Narrado por KEREM
—¡¿Cómo rayos es posible que deba enterarme primero por las noticias y luego por una llamada telefónica con la bendita aerolínea?!
—Señor, le pedimos disculpas, estamos tratando de contactar con todos y cada uno de los allegados a los pasajeros…
—¡Ni un demonio! ¡Es mi esposa! ¡Mi esposa está arriba de ese avión!
—Le rogamos aguardar a que podamos tener información precisa. Si gusta, puede venir a la sede de la aerolínea en el Aeropuerto de Houston mientras permanecemos a la espera de novedades más concretas que de seguro existirán a la brevedad.
Por todos los cielos.
Cuelgo con violencia al móvil, apartándome de mi computador portátil donde aprovecho el tiempo para distraerme un poco y trabajar antes de que se haga la hora de mi clase online para enseñar idioma a Ali tal cual como lo planificamos junto a Zara con anterioridad.
No me siento en condiciones en absoluto para cuadrar cuánto es dos más dos, mucho menos para conducir y lo último que quiero es exponer a mi hijo a esto. Iré de inmediato, pero no sé con quién dejarlo.
Durante mi estadía en Estados Unidos suelo quedarme en el penthouse donde vivo ahora mientras que mi viejo amigo Elijah, quien vive unos pisos más abajo, también tiene su propio piso en la ciudad de Houston, aunque antes vivía en Nueva York donde también tengo un apartamento más pequeño para asuntos laborales de mayor velocidad, lo uso principalmente como una oficina.
Me levanto a toda prisa y marco Elijah, rogando que ya esté despierto. Por suerte contesta, aunque su voz evidencia que estaba durmiendo.
—¿Ho…hola? ¿Qué pasa contigo, amigo? No me obligues a madrugar.
—Elijah, es urgente. Necesito vengas a mi piso de inmediato.
—¿Eh?
—¡Ya!
—¿Por qué, Kerem? No me asustes, te oyes molesto o asustado.
—Es que lo estoy, cielos, o peor: estoy desesperado.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Pasó algo? ¿Alí se encuentra bien?
—Si, él sí. Se trata de Zara, acaba de tomarse su avión para Canadá.
—Oh, vaya, dile que tenga buen viaje de mi parte.
—Ese es el punto. Acabo de enterarme nada menos que por la información urgente de las noticias que su vuelo se ha perdido o algo así y no lo consiguen localizar.
—No…me…jo… ¿Estás bromeando?
—Ojalá fuese una broma, pero no lo es. Zara debería haber aterrizado ya hace un rato, pero no consiguen localizar el avión.
—¡Caramba, hombre!
—Iré ahora mismo a la aerolínea.
—Déjame acompañarte.
—Necesito que te quedes con Alí, por favor.
—Hombre, si quieres te llevo al aeropuerto, sabes que no soy bueno con los niños, no me obligues.
—¡Por favor, lo necesito ahora!
—Ya, ya. Comprendo. Ahora mismo estoy poniéndome un pantalón de pijama y una camiseta. Subo de inmediato.
—Te espero.
Y cuelgo.
No.
No puede ser.
Una parte de mí aún conserva la esperanza de que no sea lo que estoy pensando que puede suceder, la otra intenta mantenerse en frío y es consciente por las noticias similares a esta y por los documentales y las películas cuál es el verdadero destino de un avión que de pronto deja de enviar señales pertinentes.
No estoy preparado para estar ahí delante de alguien más. Mucho menos de mi hijo. En estas instancias, cada segundo, cada minuto vale y muchísimo. Quizá de camino me entere que aterrizó y llegaron bien y solo fue un desperfecto de la comunicación que les dejó fuera de la señal interna de la compañía.
Sí, tiene que ser eso.
Me lo repito hasta el cansancio.
Una vez que Elijah entra, mi mente comienza a desvariar, dándole las mismas indicaciones que antes Zara me dio con respecto al niño. Cómo cambiarle los pañales, cómo vigilarle el sueño, dónde está su ropita, de qué manera prepararle el biberón o una papilla, de qué manera suministrarle el suplemento vitamínico o el hierro, pero él me sujeta por los hombros en busca de sacarme de ese túnel donde acabo de entrar.
—Revisa que su temperatura esté bien, Elijah. Si está muy abrigado o su respiración mientras descansa en su cuna.
—Kerem…
—Cuando se levante y se aferre a los barrotes de la cuna, ten cuidado porque a veces comienza a treparse.
—Amigo, ya…
—Y cuando calientes el biberón, pruébalo primero tu en el dorso de tu mano sin que llegue a tocarla por las bacte…
—¡Amigo, ya! ¡Tienes que ir!
Parpadeo, espabilándome.
Él permanece con un pantalón de pijama y pantuflas delante de mí. Está despeinado, evidentemente jamás se levanta antes de las diez.
—Ve—insiste—. Yo me encargo. Confía en mí.
Asiento con la cabeza tiritando.
Mis manos tiemblan.
Mis rodillas tiemblan.
Los ojos se me impregnan en lágrimas.
La respiración se agita en mi pecho.
El corazón se me vuelve un martillo que golpea de adentro hacia afuera como si intentase romperme cada uno de los huesos.
—Ve—repite Elijah.
—S…sí…
—Y pide a alguien que te acompañe.
—Mi… Mis padres… —No. Ellos no. Ellos están en Turquía, no viven en Estados Unidos. Desde que nos instalamos con Zara en este país, comenzamos a postergar una y otra y otra vez el regreso a Turquía sin el mejor de los éxitos ya que cuando no era la ciudadanía de nuestro hijo, eran los papeles de chequeos médicos o mis compromisos laborales. Yo sabía que nos tendríamos que haber regresado mucho antes. Yo sabía que ella nunca tendría que haber abordado ese avión a Canadá—. No… Ellos no están aquí… Le pediré a mi…asistente de la empresa que vaya… Por las dudas.
—Es buena idea. Hazlo. Aquí estamos contigo.
Ali rompe en llanto desde su centro de juegos con almohadones que tiene montado en la sala. Elijah va hasta él, extiende sus brazos y lo toma contra su pecho. De inmediato el pequeño parece acompasar un poco el llanto, aunque un rostro permanece la incredulidad porque el tío mujeriego que no sabe nada sobre niños se tomase ahora la libertad para sostenerlo en brazos. Parece notar que algo está mal, así que se pone solidario con su padre desesperado y calma un poco sus gimoteos.