El Bebé del Millonario

CAPÍTULO 9

 

Narrado por KEREM

 

Una vez que vuelvo al espacio para estudiar lo que ya estaba, mi cabeza ha quedado en cualquier sitio menos en lo que debería concentrarme. Me siento cansado, me duele la nuca, la espalda y el cuello. Si Zara estuviera aquí, me acercaría un té caliente con miel y ella se serviría el suyo con ramitas de canela que le ponía a todo. Para Zara todo quedaba bien con canela. Se incorporaría detrás del sillón y me daría un masaje en los hombros y en el cuello. Puedo imaginarla con sus manos incorporadas en mi musculatura presionando con intención de relajarme y llevándome a un camino de paz interior necesario para mis días complejos de soportar tantas situaciones con las que me toca lidiar. Ya no es solo mi trabajo, de pronto aquellos días de estrés por situaciones mundanas se vuelven opacas y nimias ante el vacío enorme que siento en mi corazón tras la falta de mi compañera, de mi amiga, de mi socia, del amor de mi vida, de la madre de mi hijo. De mi Zara.

“¿Quieres un té, mi amor?” puedo escuchar su voz resonando en mis oídos mientras me ofrece un té delicioso.

Cielos.

Algo tan sencillo como un té se vuelve majestuoso al pensarla a ella. Algo tan rutinario como la comida del día o ir al dormir se convierte en algo aún más grande de solo hacerme una idea de lo que significaba hacerlo a su lado, pero ya no está para compartirlo conmigo. Han pasado semanas desde la última vez que estuvo a mi lado, pero ya no más. Esa última vez, ese día que la dejé marchar, ese avión al que se subió aún sabiendo en mi interior que no era necesario que deba hacerlo.

No debí haberlo permitido jamás.

No tenía que hacerlo.

Pero aún así sucedió.

Zara…

Abro los ojos y me encuentro con la decepcionante realidad de que no está el té de miel ni el de canela, no estan sus manos en mis hombros ni la presencia de su amor que llenaba todo el espacio como cuando andas por la vida sabiendo que tienes un resguardo seguro en el cual refugiar lo que hay en ti.

De pronto sabes qué tan cruel y dura puede ser en verdad la soledad.

Sacudo la cabeza, aparto el computador ya apagado y subo las escaleras del piso, camino a mi habitación. Paso como siempre por la de Alí, aunque permanece vigilado por las cámaras de seguridad y por el micrófono con el parlante que hay anclado a mi habitación. Antes era Zara quien lo cuidaba por las noches, yo jamás lo hice, nunca me sentí del todo seguro meciéndolo en mis brazos ni dándole el biberón o alguna comida, hasta que me tocó estar con el bebé las veinticuatro horas del día y ella pensaba que sería buena idea para ambos. Nunca pudo haberse equivocado tanto.

Al comienzo mi madre me ofreció venir a cuidar a Ali, pero me niego a que otra persona que amo se suba a un avión.

Mañana marcharemos a otra ciudad y será el primer vuelo al que lo suba a mi hijo tras la pérdida de mi mujer.

“Pérdida.”
Me siento con punzadas de culpa y de bronca tras usar esa palabra en lo que refiere a ella. Zara no merecía lo que sucedió, también me niego rotundamente a los momentos en que las personas hablan de ella en pasado.

Me rehúso a emplear el pasado para referirme a ella.

Sigue conmigo, aunque la realidad intente impactarme con bofetadas mostrándome que no está conmigo, que su música y sus caderas bailando por las mañanas ya no están, tampoco sus tardes de verla en el patio leyendo tirada en el patio de nuestra casa en Estambul ni su figura en el cuarto de Ali meciéndolo en la madrugada acá en Estados Unidos.

Me detengo en ese cuarto como lo hacía antes y abro la puerta. Creo ver la luz recortándose en el interior de la habitación y evidenciándola a ella con el niño en brazos. No lo suficiente, no pasa en absoluto.

Doy un paso adelante y miro a mi hijo durmiendo en su cuna.

Tan gordito, con sus ojos cerrados, inspirando y soltando el aire. Me dio por pasar varias veces al día la idea de pasarme por su cuarto para revisar si sigue respirando desde que Zara ya no puede venir hasta acá para hacerlo ella misma.

No sabía que lo hacía, la veía pasar varias veces, pero creía que solo lo miraba. Desde entonces, se ha convertido en una costumbre mía.

A un lado de su cama lo observo y el corazón se me sube a la garganta de solo imaginarme cómo será la vida de este pequeño sin una madre.

No merecía esto.

No tenía por qué pasarle algo así, ¿por qué el destino le impuso algo así? Apenas la tendrá en sus recuerdos cuando crezca, de hecho, los únicos que conservará serán las fotos y los vídeos que no me he atrevido a ver desde entonces. Incluso cambié el celular para no encontrarme con el impacto que eso me causaría, pero las redes sociales también se han impuesto en alguna ocasión.

Aún conservo en mi perfil de las redes esa familia feliz de los tres juntos. ¿Qué piensa la gente al verla, sabiendo lo que ha sucedido? No me importa. Seguimos siendo una familia…feliz. Seguimos. ¿Seguimos?

Una lágrimas humedece mi mejilla derecha, pero el móvil comienza a vibrar en mi bolsillo y me apresuro a revisarlo antes de que pueda despertar a mi bebé.

Salgo de la habitación cerrando despacio tras de mí y me voy hasta mi cuarto, donde reviso la pantalla y compruebo que es Neville quien me llama. Ya puedo imaginarme de qué se trata, pero aún así le atiendo.

—Si no fueras tú, colgaría ahora mismo—le advierto.

—Señor Deniz, ¿qué ha pasado?

—De qué hablas, Neville. ¡Mira la hora!

—Lo siento, pero me ha notificado la señorita Mindy que la ha despedido sin siquiera haber comenzado.

—Le dije que me llame y lo hizo casi diez minutos luego de advertirle. No me atendió cuando le llamé.

—Hablaron en la hora pactada, sugiere.

—Pero yo quería antes.

—Señor…

—Ya sé, Neville. Dile que venga.

—¿Seguro?

—Sí.

—¿Y por qué hizo eso?




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