El Beso

Prólogo

Prólogo

La suave brisa producía un sonido tranquilizador al agitar las hojas de los árboles, provocando que algunas cayeran en forma de espiral hacia el húmedo césped.

Apoyé mis manos sobre la fría madera de la terraza, mirando hacia el cielo. Aprecié el color anaranjado que teñía el celeste de la tarde y el esponjoso blanco de las nubes. La vista de ese lugar de escape, aquella cabaña de mi infancia, era tan relajante que casi lograba apartarme de todo y de todos.

Aunque todo estaba en calma, y se suponía que debía ser uno de los mejores días en mi familia, no lo sentía como tal. Un vacío me atormentaba ferozmente, impidiendo que pensara con claridad.

El poder de la negación era más fuerte que cualquier empeño por salir adelante.

No se me daba naturalmente el autocontrol, mucho menos el desapego repentino hacia alguien.

En una nube detallé la pequeña figura de un pájaro, aquella buscaba apoderarse de sus compañeras.

Era mi parte favorita de los atardeceres, hallar pinturas en el cielo de diferentes colores que con el pasar de unos frágiles segundos desaparecían con el manto oscuro de la noche estrellada.

Con ese aire de repentina soledad, alguien que no estaba muy feliz de ver, apareció.

Nunca creí decir eso, menos de él.

Un chico callado, castaño y con rasgos corpulentos, el cual suponía que me traería amor infinito, después de tantos años en espera.

—¿Qué haces aquí? —pregunté tajante.

—Noté que no te gusta la idea de verme. —Por supuesto que me gusta. Siempre me ha gustado, Ethan.

—Solo no estaba en mis planes.

—A veces hay que romper un poco las reglas, ¿no lo consideras así?

—Sí, mientras estés seguro de que no te hieran. —Giré hacia él sin cambiar mi postura de seriedad. Su aroma invadió mis fosas nasales, «cómo extrañaba ese olor». Ethan tomó mi mano, pero me aparté.

—¿Qué? ¿Ya no puedo tomar de la mano a mi princesa?

—Mi “magnífico” sí puede, pero ya no eres él.

—¿Qué cambió? —Miró hacia el suelo relamiendo sus labios.

Tenerlo cerca me lastimaba, pero explicarle con palabras simples lo que sentía era mucho más doloroso. La mentira siempre duele y esta era una que no podía evitar.

—Todo.

Me limité a decir, girando sobre la punta de mis pies para marcharme sin mirar atrás.

—¿O sea que prefieres tirar seis años a la basura como si no valieran nada?

—No. Sin embargo, tampoco pretendo fingir que no ha pasado nada.

Maldigo el día que caí rendida ante su silencio, ante esa hermosa sonrisa que aún me sonroja cuando ha pasado el suficiente tiempo para ponerme coqueta y con mariposas en el estómago.

—¿Recuerdas por qué me llamaste así? Tu “magnífico”. —Cerré los ojos y sonreí recordando esa estúpida vez.

Mi mente no podía soportar la ingenuidad de aquel momento. Una chica de diecisiete años embobada desde los doce por un chico con una belleza única y magnífica.

Aquel que de alguna u otra forma logró que las estrellas no solo sonrieran para los demás, sino que deslumbraran para mí. Lo que siempre había querido, un chico que me mirara con tanta pasión y amor como él llegó a hacerlo.

—Lo recuerdo perfectamente —dije ahogando las risas.

—Y yo recuerdo perfectamente el día en que te llamé “ma princesse”.




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