El bastardo de mi jefe

Capítulo 6

Dos días demoró Oliver en despertar, se comprobó que había sido drogado. Que el plan de Valentina era tomarle fotos sugerentes para después extorsionarlo, acusarlo de forzarla, y obligarlo para firmar el proyecto del señor Edward Morris.

Obviamente, eso no se quedaría así.

Cuando Oliver apareció en la oficina con una venda en su cabeza, su humor no era el mejor. Fue una sorpresa verlo aparecer cuando aún pensaba que estaba hospitalizado, por lo que me quedé enmudecida cuando lo vi caminando hacia mí con una expresión poco amigable.

Por un momento pensé que me recriminaría por el beso que me dio; sin embargo, desvió la mirada y sin saludar pasó frente a mi escritorio.

—Señorita Beltrán, tráigame un vaso de agua —ordenó sin detenerse.

Luego de llevarle el vaso y pedirle permiso para entrar a su oficina, lo encontré acostado en el sofá. Parece que la cabeza le duele más de lo que aparenta, y no puedo evitar sentirme culpable, porque esa herida se la provoqué yo.

Tomó el vaso de agua y estaba a punto de retirarme cuando me detuvo.

—Quédese, tengo algo que hablar con usted.

Mi corazón se detuvo ¿Será que recupero sus recuerdos? Raúl me aseguró que Oliver no recordaba nada desde que lo saqué de esa habitación y lo escondí en otra, y hasta ahora he estado aliviada de que no recordara lo que pasó dentro de ese cuarto de hotel.

—No se vaya —dijo luego de tomarse las pastillas recetadas por el médico y beberse el agua.

Se sentó en el sofá.
—Quiero darle las gracias por haberme sacado de esa habitación —señaló con seriedad sin levantar la cabeza. Tensó su rostro con gesto de dolor.

—Es mi deber —dije secamente.

—No, no es así, fue más que su deber, pídame lo que quiera, yo se lo daré ¿Un perfume, joyas, una casa, un auto?

¿De qué está hablando? Desconcertada, no respondí, solo negué con la cabeza.

—Solo tenga más cuidado la próxima vez, eso es todo...

Se echó a reír al escucharme decir eso, escuchar al amargado de Oliver Sáez, reír de esa forma me confundió. No sé si se está burlando de mí, debí pedirle una casa mejor que pedirle que tenga más cuidado con las mujeres con que se acuesta. Bufé sin pensarlo y al hacerlo provoqué que levantara su mirada.

Su cálida expresión se borró al instante, y me tomó de las mejillas, asustándome.

—¿Quién la mordió? —preguntó como si me estuviera reprendiendo.

Me quedé enmudecida mientras no deja de mirar la herida que tengo sobre mi labio inferior.

No puedo responderle "¿Usted me mordió cuando me besó a la fuerza?", porque eso le haría recordar lo que pasó. Desvíe la mirada apartando su mano mientras arrugó el ceño con molestia ante mi reacción.

—Yo... no, no es su problema, señor Sáez. Mi vida personal no la voy a divulgar porque mi jefe lo pida...

Abrió los ojos con incredulidad antes de soltarme, y chasqueó la lengua.

—Entonces póngase maquillaje, o acaso ¿Le da orgullo mostrarle a todo el mundo la marca que le dejó el hombre que la mordió? Es mi asistente, mantenga su imagen de acuerdo a su trabajo —insinuó de mala forma.

¿Qué quiere decirme? Él incluso mete mujeres a la oficina a hacer juegos sucios y viene a decirme a mí lo que es moralidad. Suspiré de mala gana.

—Es un fuego —mentí haciendo referencia a que solo es una herida producto de comer algo muy calórico—, comí una fruta que compré hace unos días y me produjo una herida en el labio.

Me miró en silencio, es evidente que no me cree, pero no habló más del tema.

—Vuelva a su trabajo —fue todo lo que dijo antes de darme la espalda.

Luego de eso, durante días no me habló más que para temas de trabajo, con un tono más frío de la habitual.

Cuando pensaba que el tema de Valentina Morris se había acabado a los días, del regreso de Oliver a la oficina, supimos de la ruina de la empresa Morris, y como su fundador terminó por desaparecer. En un principio hubo acusaciones de que un tercero estuvo detrás de esto, ya que hubo un testigo que aseguró ver a un hombre alto e imponente, seguido por varios otros que subieron a Edward Morris arrastrándolo a un ascensor minutos antes de que este desapareciera. Pero ese testigo a los días se retractó diciendo que todo había sido una mentira solo para llamar la atención de los medios y ganar dinero.

Valentina resultó no ser la hija de ese hombre, sino su amante, su apellido real era López. Luego de la muerte de su proveedor y amante terminó en las calles, dicen que abandonó la ciudad y terminó en un bar de mala muerte donde incluso se corren rumores de que se prostituye. Eso es lo que me contó Raúl.

No sé si la mala suerte los persiguió a ambos luego de intentar extorsionar a alguien como Oliver Sáez, es lo que pasa con todos los que se meten con ese hombre, que terminan pagando todo, incluso algunos con su vida.

Por lo menos ahora parece todo haber vuelto a la normalidad, excepto una cosa, no he podido sacarme de la cabeza el beso de Oliver Sáez. A veces llegó a mi departamento directo a darme una ducha intentando sacarme ideas poco sanas respecto a mi jefe, recordando ese beso, su rudeza, sus manos sosteniendo con fuerzas por la cintura.

Esto me ha empujado más de una vez sentirme culpable de que algo como eso perturbe mi vida. No puede ser que desde ese beso todos mis pensamientos den vueltas alrededor de ese hombre. Que mis fantasías sean en torno al imaginarme a mi jefe.

Ya han pasado dos meses de ese incidente y ya debería olvidarlo, por fortuna él no ha recordado nada de lo que pasó esa noche y seguimos trabajando juntos de forma habitual. Su actitud sigue siendo fría e indiferente.

Solo parece que Valentina le rompió el corazón, porque desde esa vez no ha vuelto a salir con otra mujer.

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—En verdad, cuando quieres arruinar a alguien, no hay quien te detenga —dijo Alan en tono burlesco ante su primo, al parecer haciendo referencia a la ruina del señor Morris y Valentina—. Pensé que al fin te habías enamorado, ya hasta escuchaba las campanas de boda.




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