El bastardo de mi jefe

Capítulo 7

Al fin la hora laboral llegó a su fin, aunque la semana aún no termina, es un alivio poder ya salir de la oficina. Tolerar la presencia de Oliver Sáez sin tener en mente la imagen de ese beso ha sido cada vez más difícil. Debo hacer algo para acabar con eso, volver a como era antes.

Tomé mis cosas y me apresuré a salir, es bueno que Oliver se haya retirado antes, así no me veo obligada a entrar a su despacho a avisar de mi retiro. El aire fresco de afuera con el suave viento que corre me hizo detenerme para respirar esa libertad del atardecer, estiré mis brazos antes de iniciar mi camino a la estación del metro.

Hoy deje el auto en el taller, debería tomar un taxi, pero he decidido irme en metro.

No debí hacerlo, apenas había dado unos pasos, un vehículo se detuvo a mi lado. Seguí caminando ignorando aquel auto. No necesito mirarlo en detalle para saber de quién es.

—Señorita Beltrán ¿A dónde va tan apurada?

—No es un tema que le compete, señor Sáez, ya estoy fuera de mi jornada laboral.

—¿Y por qué anda a pie? ¿Acaso lo que le pago no le alcanza para un auto?

Solté un suspiro ¿No tiene a quién más joderle la tarde? Detuve mis pasos.

—¿Qué necesita, señor Sáez? ¿Olvidé entregarle algún documento?

Dije esto cruzando los brazos.

—No, solo me dio curiosidad verla caminando.

—Voy al metro, tengo mi auto en el taller.

—¿Y no tiene otro auto con que pueda venir al trabajo?

¿Por qué no avanza y se va a casa de una vez por toda? En mi edificio solo tengo estacionamiento para un solo auto, además la gente común y corriente, que es soltero, tiene un auto, no dos.

—Con el sueldo que le pago es suficiente para costearse otro vehículo.

Estaba a punto de contestarle cuando vi al resto de los trabajadores salir, si me ven hablando con el jefe de seguro mañana van a preguntar lo que pasó, lo que menos quiero es caer en una habladuría de oficina.

—Tengo otras prioridades más importantes.

Respondí apresurada por apurar el paso, pero comenzó a seguirme con su auto ¿Qué le pasa hoy? ¿No estuvo incluso más frío de lo habitual? Con suerte me saludó y ahora, en cambio, parece que quisiera conversar sobre mi vida.

—¿Cuáles prioridades? ¿Una madre enferma en el hospital? ¿Una hermana menor a la que debe pagarle los estudios, ya que son huérfanas y la ha criado toda la vida? ¿Su padre se fue y la dejó endeudada con la mafia por millones de dólares?

¿Qué mierda? Si no hubiera sonreído ahora en forma irónica, hubiera creído que lo decía creyendo que eso es así. Es evidente que se burla de mí.

—Solo estoy juntando dinero porque quiero comprar una casa sin endeudarme con el banco.

Respondí cruzando los brazos.

—Suba, la llevaré.

¿Qué? ¿Acabo de escuchar bien? Con todos los años que llevo trabajando para él jamás me he subido a su auto personal, si al auto que usa para ir a reuniones y almuerzos con socios o clientes, pero nunca a su auto deportivo negro, en el que hasta ahora suele llevar a sus amantes.

—No gracias, señor Sáez, agradezco su...

—Entonces la seguiré todo el camino haciéndole preguntas y...

—Bien, bien, entiendo.

Me subí al auto de inmediato. Echó a andar el vehículo y pude ver por el espejo retrovisor al resto del personal que camina indiferente a nosotros, eso es bueno, no nos han visto. Solté un suspiro.

—Le daré mi dirección —le dije buscando mi teléfono en la cartera.

—No es necesario, sé en donde vive.

Alcé mi mirada incrédula ¿Sabe en donde vivo? Ese hombre que con suerte se sabe el nombre de sus subordinados sabe la dirección de mi departamento.

No debería pensar mucho en eso. Guardo silencio y solo observo el paisaje frente a mis ojos. Tenso mi rostro con molestia, ahora que estoy en el auto ha dejado de hablar, y esto hace que el viaje sea aún más incómodo. Debí irme en metro mejor.

Lo contemplo de reojo y me quedo mirándolo, preocupada. Está sudando demasiado y respira fatigado, no se ve bien. Hace unos momentos parecía estar en buen estado ¿Por qué ahora luce como si estuviera a punto de desmayarse?

—Señor Sáez, detenga el auto —le dije de inmediato.

Contrario a lo esperado, no se opuso y aparcó a un costado de la avenida. Toqué su frente de inmediato y me di cuenta de que tiene fiebre.

—Cambiemos de lugar, yo conduzco.

Tuve que ayudarlo a bajar y subir al otro asiento. Luego volví al asiento del piloto.

—Vamos al hospital —señalé echando andar su auto.

—No, llévame a casa, te daré la dirección y llama al doctor Manrique... —dijo arrugando el ceño.

Tensé mi rostro, sigo pensando que sería más prudente llevarlo al médico, me asusta pensar que esto podría ser una consecuencia del golpe que le di meses atrás.

—Tengo un simple resfrío, debió agravarse por falta de cuidado...

—¿Un resfrío? —no respondió.

Me apresuré a conducir a su casa. Al llegar noté todas las luces apagadas, siendo una casa tan grande, es raro que no haya ningún empleado ni nadie esperándolo. Abrí la puerta de su lado y como pude saqué a ese hombre del asiento.

A pesar de que puede aún sostenerse, necesita mi ayuda para no caer al piso, y siendo más alto y pesado que yo no es fácil avanzar. Abre la puerta al llegar y enciende las luces antes de dejarse caer en el sofá.

Me acerco para comprobar que sigue teniendo fiebre y al ver su intento por quitarse la corbata termino por aflojarla yo y desabotonar los primeros botones de su camisa.

—Ayúdame a ir a la habitación —me dice con los ojos cerrados.

Al ver la enorme escalera no puedo evitar soltar un suspiro, subir por ahí no será fácil.

—Hay otra habitación en este piso —señala como si se diera cuenta de que subir las escaleras sería complicado.

—Bien.

Apoyado en mí, avanzamos por el pasillo hasta el fondo de la casa, en donde se encuentra una habitación que da al jardín cuyos enormes ventanales dejan ver el anaranjado atardecer. La habitación es grande, aunque luce tan limpia y ordenada que parece que no suele ser muy usada.




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