El Bastardo Desdichado

Capítulo 4 Fotografías

El sonido del teléfono también llamó la atención de Sonia. Pero sin avisarle, Javier caminó en dirección a la puerta y salió al jardín lo más rápido que pudo para no ser escuchado.

- Buen día, señor Linares. Le tengo excelentes noticias.

- Dígame, detective…

- He localizado el lugar donde vive la señora Diana. Ya le envié por e-mail las fotografías de ella… y de su hijo.

- De acuerdo, detective. Enseguida checaré mi correo.

Javier volvió a la sala, pero solo para atravesarla. Sonia lo siguió con la mirada torciendo los labios en una mueca de fastidio y de resignación. Javier no tendría ojos para ella; seguramente se encerraría en su despacho para revisar una montaña de documentos de la empresa y no habría poder humano que lo convenciera de lo contrario. Iba a reclamarle, pero optó por ser prudente y calló.

Tan pronto como Javier entrara a su despacho, encendió la computadora portátil y tecleó su dirección electrónica. Estaba por acceder a la bandeja de mensajes recibidos pero un llamado a la puerta lo detuvo.

- ¿Quién? – preguntó impaciente, de mala gana.

- Caleb, ¿puedo pasar?

Javier canceló rápidamente la operación.

- Adelante, está abierto.

Observó entrar a su hijo con el rostro marcado por una inquietud.

- Quiero hablar contigo de algo muy serio, papá.

El joven tomó asiento muy cerca de su padre. Infló los pulmones y dijo:

- Quiero casarme con Susana.

Javier lo miró con absoluta seriedad. El chico se topó con la sorpresa de que a su padre aquella noticia no le sorprendía. Atornilló su vista en la de él.

- El matrimonio es una decisión muy importante que requiere de un gran sentido de responsabilidad. ¿Ya lo has pensado bien? – le respondió Javier, muy serio.

- Sí, papá. Estoy convencido. Susana también lo está.

- ¿Dime, cuando quieres que vayamos a pedir su mano?

La reacción rápida de Javier desconcertó al chico, pero, en fin, lo que Caleb había estado esperando todo el día era una respuesta afirmativa, así que, ¿qué importaba en ese momento el nerviosismo que parecía asaltar a su padre y la prisa con la que parecía querer despacharlo?

Caleb medio sonrió. Lo miró por algunos segundos sopesando su actitud.

- ¿Ocurre algo, papá?

Javier frunció el ceño.

- No. ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué habría de ocurrirme?

- Desde hace días tu actitud es otra. – el joven enmarcó los ojos para observarlo con detenimiento. - ¿Qué pasa, papá? ¿Puedo hacer algo por ti?

-No, hijo. No me ocurre nada. Volvamos a lo tuyo. ¿Estás de acuerdo?

Caleb no le quitó los ojos de encima. No obstante, ya no le insistió.

- ¿Y qué va a pasar con lo que diga la abuela? – retomó el tema sonriendo. Sin embargo, la talla de la pregunta lo hizo parpadear nerviosamente y después torcer la sonrisa.

- Ya es hora de que tu abuela se dé cuenta de que eres todo un hombre y que no necesitas que se te vaya marcando el camino, que puedes andar en él y tomar las decisiones de vida que tú consideres. Tu madre y yo confiamos en que tomarás la mejor decisión.

Una gigantesca sonrisa iluminó el rostro de Caleb.

- Ahora mismo iré con Susana y le contaré de tu apoyo. ¡Se pondrá feliz!

Javier también le sonrió. Estaba dispuesto a apoyarlo, aunque estaba seguro de que Troya ardería en casa en cuanto se enterara la abuela.

En cuanto Javier estuvo solo de nuevo, ingresó en su computadora la dirección electrónica y su contraseña. Esperó impacientemente con un ligero temblor en los dedos. Era evidente que la ansiedad lo consumía desde adentro como cuando un niño se halla a punto de abrir la caja de regalos el día de su cumpleaños. Así se sentía Javier, atrapado por la curiosidad de conocer el rostro de su hijo.

Observó fijamente la pantalla, y en pocos segundos, que le parecieron una eternidad, apareció la fotografía de su hijo.

El rostro en el monitor no se parecía a él. Sin embargo si guardaba ciertas similitudes con Caleb, pues ambos eran de facciones agradables, tenían el mismo estilo en los labios y en el mentón, así como en el corte de la cara; afilada y atractiva, ambos con el mismo brillo en los ojos. El cabello, extenso hacia atrás y abundante, era idéntico.

Javier sintió una extraña emoción que solo le había inspirado Caleb cuando era pequeño. Era una sensación de ternura, de querer tocarlo y cubrirlo con un abrazo, de hacerle saber cuánto lamentaba haberlo abandonado. Le brillaron los ojos, pero se sugirió a sí mismo que debía guardarse esas lágrimas para después. Ahora debía pensar en la forma de rescatarlo para que Androctonus, El Escorpión, no le hiciera más daño.

Volvió a la página del mensaje recibido. Había otro archivo adjunto que decía: Fotografía de la Señora Diana.

Enseguida apareció la fotografía de una mujer en una silla de ruedas con el rostro marcado por muchas líneas de expresión. Parecía una desconocida, pero era Diana, la misma Diana que abandonara años atrás con un hijo en el vientre y con un corazón lastimado. Javier tragó saliva. Se sentía miserable. Era como si estuviera en medio de un sueño donde viajaba al pasado e imaginaba cosas que le encogían el corazón. ¿Cómo pudo haber sido la vida de esa pobre mujer viéndose sola y abandonada con un hijo en los brazos? ¿Cómo?



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En el texto hay: intrigas mentiras amor verdadero

Editado: 22.02.2023

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