Días más tarde
Narrado por JULIET
—¡No puede ser!
—¡Si lo crees, lo creas, bebé!
—¡Amigaaaa!
Salto en brazos de mi amiga al descubrir que ha venido a Chicago a visitarme. Estamos en una ciudad que es mucho más grande que el pueblo texano donde crecimos, pero luego ella ingresó en la Universidad de Georgia y yo seguí mi vida estudiando idiomas de manera online, mientras planeo algún día llegar a hacer una buena educación formal, aunque cada día me alejo un poco más de esa idea.
Rhonda se cuelga en mí y está a punto de arroja al suelo ante la efusiva alegría de volver a vernos.
¡Ni siquiera me tenía preparada su visita! Desde que egresamos hace dos años de la escuela que solo hemos sostenido contacto vía telefónica y redes sociales con la absurda idea de que podríamos volver a vernos. Hoy vivo lejos del vecindario donde crecimos y me pago yo sola el pequeño apartamento en el que estoy viviendo actualmente, por lo que las navidades que ella vino a Chicago no pudimos coincidir para vernos. Además que mi familia no es del todo funcional, de hecho, la última navidad decidí irme sola a un bar creyendo que sería buena idea, pero solo me encontré con babosos que intentaban ligar a espaldas de una familia que dejaban devastada.
No es como en las películas, donde las personas deciden pasar solas sus eventos en lugar super divertido donde conocen al amor de su vida y luego le entregan las llaves de un coche para salgan a hacer road trip.
Volver a verla me da la esperanza de que no todo está perdido para mi vida social.
—¡Por qué no avisaste que vendrías!—le exijo.
—¿Acaso pretendías arreglarte?—me pregunta, mirándome fijo.
—¡Por supuesto que no, quién te crees que eres!
Ambas soltamos una risotada y ella se aparta de mí. Rhonda observa en todas direcciones y me siento un poco apenada, no ha de ser ni de cerca a lo que ella está acostumbrada. Su familia tiene una situación y un poder adquisitivo mucho mejor que yo, lo cual no me resulta del todo esperanzador.
—Sé que no es ni de cerca lo que significa tu fraternidad y el lujo de una universidad con comedor propio y habitaciones.
—¿Estás de broma? ¡Tienes todo este espacio para ti sola!
—Ejem, sí.
—¡Es un bendito palacio, amiga!
Sé que lo hace para hacerme sentir bien así que no termino de creerle todas sus palabras a ciencia cierta.
Me señala la cocina-comedor-living del dos ambientes que me encuentro actualmente rentando gracias al dinero de mis clases online en idiomas.
—¿Tu has comprado eso? ¿Tu sola? ¡Una nevera, una TV, computadora, aire acondicionado, juego de mesa y sillas!
—De hecho, el aire acondicionado ya venía con el lugar.
—Mujer, si tu sola te pagas esto a los veinte significa que serás una millonaria empedernida a los treinta. ¡Me llenas de orgullo!
Se acomoda su cabello blanco hacia atrás.
Siempre tuvo el cabello de ese color, le queda hermoso y en ocasiones solemos llamar mucho la atención cuando andamos por la calle.
Además que ella es bellísima por donde se la mire.
—Ojalá yo pudiera tener tanto espacio, allá debo compartir habitación, cocina, el comedor es para todos los estudiantes, la biblioteca es bellísima, pero siempre anda abarrotada de gente y hay que reservar lugar. Tú acá tienes tú privacidad y espacio de sobra por dondequiera que andes. Y lo mejor de todo es que no debes rendir cuentas a nadie. Mis padres están constantemente observando mi boletín de calificaciones, me siento bajo amenaza veinticuatro siete de que me quitarán la posibilidad de estudio si bajo mi promedio.
Sus padres siempre fueron super exigentes. Al comienzo yo les caía mal porque no les gustaba mi vida ni mi familia o el lugar donde vivía, pero con el tiempo aprendieron a tomarme cariño y comprendieron de mi vida emprendedora y que siempre fui muy estudiosa, sobre todo al momento que elegí concentrarme en mi talento para los idiomas.
Lo que nos hizo disentir con crecer fue cuando les comuniqué que no estudiaría en la Universidad, no estaba en mis planes ni tampoco era algo que haya estado jamás en los planes de mi familia.
Simplemente no podría hacerlo.
Si bien no estuvieron de acuerdo con eso, apreciaron desde el comienzo mis ganas de progreso que en gran parte, me gustaría poder tener el soporte filial necesario para no preocuparme de tantas cosas al mismo tiempo.
Mi trabajo, mi estudio, la comida, la renta, mi vida social, de pareja ni hablemos, mucho menos de salidas. Actualmente trabajar es mi prioridad para llegar a algo bueno, pese a que en vías de economizar tiempo y recursos, mi almuerzo y cena de todos los días se basa en comida enlatada y cupones de descuento en delivery online.
Rhonda se deja caer en el sillón y me mira fijo.
—¿Esta será mi cama mientras permanezca aquí, cariño?
Parpadeo, asombrada.
—¿Cómo dices?
—No es un colchón de agua ni hay almohadas de plumas, pero con tal de que me compartas una frazada, estoy hecha. Prometo ayudar con los pagos de la cena.
—¿Piensas quedarte acá?
Ella me mira con expresión ofendida.
—¿Es que acaso no quieres darle asilo a tu mejor amiga a la que no ves hace casi dos años? Me dueles, hamiga con H.
Ese es un dicho viejo que teníamos.
Cuando una de las dos se ofendía nos decíamos la una a la otra “Hamiga con H porque con H no existe”. Una burda manera de llamarnos falsas amigas en modo de broma.
Me dejo caer en el sillón junto a ella.
—¿Sabes cuánto tiempo hace que nadie me dice así?
—Porque no has hecho nuevas amigas. Estoy segura.
—Me conoces bien.
—Y hemos estado al habla. Si me decías que tu vida es una locura de fiestas y nuevos contactos en este tiempo, olvídate que te iba a creer. Pasaré estas semanas en tu apartamento. ¿Puede ser? No quiero que mis vacaciones vuelvan a ser aburridas con mis padres. Quiero diversión y fiestas y sacarte a ti misma del pozo antisocial en el que vives.