con sinceridad. Es extraño que lo haga, no es un hombre capaz de reconocer sus errores ni menos de disculparse.

Le di la espalda, intentando caminar con naturalidad y repitiendo en mi cabeza una y otra vez “tranquila, no me ha reconocido”.

Cuatro años atrás llegué a esta ciudad, cargando con un embarazo y con el corazón hecho pedazos luego de descubrir la verdad. Creí conocerlo, creí en sus palabras llenas de dulce veneno, me dejé engatusar sin saber sus verdaderas intenciones y tuve que huir para salvar mi vida. Salvar la salud mental de la criatura dentro de mi vientre.

Él no me buscó, siguió con su vida como si jamás hubiera existido. E incluso vi que hasta se comprometió hace poco con otra mujer. Por eso debe ser una casualidad que haya llegado a esta pequeña cafetería alejada de la ciudad.

Terminé mi turno, arreglé mis cosas, intentando olvidarme que Oliver Sáez estuvo aquí.

Caminé rumbo a mi pequeño departamento, el barrio es bueno y eso es lo mejor, no importa si mi hogar es pequeño, es suficiente para mí y para mi hijo.

Fui a buscarlo a la casa de mi vecina a la que le pago por cuidarlo en mi horario laboral. Apenas me vio, salió corriendo a mis brazos.

—¡Mamá! —exclamó sonriendo arrastrando su mochila—. Hoy en la escuela me dieron una carita feliz.

Dijo con orgullo. Es una copia de su padre, mismos ojos de color miel, mismo cabello castaño claro, aunque sus gestos son más míos que los de aquel tipo. Lo amo con todo mi ser, sin importarme que se parezca a ese infame hombre.

Lo sostuve en mis brazos más tiempo de lo normal, e incluso mi hijo pudo notarlo, ya que comenzó a acariciar mi espalda.

—Mamá, ¿estás triste? —me preguntó de improviso.

—No, solo quería abrazarte más tiempo —le respondí intentando ocultar que lo sostengo, así porque haber visto a Oliver Sáez me ha dejado tan asustada que tuve la mala idea que si él descubriera a su hijo, podría hacer algo para hacerlo desaparecer... como lo hizo con esa mujer. Tal como dijo en esa ocasión "un hijo no deseado no vivirá mientras el asunto esté entre mis manos"—. Vamos a casa.

Sin embargo, no me esperaba que frente a la puerta de nuestro departamento estuviera ese hombre esperándonos. Alzó la mirada, apenas habíamos terminado de subir el último escalón y al ver mi reacción de querer huir ni siquiera se inmutó, detrás de nosotros dos hombres suyos detuvieron todo intento de escape.

Mi hijo al darse cuenta de que algo pasa se aferró de mis brazos, pero fue arrancado a la fuerza por uno de esos hombres. Intenté soltarme como sea, pero fue imposible, con mis brazos retenidos en mi espalda por el otro tipo tuve que ver con impotencia como Oliver Sáez miraba al niño con atención.

—Mami… —musitó temblando mientras es alzado en el aire por el hombre desconocido.

—¡Déjalo! Si le haces algo te juro que voy a…

—¿Por qué voy a hacerle algo? Es evidente que es mío —exclamó Oliver con seriedad levantando en alto a mi hijo y mirándolo con atención.

Me quedé paralizada al ver la sonrisa satisfecha en su rostro, sin saber cuáles son sus intenciones. No me fio en ese semblante luego de escuchar de su propia boca las palabras tan crueles y mordaces con que siempre se refirió al hecho de tener un hijo.

Tragué saliva con amargura. Y cuando el otro tipo finalmente me dejó libre, corrí de inmediato rodeando a mi hijo entre mis brazos, quien se aferró con fuerzas temblando sin entender nada.

Oliver extendió su mano hacia mí antes de decir.

—Volvamos a casa, querida.

Apreté los dientes con rencor ¿Cuándo será el día que este hombre me deje en paz?




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