El Bebé del Millonario

CAPÍTULO 1

 

 

El sol apenas acaba de salir, pero se esconde detrás de las nubes que se elevan en busca de ocultarlo. Una masa densa tiñe de gris todo el espacio aéreo de Houston, encendiendo las luces automáticas de la pista de aterrizaje.

Un avión despega tras otro mientras las pequeñas manitos de Ali se afirman en el cristal helado que vibra con cada salida a las alturas de esas máquinas brutales y sus ojitos grandes observan el modo en que se elevan y se pierden en el cielo.

Zara lo sostiene en brazos mientras aguardan en la sala de preembarque, al tiempo que su marido sumamente tenso observa el reloj, a sabiendas de que será la primera vez que su esposa esté a tantos kilómetros del pequeño Ali y de él mismo. Hasta el momento, esta resulta la primera vez que le toca hacerse cargo del pequeño, lo cual lo carga de miedo considerando su atareada agenda laboral y la idea de no ser un padre lo suficientemente bueno como sí considera que su esposa lo es para el bebé.

Es injusto con Zara que solo ella se haya tenido que hacer cargo del hijo que tienen en común a lo largo de todo este tiempo, ambos son conscientes de que ya va siendo hora de que la mujer pueda recuperar su vida dentro de la firma para la cual trabaja y efectuar los viajes necesarios, en este caso, a Canadá.

Rayos. Canadá. Tan lejos en la distancia fáctica, tan cerca en un mapa ilustrado y tan real que le deja aterrado.

Kerem nunca deseó que ella se aparte de él de un momento a otro, pero la situación se puso aún más tensa cuando llegó el bendito llamado que provocó que Zara pase el niño a los brazos de su amado.

Una vez que sus manos se aferran al diminuto cuerpecito regordete de Ali, lo presiona contra su pecho.

—¿Y si llora?—pregunta él, aterrado. Ya lo hablaron mil veces al asunto, pero aún así decidió conservar el argumento en caso de que le hiciera cambiar de opinión a su mujer. Ya tuvieron la discusión en que ella le daba los argumentos necesarios por los cuales le daba a entender a su marido por qué es tan importante que él también aprenda a hacerse cargo del bebé y por qué él no es el único en la pareja con derecho a reincorporarse normalmente a su vida laboral.

—Le das el biberón, cariño.

—¿Y si no tiene hambre?

—Lo meces.

—¿Y si sigue llorando?

—Se duerme.

—¿Y si no le viene el sueño?

—La cantas.

—¿Y si aún así no basta?

—Hummm. Entonces te inventas algo porque para eso eres el padre y él es tu querido y maravilloso hijo. Seguramente en algún punto conseguirán entenderse—le asegura ella, acercando sus labios a los de él en un beso que sabe a una mágica calidez.

Sus labios son su hogar.

Ella es su familia.

Donde ella esté, irá también el corazón de Kerem, de ello siempre estuvo seguro. ¿Cómo es posible que ese hombre tan rudo del equipo de fútbol turco y calculador en la universidad de ciencias económicas se haya convertido en un padre de sentimientos vulnerables sosteniendo a una criatura que durante un día y medio dependería única y exclusivamente de su cuidado, siendo este motivo de horror a sus propios desafíos personales?

El amor materializado y hecho persona en sus brazos.

—Te amo, Zara—le declara él, con el corazón en un puño y haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no se le quiebre la voz. ¡Sólo sería un día! Él también ha viajado antes por trabajo, incluso con tramos más largos y plazos más extensos, pero él sería esta vez quien quede a cargo del bebé sabiendo su poca experticia con los niños y lo mucho que ama a su perfecta mujer, tiene ganas de desmoronarse y echarse a llorar siendo que ni siquiera el pequeño adopta esa reacción, parece reaccionar con mucha madurez y apenas comprender lo que está sucediendo.

—Y yo a ti, Kerem. Te amo—asegura ella aún contra sus labios para luego pasar a su bebé quien la mira con sus ojos grandes, sosteniendo un chupete entre los labios y las encías que apenas comienzan a tentar la posibilidad lejana de ver aparecer algunos dientecitos—. Y a ti, preciosura. Mi pequeño Ali. Les amo con el corazón. Mañana estaré de regreso, lo prometo—dice ella, tras apartar sus ojos color miel al igual que los del bebé, de los de Kerem, quien intenta dar un nuevo argumento para extender la charla, decidiendo no hacerlo finalmente porque no pretende hacerle perder el vuelo.

“¿Por qué no sacaste un vuelo privado que te lleve y te traiga en el día siendo que apenas vuelas de Estados Unidos a Canadá?” le había reclamado él cuando se enteró que tendría que estar presente en el evento de celebración de los veinte años de la firma de inversionistas de moda para la cual trabaja su mujer.

“Porque no pretendo gastar demás, menos aún tratándose de algo tan breve que me tendrá fuera” le explicó ella.

“Te pago el vuelo de ser necesario.”

“Son mis gastos, necesito volver a ser quien los administre.”

“El dinero no es un inconveniente para mí y lo sabes. Por lo tanto, tampoco lo es para ti, Zara” se escudó él.

No obstante, los argumentos de por qué ella necesitaba volver a administrar su vida personal, financiera y su devenir laboral volvieron a tomar forma en esa discusión que desembocó en el arrepentimiento de Kerem de haberlo planteado. Esa noche ambos terminaron por irse a la cama furiosos el uno con el otro cuando no existía necesidad alguna en que desemboque el asunto de ese modo.

No tendría sentido que ahora ella deba marcharse así.

Estaba feliz Kerem.

Estaba feliz de verla a ella feliz marcharse en dirección a la firma empresarial que la hace feliz trabajando en la profesión que la hace la persona más feliz del mundo, sabiendo que tiene talento para ella.

Una vez que Zara les dirige un último vistazo antes de desaparecer tras los controles de fronteras, se queda un rato de pie con el bebé en sus brazos, completamente pasmado. Es el pequeño Ali quien le recuerda que sigue ahí al removerse en su poder. Kerem observa a su hijo y le advierte:




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