El BaÚl

EL BAÚL

EL BAÚL.

Juan y su hermano esperaban impacientes al empleado de la funeraria que les iba a hacer entrega de los objetos de la madre de ambos. Ella había fallecido de forma repentina el día anterior, y a ninguno de los dos se les ocurrió hacerse con la llave del desván que llevó colgada de su cuello, con una cadena de plata, durante más de veinte años. 
Cuando el circunspecto empleado apareció portando en su mano la pequeña bolsa de plástico que contenía los objetos, Juan casi se la arrebató, aunque un instante después sonrió avergonzado y agradeció al desconcertado empleado sus servicios.
Ninguno dijo nada, pero los dos pensaron lo mismo, por fin podrían comprobar, como siempre sospecharon, que allí guardaba su madre las cartas que nunca recibieron de su padre. Él les había abandonado hacía más de dos décadas. Según les contó su madre, se había enamorado de una mujer más joven y se fugaron juntos una aciaga noche de principios de un verano, que fue el peor de la existencia de Juan y su hermano pequeño.
Cuando abrieron la puerta del viejo desván, un fuerte olor, característico de los lugares cerrados durante mucho tiempo, les hizo arrugar la nariz. Entraron y sintieron una extraña mezcla de aprensión, inquietud e impaciencia. Estaban a punto de salir de una duda que siempre tuvieron. Los dos hermanos, especialmente Juan, que era el mayor, recordaban a un padre cariñoso y entrañable. No podían creer que se hubiese olvidado de ellos, sin más, tal vez se hubiera ido a vivir a otra ciudad, o a otro país, lo que explicaría que no le hubiesen vuelto a ver, pero tenían la razonable sospecha de que les hubiera mandado cartas y que su madre les hubiese privado de ellas. Podría haberlas roto según llegaban, pero el hecho de que les prohibiera entrar en el desván durante todos estos años, les hacía pensar que, tal vez, guardase allí las cartas. Cuando su vista se adaptó a la escasa luz del habitáculo, comenzaron a escrutar con la mirada cada rincón del desván, hasta que los dos se fijaron en un enorme baúl que Juan recordaba haber visto en la casa cuando era muy pequeño. Comprobaron que estaba cerrado con un candado. Instintivamente, Juan miró el colgante que llevó la madre, pero de sobra sabía que solo había una llave y era la de la entrada. Buscaron por los alrededores, pero no tenía mucho sentido cerrar algo y dejar la llave a la vista. Bajaron a la vivienda y se organizaron para buscar minuciosamente en los cajones de toda la casa, pero especialmente en la que fue la habitación de su madre durante los últimos años. La búsqueda fue infructuosa, pero eso no les iba a disuadir, en absoluto, de despejar aquella duda que se había convertido en una obsesión para ambos. Juan correspondió a la sonrisa de su hermano cuando enarboló un gran martillo que encontró en uno de los cajones.
Bastó un par de golpes secos para que el candado cayera destrozado al suelo. La tapa chirrió tenebrosamente al ser abierta y los dos hermanos comprobaron que no había ninguna carta, pero entendieron en ese mismo momento la razón de que no existieran, así como la explicación al persistente mal olor que sufrieron en la vivienda durante una gran temporada, tras la desaparición de su padre.

José Luis Guerrero Carnicero
https://www.safecreative.org/work/2201230313641-el-baul-pdf



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En el texto hay: dos hermanos buscan respuestas

Editado: 23.01.2022

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