El Beso

Capítulo cuatro

Bomba disfrazada

Aunque es cierto que me emociona una superbeca para ir a Francia a estudiar, los maestros no han parado de hablar de ella todo el día y eso me tiene harta. Los pasillos se sienten pesados por tantos murmullos entre los estudiantes. Ahora todos parecen interesarse por los libros de la biblioteca de forma repentina.

Bueno, pienso que es algo obvio. La palabra competencia cambia todo el significado del por qué estudiar y eso es algo que nadie podrá evitar en ningún lugar.

—Espero que todos den lo mejor de sí mismos en los exámenes de postulación, no me gustaría saber que un alumno a mi cargo sacó menos de 80 %. La idea es que sea una competencia reñida, no les faciliten el camino a los demás —dijo la profesora con aires de ego en cada palabra. Todos rieron y asintieron al mismo tiempo.

Yo mordisqueaba la punta de mi lápiz de tinta mientras la miraba, ignorando sus palabras.

—¿De qué está hablando, Jane? —preguntó Kristen a mi lado

—Sobre el comunicado de hoy en la mañana

—¿Y cuál es el comunicado?

—¿En serio, Kristen? —Creo que estaba muy ocupada con Daniel para notarlo—. ¿No oíste ni una palabra?

—Estaba con el inspector en dirección, esperando a Bellrose. No pude escuchar.

—¿Qué hiciste? —Kristen no puede darse el lujo de reprobar o tener mala conducta en clases, cualquier tipo de queja haría que cancelaran su beca inmediatamente. Podría estar en otro instituto, aunque para ella sería facilísimo pasar los exámenes y tener buenas notas. Una “A” allá es una “C” aquí, pero el reconocimiento y “currículum” no es el mismo.

—Mis calificaciones bajaron —susurró mirando hacia el suelo

—Kristen, sabes que no puedes…

—Lo sé. Daniel no puede, ni Andrea, ni tú tampoco.

Me quedé en silencio y asentí con un poco de culpa.

—Sí… Pero lo importante es que te concentres en ti, nadie más.

—Ya sé, Jane. Me ocuparé.

—¿Señoritas, tienen algo que agregar en clase? —La voz de la profesora hizo que me paralizara

—No, todo bien —respondí esbozando una sonrisa guardando mi compostura calmada.

—Ajá. Jane, ¿podrías ir por el técnico? La conexión a internet está muy lenta. —Asentí y salí rápidamente del salón.

Me dirigí hacia dirección y esperé en los asientos de afuera. La señorita Daisy, una muy ordenada y risueña secretaria académica, apareció repleta de libros pesados a punto de caerse.

—¡Ayuda, quién quiera que seas! —Me levanté rápidamente y atajé uno de los libros que resbaló de sus manos.

—Soy Janabeth, señorita Daisy.

—¡Oh! Ayúdame Jane, tengo tanto papeleo para la señorita Bellrose que apenas me alcanzan las manos. Esto de la beca es una completa locura.

—Sí que lo es. —Y muy bien lo sabía. Tomé la mitad de la carga de sus libros y las acomodé en el largo escritorio que dividía la sala de espera con el resto de las oficinas detrás del mismo—. Estoy buscando al técnico, mi profesora de francés tiene problemas de conexión.

—Claro, linda. Aguarda un segundo y te pondré en contacto con él ¿Me harías un favor? —Asentí—. ¿Podrías llevar esta lista a la clase del señor Fisher de alemán? Y estos papeles también, con este archivador. —¿Un pastel también? La miré con los ojos bien abiertos y soltó un suspiro. —Eso es todo.

—Vuelvo enseguida.

—Gracias, linda.

Tomé las carpetas y archivadores y me dirigí al salón del señor Fisher. La apariencia del profesor de alemán era graciosa; un hombre adulto, con anteojos y una cabeza rapada brillante. Un poco torpe a veces. Muy gracioso cuando quería serlo, pero también con un carácter muy fuerte de liderazgo. Tremendamente estructurado y exigente, aunque se relajaba con los alumnos que más apreciaba.

Toqué la puerta del salón, un poco nerviosa. Aunque debo admitir que los nervios es algo que nunca podré superar, el entrar a un salón desconocido con alumnos que no conoces es sumamente vergonzoso. Ojalá que no me haga pasar al salón y pueda recibirlo afuera.

El salón estaba en silencio. Todos parecían escribir algo en sus cuadernos, mientras leían en la pantalla de sus computadores, aunque por la ventanilla podía ver a Ryan Maclean, Mark Dempsy y Jackson Evans tirándose bolas de papel entre sí. Adam Maxwell, un idiota que le hace honor a la palabra, los miraba de reojo riéndose de vez en cuando por su estupidez.

—¡Pase! —gritó el profesor desde su escritorio. Un chico abrió la puerta desde el costado, interponiéndose en la pasada—. ¿Quién es Dalaras? —Me quedé paralizada con dicha imagen. Su rostro denotaba una expresión seria, aunque no dejaba de verse sexi de cualquier forma que lo miraras.

—Eres Jane, ¿cierto? —Tragué grueso, ¿sabía mi nombre?

—S-s-s-sí —dije tartamudeando. Esbozó una sonrisa maravillosa y brillante enseñando sus relucientes dientes y giró para comunicárselo al profesor. Volvió a mí relamiendo sus labios. Repasó mi cuerpo de arriba abajo y con la misma sonrisa encantadora volvió a sentarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.