El Bebé del Millonario

CAPÍTULO 8

 

Narrado por JULIET

 

—Amiga, ninguna persona debe abandonar este mundo sin antes haber pasado por al menos una quinta parte de las fiestas en las que estuve durante estos dos años de mi universidad. Madre de Dios, ¿sabes lo que son los cuerpos de los universitarios en sus fraternidades donde pasan más horas en el gimnasio que en la biblioteca?

La anécdota de mi amiga me saca algunas risitas mientras sirvo vasos y vino blanco en dos copas mientras ella desenvuelve el sushi y los palitos chinos. Para mí me saco un tenedor ya que nunca pude manipular los palitos chinos como lo hace mi amiga, entre tantos talentos que se guarda también está el punto de saber comer como una persona decente lo haría en lo que trata a la comida china.

Una vez que nos sentamos, estoy atenta a la hora y a mi computador que permanece cargando en la habitación. Dejo el móvil a un lado sobre la mesa, ambas brindamos y ella me sigue contando entre risas al tiempo que paso una pieza de salmón con algas y queso crema por una salsa agridulce:

—¿Sabes lo que es estar con dos al mismo tiempo?

La miro, haciendo un gesto de sorpresa. Algo al respecto sé porque me lo ha comentado, pero no ha entrado en detalles, bajo el argumento de que eso sucedería el día que nos podamos ver en persona como ahora.

—Pues, supongo que no me hablas de dos piezas de sushi cocidas a la vez.

—Prefiero la carne cruda.

—¡Santo cielo, Rhonda!—le suelto, con una risotada también—. ¿Entonces es cierto que comiste dos perritos calientes al mismo tiempo?

—De las mejores experiencias de mi vida, creo que el día en el que decida sostener una pareja monogámica será solo con la condición de que esté habilitada cierta libertad a la hora de elegir cuántos hot dogs nos podemos comer, o bien, para elegir si un día prefieres hamburguesa o almeja de mar. ¿Me explico?

—¿Probaste la almeja?

Ella se encoge de hombros.

Caramba, esa parte sí que no me la sabía.

—¡Cómo que no me lo habías dicho!—le reclamo mientras observo la nueva pieza de sushi que estoy tratando de sostener—. Creo que ya no te podré ver con los mismos ojos mientras comes algo de mar.

—Tranquila, que no es algo que haría a libre voluntad para siempre.

—Es decir que no te gustó.

—Depende el contexto, esa noche era parte del plan de diversión y no podía dejar pasar una oportunidad así. Me gustó, pero solo porque además había salchichas.

No me suena bien en lo gastronómico comer almejas con salchichas, pero a ella le ha gustado así que, quién soy yo para juzgar.

—¿Cuántos eran?

—Cinco platos. Como cuando vas a cenar a un restaurante de cinco pasos.

—¡Rhonda, vaya!

—Tengo recuerdos maravillosos, siempre creí que condenaría a la gente que es así de golosa, pero era mi oportunidad y no la podía dejar pasar.

¡Plop!

Vuelvo a mirar la hora.

La pantalla de mi celular no ha dejado de encenderse minuto a minuto, prácticamente desde hace largo rato en que el tal Neville Samsó, asistente del megaempresario Kerem Deniz, me contactó para la reunión por videoconferencia esta noche con el magnate de su firma. Le estuve investigando, tiene poderosas inversiones en La Bolsa y también es un “angel” dentro de la categoría de inversionistas en nuevas tecnologías.

Posiblemente está detrás de la plataforma para la cual trabajo, no estoy segura a ciencia cierta, pero por algún motivo se supone que lleva prácticamente un año asentado en los Estados Unidos, con la perspectiva de regresarse a Turquía tras sus labores venideras en la espectacular ciudad de Sillicon Valley de la que mucho se habla.

Rhonda capta mi preocupación al descubrir el mensaje.

—¿Qué sucede?—me pregunta.

—Es él.

—¿No que falta aún?

—Sí, pero me pidió que esté atenta unos minutos antes.

—Falta. Dile que eres mía.

“Hola. Llamando.” Dice su mensaje.

“Ok” le envío, pero con dudas.

Me limpio la boca con una servilleta.

—Que respete tus tiempos, también son importantes—mi amiga mueve el móvil en su propia dirección—. ¿O acaso no te necesita él más que a ti?

—Pues, es cierto. Sí.

—Que respete tus horarios.

Me lo pasa.

Tengo una llamada perdida de él.

Sigo comiendo, pero esta vez con cierta dificultad e incomodidad.

Realmente no quisiera perder este trabajo.

“¿Estás ahí?”

Realmente quiero verle y hablar con él.

“OYE.”

De verdad, de verdad que me importa, es como un sexto sentido que me empuja a querer saber de su vida y de su realidad.

—¿Cuánto falta para la hora acordada?—me pregunta Rhonda.

—Tres minutos.

—Entonces dile.

Suspiro.

“Aún faltan tres minutos” le digo y me explico para no quedar tan mal “estoy cenando.”

“Es ahora o nunca” responde, furioso.

Esto ya me está preocupando demasiado.

—Hazte valer—me pincha mi amiga.

“Dos minutos, señor Deniz” le digo.

Y me pongo de pie para irme a mi habitación.

—Lo siento, no tardaré, lo prometo—le digo a mi amiga.

Me pongo de pie y voy hasta el cuarto. Una vez que ubico un punto donde hay pared lisa y sin tantas manchas detrás, coloco el móvil en mi dirección y enciendo la opción de llamar dentro de la app.

Él me hace esperar unos segundos hasta que finalmente atiende.

Sus rasgos son definidos y lleva una barba intensa que adorna su quijada y toda su boca. Unos labios demasiado llenos, cabello negro azabache y ojos oscuros, con una mandíbula amplia a tono con sus hombros.

Se lo ve formal, pero relajado.

Como un megalómano millonario que es, concluyendo su rutina del día.

—Buenas noches, señor Deniz—le digo en inglés—. Espero no haberle hecho perder demasiado tiempo, respeto mis propios horarios.

—Está bien—contesta él con una voz ronca, decidida, varonil—. Es muy corta la conversación: Estás despedida.




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