Narrado por JULIET
Aún es de noche cuando llego al aeropuerto. El señor Samsó me encuentra antes que yo le encuentre a él. Es joven, tiene menos edad de la que suponía cuando hablábamos por celular, aunque destaco que tiene un estilo super formal.
Me hace gestos con las manos en alto en cuanto me ve y echo a andar en su dirección con mi valija vieja con rueditas andando tras de mí. Con el dinero que cobraré, tengo la esperanza de poder hacer algunas compras, entre ellas, una valija nueva ya que espero que mi trabajo al fin comience a dar frutos viajando tal cual esperaba desde un principio hace años, pero que aún no me da la oportunidad de visitar otro país al menos.
Qué va, el hecho de conocer Silicon Valley es ya un agrado inmenso para mí, me pone super contenta la oportunidad y no estoy dispuesta a dejarla pasar una vez más. En cuanto me distingue, compruebo que su atuendo de señor mayor no le asienta nada bien a su edad que supongo no ha de ser más de treinta años. Quizá puede que sean veinticinco, pero su pinta de anciano amable no combina.
Bah, justo yo que soy la friki más destacada de toda una aplicación para clases virtuales, vendrá a hablar de este modo. Pues, ni modo.
—Señor Samsó.
—¡Juliet! Puedes llamarme Neville—dice él en cuanto me saluda con una gesto que no implica contacto físico. Agradezco eso, no me cae bien el contacto—. Si yo puedo llamarte a ti Juliet. ¿Qué tal estás?
—Ejem, bien. Sí. Juliet está bien—advierto—. Aunque supongo no podré llamar Kerem al señor Deniz.
—En años que le conozco aún no me he sentido cómodo como para hacerlo, si tienes el coraje, puedes jugar con tu destino.
—No volvería a intentarlo—le advierto.
—¿Ayudo con la valija?—propone, tendiendo sus manos.
Le paso mi bolso de mano en su lugar ya que no deseo que vea mi valija toda arruinada, aunque de seguro ya ha de haberlo pensado.
—El vuelo es por acá.
—¿Viniste al aeropuerto de esta ciudad solo para tomar un vuelo conmigo?—le pregunto, un poco extrañada por sacar la conclusión.
—Quería asegurarme de que vinieras.
—Tengo pánico a volar.
—¿En serio?
—No. Pero sí cuando se trata de tu jefe. Dios santo, ¿en serio iba a echarme anoche por no estar antes como me lo exigía?
—Ejem, es así. Pero ya le conocerás, tiene buen corazón y sabe compensar cuando la gente le responde con lealtad.
—No es lealtad, es explotación querer adueñarte del horario de los demás.
—Pero nadie te pagaría veinte mil dólares por tan poco tiempo solo para que tu bebé que está aprendiendo a conocer el mundo pueda decir dos o tres palabras en turco.
—Pues, hay que ser un poco mago. ¿Y si no lo consigo?
—Al llegar a destino firmarás un contrato. Si no consigues el objetivo, pero haces el trabajo, el dinero te será cancelado como corresponde.
—¿Y si sí lo consigo?
—Tendrás el extra que te lo duplica.
—¿Y si consigo más que algunas pocas palabras? Igual lo dudo, ¿cuántos años tiene? ¿Y por qué aún no habla?
—De hecho tiene diez meses.
—¡¿Es una broma?!
—No. Pero la próxima semana serán once meses y de ti depende que cuando tenga el año ya balbucee algo.
—Definitivamente no me parece viable lo que me están pidiendo.
Me clavo al suelo, sintiendo que el pánico se apodera repentinamente de mí. Dudo que sería capaz de hacer algo así, no tengo la noción necesaria ni una varita mágica para conseguir que un niño que apenas ha aprendido a sentarse y quizás a intentar erguirse sobre sus piecitos diga algunas palabras en un idioma que ni siquiera es el de la ciudad donde ha crecido.
Me lo estoy pensando nuevamente, cuando él se interpone en mis pensamientos. Sé que Neville está intentando retenerme, pero también sospecho que es por el intento de hacer bien su trabajo y le comprendo.
Pero temo dar que desear en mi desempeño.
—No puedo, de verdad, no puedo—me pongo sumamente tensa y estoy a punto de entrar en una crisis.
—Tengo que decirte algo—advierte—. Juliet, el señor Deniz ha perdido a su esposa hace menos de un mes y desde entonces no ha tomado a su hijo en brazos.
—¿Qué dices?
—No es capaz de hablarle directamente ni de mirarlo a la cara. Nunca le ha hecho dormir y ni siquiera le alimenta.
—¿Por qué? ¡Es un monstruo!
—Lo hace para cuidarlo. Teme hacerle daño.
—¡¿Por qué le haría daño a esa criatura?!
—Porque perder a su esposa le ha llenado de temores y su hijo Ali es lo más parecido a ella que conserva. Tiene a un equipo de expertos a su alrededor para encargarse de sus cuidados. Tú solo tienes a cargo el estímulo intelectual de él, ni siquiera tendrás que bañarlo o darle de comer ni cambiarle los pañales.
—No tengo hijos, pero sí la cabeza necesaria como para deducir por mero sentido común que un niño al que le cambian los pañales también necesita del amor de quien le dirige una palabra cuando le hacen avioncito para darle la papilla.
—Entonces puedes acordarlo con el equipo a cargo.
—No es posible. ¡Es el padre! ¡Y tiene a un equipo de personas que se encargar de hacer lo que a él le corresponde! ¿No es turco?
—Lo es.
—Pero…
—Por favor, Juliet. Más allá del dinero y más allá del señor Deniz, hazlo por el alma noble de esa criatura que verá el mundo sin conservar siquiera un recuerdo de su mamá.
Trago grueso y el pecho se me infla de solo hacerme una idea de lo que significa para ese pequeño tenerlo absolutamente todo, pero no el cariño de su madre y en consecuencia tampoco el de su padre.
Sabiendo el ogro que es ese hombre por haberme hecho lo que me hizo anoche, dejándome sumamente angustiada hasta el llamado de Neville, no me extraña lo que le espera cuando crezca y comience a tener conciencia del mundo alrededor.
—Tendrás beneficios extras—añade—, el señor Deniz quiere que seas el estímulo constante que él necesita así que deberás acompañarlo en todas sus oportunidades de trabajo que él asista porque tampoco debe separarse del niño.