El Beso

Capítulo tres

C.M.I.A.I.

Al llegar a mi casa verdadera solo esperaba dos cosas; a Luz y un regaño de mi padre.

Luzilda es una mujer joven. Ella se encarga de ayudarnos en casa. Ha estado desde que yo tenía once años y desde ese momento la he considerado como una segunda madre. Se mudó a casa de mi padre junto a mí  y ha sido mi mayor consuelo durante estos años.

Comencé a caminar hacia la entrada de mi casa por el jardín de enfrente, cuando de repente sentí pequeños silbidos desde lejos que me llamaban.

—TZZZ. ¡JANE! —¿Luz?

Me hizo señas para que fuera hasta ella a hurtadillas, lo cual hice.

—¿Qué pas…?

—Shhh, baja la voz Jane.

—¿Qué? ¿Son ellos otra vez?

—Sí, y se está poniendo feo.

—¿Están…?

—Sí. —Agh, otra vez.

—No importa cómo se vea, voy a entrar.

—Quedarás traumada de por vida, Jane.

—Tomaré el riesgo. Él me llamó, debe ser algo importante. ¿Vendrás?

—No, el día está muy lindo para desperdiciarlo, ¿no crees? Sobre todo porque debemos aprovechar este tiempo soleado, que ya viene el invierno, ¿cierto?

—Ajá. Como quieras, cobarde. Voy a entrar.

—Suerte linda y que el jaguar no te alcance. —Rápidamente, abrí la puerta y entré en lo que parecía un campo de guerra, antes llamado sala principal.

—¡TE ODIO, ERES UN MALDITO EGOÍSTA!

—¡CÁLLATE CLARA, LO ÚNICO QUE ME PROVOCAS ES JAQUECA!

—¡ESTÁS LOCO, NUNCA DEBÍ ESTAR CONTIGO!

—¡AQUÍ LA MALDITA LOCA ERES TÚ!

—¿¡CÓMO FUE QUE ME LLAMASTE!?

Comencé a caminar a hurtadillas para subir a mi habitación con cuidado. Logré  atravesar toda la sala, esquivando las cosas de mi padre regadas por todos lados. Subí rápidamente los escalones hasta que me detuve en el segundo piso al escuchar el fuerte estruendo de un objeto, «un florero, al parecer».

Luego vino otro más y otra cosa más… Debía apresurarme o el jaguar me alcanzaría.

—¡NUNCA ME VOLVERÁS A VER! —gritó Clara saliendo de la habitación en donde discutían. Al verla corrí más rápido para llegar a mi habitación.

—¡MEJOR PARA MÍ!

—¡NO ME BUSQUES CUANDO TE SIENTAS SOLO!

Mientras subía mi teléfono comenzó a sonar y lo apagué rápidamente para que no notaran mi presencia.

—¿Jane, estás aquí? —preguntó mi papá desde el piso de abajo.

Bajé maldiciendo para mis adentros. Me asomé por la escalera y noté a Clara hecha un desastre. Llevaba su uniforme de secretaria, su melena rubia completamente despeinada y el maquillaje escurrido por sus mejillas. «El remake de “El cadáver de la novia”».

—Oh, hola, Jane —saludó Clara limpiándose los ojos con sus manos. Sorbió ligeramente.

—Hola. ¿Todo bien?

—Sí, mejor que nunca. Ya me deshice de él.

—¡Clara! No tienes ningún derecho de hablar nuestros problemas con mi hija.

—¡MEJOR PARA MÍ QUE ESCUCHE ESTO! ¡TU PAPÁ ES UN ENGENDRO DEL DIABLO Y ESPERO QUE SUS NEGOCIOS SE VAYAN DIRECTO AL INFIERNO! —ahogué la risa apretando con fuerza mis labios. Que llamaran engendro del diablo a mi padre es otro nivel.

Clara corrió escaleras abajo, con al menos dos maletas y cinco abrigos por mano.

Estrelló la puerta al salir, dejando entrar el silencio… ese relajante silencio, que ahora reinaba por toda la casa.

«Tranquilidad para mis oídos».

Mi padre permaneció en la planta baja, con las manos en la cintura mirando hacia la puerta, pensativo.

—¿Papá?

Volteó a verme

—Sí, después hablamos.

—Vale. —Dibujé una tierna sonrisa ladeada y subí a mi habitación.

¿En verdad terminaron definitivamente esta vez?

En estos siete años han terminado al menos ochenta y siete veces, sin contar aquellas en las que pudieron haber terminado mientras mi padre estaba casado.

Clara nunca me agradó, siempre intenté complicar su existencia con comentarios sobre mi madre y las grandiosas operaciones que hacía en el hospital, aunque no me hacía caso y siempre intentó ignorarme. Me recordaba un poco a Meredith de juego de gemelas, solo que yo no llegaba a ese extremo y ella sí intentaba quererme.

Me sentí mal por ellos, la verdad pensaba que habían superado la estupidez de la toxicidad en su relación, pero al parecer nunca pasará.

Llevé a la lavandería mi uniforme del instituto y busqué uno nuevo en mi armario. ¿Por qué, si asisto pasado mañana al instituto? No lo sé. Creo que es una distracción preparar todo con anticipación.

—Permiso para entrar—dijo mi papá golpeando mi puerta.




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