El Bebé del Millonario

CAPÍTULO 11

Narrado por KEREM

 

Volar.

Siempre significó cosas positivas en mi vida.

Momentos felices.

Mi primer vuelo para una olimpíada de matemáticas cuando era pequeño, las primeras vacaciones junto a mi familia, el amor por los libros cuando iba a una feria de emprendedores o de lectura, todo lo que está bien puesto en una misma finalidad que tiempo más tarde pasó a significar desde la metáfora más alta al dolor más profundo.

Sumergido en mis propias penas, me armo de valor e intento permanecer hermético a cualquier sensación que me pueda provocar la idea de subir a un avión. Ali viene conmigo, pero no soy yo quien está a su cargo sino la institutriz a quien la gente común le llama nada más que “niñera” aunque encuentro muy básico y mundano ese término.

Mi hijo por supuesto que es instruido por alguien que está por encima de eso, hay mucho más que una simple cuidadora para la criatura que es sangre de mi sangre.

Resuelvo que hay que salir de una vez. Aquí soy yo quien da la orden, es mi vuelo privado y es mi ejecución de términos tal cual pretendo que deban seguirse acorde a las reglas que me toca instruir.

Decido que es hora de seguir adelante en mis asuntos tal cual está previsto en la agenda. Marchamos camino a las butacas que nos tocan y dejo que mis sentidos se acomoden a mantener la mente en blanco a partir de todas las técnicas que puedo aplicar para poder tolerarlo en mi interior.

Estamos a punto de despegar cuando finalmente sucede. Las turbinas entran en marcha nos movemos dentro de la máquina brutal que hace a este aeródromo particular y nos elevamos con el ruido del llanto de Ali quien acaba de soltar un llanto molesto y tortuoso que se clava en mi sesera sin piedad alguna.

Caray, cómo es posible.

Mientras estamos en el aire, me duelen los tímpanos ya que la tensión y la altura provocan que se me tapen los oídos, Ali llora, mi cabeza intenta repetirme una y otra vez que es mejor permanecer en blanco, pero la crisis que revoluciona mi interior permanece amordazada hasta que nos acomodamos en el aire e intento procesar lo que está sucediendo. Lo proceso en lo profundo de mi mente hasta enterrarlo donde le corresponde. Dejo que los minutos transcurran como es debido al tiempo que imagino a Zara a mi lado, tomándome la mano y diciéndome con su voz aterciopelada “todo estará bien, Kerem, no temas, todo será maravilloso como siempre lo planeaste. Este viaje es especial para ti. Haz que siga siendo especial para los tres.”

Suspiro.

Abro los ojos.

En cuanto creo tener la sensación de que puedo comenzar a acomodarme en el vuelo y a ser consciente de que mi esposa puede que esté a mi lado acompañándome, caigo en la cuenta de que estamos cerca de aterrizar.

El tiempo se ha pasado rapidísimo. ¿Volando? Ja. Sí, muy rápido y demasiado pronto hemos llegado a nuestro destino.

Ali ha dejado de llorar.

Hemos llegado.


 

—¿Quién es el bebé más hermoso? ¿Quién es?

La voz de la mujer que tiene a cargo los cuidados de Ali me resulta insoportable, no puede hablarle como boba a mi hijo. Él no es ningún bobo, es un niño.

—Por favor, no uses ese tono al hablarle a Ali Deniz—le digo, acentuando cada palabra mientras nos entregan nuestro equipaje.

Ella me mira con cierta oscuridad atravesando su rostro.

—Lo siento, señor—me dice.

Carraspeo, molesto por la escena que acabo de presenciar.

—No quiero que mi hijo crezca escuchando que la gente le habla de esa manera. El mundo no le tratará como tú le tratas, necesita ser disciplinado—advierto.

Ella solo asiente y avanzamos.

Una vez en el ingreso al aeródromo privado, Neville aparece caminando en mi dirección tras bajar de uno de los coches particulares que ha sido enviado por la firma a la cual pertenezco. Le permito hacerlo y me jacto con gracia de verle llegar solo.

En cuanto llega a mí, nuestros hombres comienzan a cargar el equipaje en el coche que ha sido pedido para nosotros.

—Te dije que no lo conseguirías, Neville—le advierto—. Cuando una chica es irresponsable e inoperante, lo es y ya.

—Señor Deniz—dice él—. Ella…

—Descuida, lo entiendo. Ya encontraremos a alguien mejor.

—Pero… Ella… Y su vuelo…

—Mi vuelo ha resultado excelente. Nada qué opinar—. No quiero que se hable del vuelo, lo tengo decidido, porque lo más probable es que se empiece con la absurda cuestión de “pobre de Kerem que o dice una palabra, que todo en su vida gira alrededor de los aviones y su esposa se subió a uno para jamás regresar.”

No.

No quiero que se hable más del asunto.

—Ella está aquí, señor—me dice él—. Justo…

—Justo detrás de usted.

Me lo dice en turco y distingo las palabras con una naturalidad e inmediatez como hacía mucho tiempo no entendía nada.

Una chica al menos veinte centímetros más baja que yo está ahora mismo tras de mí. Tiene una coleta alta, zapatillas, sudadera y jeans. Ni maquillaje se ha puesto. ¿Qué clase de mujer espera que la tomen en serio cuando ni siquiera se molesta en arreglarse?

Aunque tiene una juventud y unas facciones tan delicadas que podrían resaltar aún más con un poco de cuidado. Es bella, lo admito, pero no de la clase de mujeres que se sabe bellas, por el contrario, es más bien una suerte de proeza natural, mágica, preciosa.

De la clase de mujeres que uno de manera objetiva reconocería internamente en tanto bonita, pero no pienso darle la razón a mis supuestos.

—Oh, Judith—la saludo, dirigiendo una sonrisa de suficiencia aun con la mirada en alto dirigida en su perspectiva—. Qué gusto saludarte.

—Mi nombre es Juliet—. Me fulmina con la mirada.

—Mira tú.Juliana. Creí que no vendrías.

Pone los ojos en blanco.

Sí, ya escuché. “Yuliettt”. Pero no le voy a dar la razón en su intento de corregirme, acá yo soy el que tiene la razón siempre por un asunto de jerarquías. Y si yo digo que se llama Mona Lisa, pues se llama Mona Lisa y punto.




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