El Bastardo Desdichado

Capítulo 6 Descubierto

Hacía pocos minutos que un médico le había advertido a Javier que solo era cuestión de tiempo, que debía darse prisa, que Diana no llegaría al atardecer, que moriría de un momento a otro. Así que intentó calmarse y logró un suspiro de aliento antes de empujar la puerta. Y cuando lo hizo, un escalofrío le corrió por la espalda. Lo que descubrió ahí dentro fue un bulto humano circundado en vendas con solo los ojos y la boca descubiertos. Sabía que era ella, Diana, la mujer a la que había dejado de ver hace más de veinte años.

Javier tragó un puñado de saliva y se acercó al filo de la cama. Los ojos de Diana estaban abiertos como lámparas con la batería baja, emanando una luz débil en una mirada inerte, mojada.

Por un instante pensó que había llegado tarde. Pero de pronto los ojos de ella parpadearon y su respiración fue en aumento, al grado de comenzar a jadear apresuradamente sabiendo de la presencia de alguien.

Diana no podía verlo. Sin embargo, Javier supo de inmediato que lo reconoció. Había en esas pupilas vidriosas un aspecto sombrío, vacío, muerto, como si lo estuviera observando pero sin mirar.

En medio de su delirio, Diana hizo por controlar la respiración. Mantuvo la calma preparándose para realizar el esfuerzo de hablar. Él tuvo una sensación tan intensa que lo hizo permanecer allí, paralizado, sin poder pronunciar ni una sola palabra. Él, que iba dispuesto a pedirle perdón, a reencontrarse con ella para decirle que estuviera tranquila, que a su hijo él lo encontraría y que estaría bien, que se encargaría de protegerlo, de recuperarlo y de llevarlo consigo, que podía estar en paz, morir, si así el destino lo quería, sin angustia, sin pendientes, que San Antonio formaría parte de su vida de ahora en adelante, que nada le faltaría: techo, comida, familia, padre, todo… Pero no pudo, no pudo decirle nada, absolutamente nada. Sus labios permanecieron tan pegados e inertes, como la mirada de Diana.

-Volviste- dijo Diana. –Yo sabía que un día… ibas a volver.

-Diana, yo…

-¡Debes buscarlo! Ya no hay tiempo.

Javier apretó los ojos. Diana se dio cuenta de que lloraba.

-Te juro que velaré por tu hijo.

-Nuestro hijo…

-Diana, ¡perdóname!

Diana alzó una de sus manos para ponerla en la mejilla de él. Javier notó que además de fría, su pulso era muy débil.

-San Antonio no se quedará solo. ¿Verdad? ¡Búscalo! Algo ocurre con él. ¡Cuídalo! Han pasado tantas cosas-. Sus ojos comenzaron a hundirse. –Desde que perdí la vista, noté que… que…

-¿Qué Diana? ¿Qué notaste?

-Oculta algo… parece otro… él cambió. Tengo miedo que le hayan hecho algo…

-¿Algo de que…? 

Vino un resoplo. La mano de Diana cayó sin fuerza, lentamente. Se quedó quieta.

-¿Diana?

-…

Javier acercó su rostro al de ella.

-¡Diana!

El grito de Javier atrajo la atención de la enfermera que supervisaba la sala. Rápidamente ella se acercó para explorar a Diana. Pero de inmediato comunicó a Javier con la mirada que la mujer ya no tenía signos vitales. Ya no había nada por hacer.

-Murió-. Fue todo lo que le dijo.

Javier tomó la mano de Diana. Apretó los ojos para contenerse. Debe ser fuerte, pareció escucharle decir a la enfermera, pero Javier sentía tanto dolor y vergüenza por no haber podido hacer nada por esa pobre mujer.

Después volvió a la puerta. Caminó lentamente pero se detuvo antes de salir. Giró el rostro y con una mirada de compasión se despidió de ella, de aquella humilde mujer que se había muerto sin guardarle rencor y que le había dejado un hijo, un hijo por el que ahora estaba dispuesto a mover cielo, mar y tierra para encontrarlo.

Javier exhaló un profundo suspiro. Después enfiló los pasos y salió.

Una vez que hubo cerrado la puerta, recargó la espalda en ella y respiró con intensidad. Debía recuperar la calma. Cerró por algunos segundos los ojos, y cuando los abrió de nuevo, vio al detective Ramos parado frente a él.

-Diana murió sin saber dónde se encuentra su hijo-. Le dijo.

-Considero que fue un error que usted viniera hasta éste lugar-. Dijo el investigador.

-¿Por qué lo dice?

-Si Androctonus se entera de que busca a su hijo por su cuenta traerá malas consecuencias.

-Tiene usted razón, detective-. Le respondió Javier con un semblante seco. –pero eso no es lo que me preocupa ahora, sino arreglar cuanto antes lo necesario para la sepultura de Diana.

Se giró un cuarto de vuelta, y en cuanto sus ojos se hallaron en dirección al pasillo, la sangre se le fue hasta la planta de los pies al darse cuenta de que a corta distancia estaba Sonia, observándolo fijamente.

-¡Sonia!- exclamó sin aliento.

En el rostro de ella había zozobra. Javier se le acercó, pero estupefacto por su presencia tardó en reaccionar.

-¿Por qué me mentiste, Javier? Dijiste que viajarías a Monterrey. ¿Explícame que haces en ésta ciudad y en éste hospital?



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En el texto hay: intrigas mentiras amor verdadero

Editado: 22.02.2023

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