El bastardo de mi jefe

Capítulo 3

Con el vaso de agua y el paracetamol, golpeé la puerta de la oficina de mi jefe antes de que me indicará que podía pasar.

La expresión seria y molesta de Oliver se mantiene imperturbable, mientras que Alan está sentado en el sofá sin mirarlo. Al parecer no han tenido una conversación muy agradable.

—Señor Sáez, le traje lo que me pidió —le dije con seriedad.

No hubo respuesta, y estaba a punto de retirarme cuando Oliver me habló.

—Anaís —dijo mi nombre.

Usualmente, él no me llama por mi nombre, es por eso que al escucharlo me hizo sentir un escalofrío que congeló mi cuerpo por unos segundos.

—Señor —respondí girándome hacia él, encontrándomelo justo frente mío.

Está tan cerca que mi corazón dio un salto, y abrí los ojos, sorprendida, sin saber cuáles son sus intenciones.

Retrocedí en el acto, y me tropecé con mis propias piernas, logrando mantener el equilibrio porque Oliver me agarró de la muñeca justo antes de que cayera al piso.

—¿Por qué a veces es tan torpe? —masculló apretando los dientes, reprendiéndome.

—...

—Levante la cabeza déjeme ver su herida.

—¿Qué?

Sé que se refiere a la herida por el codazo que me dio en la nariz la noche anterior. Pestañeé confundida, pero ante su seria mirada entendí que lo mejor era obedecer. Lo hice tal como me pidió hasta que sentí sus manos tomarme de la barbilla, y se acercó tanto que tragué saliva con incomodidad.

—Uhm... ¿Qué le dijo el médico? —dijo sin soltarme.

—Que no es tan grave como parece... me dio médicamente para el dolor y bajar la inflamación.

Me soltó dándome la espalda y movió su mano para indicarme que salga de su oficina. No lo entiendo, por un momento se mostró preocupado y luego volvió a su indiferencia habitual. Creo que solo pregunta por cortesía, no por culpabilidad o porque realmente tenga interés.

—Señor Sáez —le dije aun sin retirarme.

—¿Qué pasa?

—No olvide que hoy tiene una comida con el señor Edward Morris, a las tres de la tarde.

—Bien, me acompañará usted, necesito que no le quite los ojos de encima a ese hombre y anote todo lo que hable.

—Sí, señor.

—Ahora siga con su trabajo.

Me alejé rumbo a la puerta, pero antes de cerrarla escuché la risa de Alan.

—¿Y qué le pasó al final a tu asistente? ¿Alguien le dio una paliza? —su voz más que preocupada es burlesca—. ¡Ah, ya sé! De seguro alguien intentó abusar de ella y se defendió, no quiero ni imaginar como quedó el otro tipo, con esa mirada de superioridad y esa forma de actuar no culpo si alguien intentó forzarla...

—No digas estupideces —lo interrumpió Oliver con tono molesto.

Cerré la puerta soltando un bufido, apenas salí de la oficina, Alan Estrada es una basura. Hubiese preferido no escuchar su conversación. Vuelvo a mi asiento y miro en un espejo mi deplorable aspecto.

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—Señor Sáez, es un gusto tener la oportunidad de verlo —dijo el hombre estrechando con demasiada exageración las manos de Oliver.

Si fuese otra ocasión de seguro, mi jefe no dejaría que lo tocaran de esa forma, pero negocios son negocios.

Edward Morris es el dueño de una empresa que últimamente ha tenido muchas bajas de acciones y malos negocios, sin embargo, dijo tener un proyecto importante que compartir con Oliver después de que, según sus palabras, su viejo socio cometió fraude y no quiere que su empresa se vea afectado.

En otras palabras, dice traer un proyecto muy provechoso, además de dar información privilegiada, a cambio de verse favorecido por la protección de la empresa de la familia Sáez.

No desconfío de la capacidad empresarial de Oliver Sáez, ya que es conocido por ser uno de los mejores, de los más agresivos y atrevidos y haber logrado sacar adelante proyectos de gran magnitud que ha incrementado el valor de las acciones de su familia. Pero me extraña que quiera negociar con un tipo como este.

—Señor Sáez, es un gusto, soy Valentina Morris —se presentó una mujer que, vistiendo con una elegancia exquisita, llegó en medio de la conversación.

La mujer de cabellera rubia, bonitos ojos verdes, y de cuerpo bien formado, se sentó al lado del hombre mayor. De largas pestañas, y bonita sonrisa, no despegó su mirada de Oliver desde que este respondió a su saludo.

—Ella es mi hija —dijo Edward riendo animado—. Perdone que haya venido, ella quería mucho conocerlo, señor Sáez.

—Sí, he escuchado mucho de usted —agregó la mujer con entusiasmo.

—¿En serio? ¿Y qué es lo que ha escuchado de mí?

El coqueteo de la mujer no pasa desapercibido, pero lo más extraño fue cuando Oliver de repente le sonrió.

Ese hombre que nunca sonríe, acaba de sonreírle a una mujer que recién ha conocido. Sé que a él no le importa mezclarse con mujeres de distintas clases sociales, y que solo rehúye a las mujeres de cabello negro y ojos marrones como yo, pero ¿En serio planea romperle el corazón a la hija de su nuevo socio?

—He escuchado que es un hombre elegante, muy inteligente, y es capaz de lograr que cualquier negocio tenga ganancias.

—No siempre es así, pero es lo que suelen decir de mí.

Le llaman "humildad" pensé entrecerrando los ojos con molestia. No vine a acompañarlo para verlo coquetear con una mujer a la que se come literalmente con los ojos.

—Si quiere conocerme más la invito a ir por unas copas a la salida de este restaurante —agregó Oliver bebiendo con calma una copa de vino.

La mujer sonrió antes de beber y luego con su lengua limpió sus labios. ¿Acaso estos dos se olvidaron de la presencia de los demás? Sin embargo, hay algo extraño, su padre no parece molestarle la actitud de su hija.

—Sí, los jóvenes pueden divertirse si quieren más tarde. Yo de aquí me iré a casa.

Parece animado, y bebiendo sin pensar en que está empujando a su hija a las garras de un hombre como Oliver Sáez.

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