El Beso

Capítulo cinco

Las chicas son extraterrestres

Ethan

Otra noche de insomnio. ¿Qué más da?

Algunos culparán a la computadora, a los videojuegos, yo no sé a qué o a quién culpar.

En el suelo noté a Alex durmiendo con la boca abierta al igual que sus ojos. La saliva le escurría mientras roncaba ligeramente.

Que se quedara en mi casa ya era una tradición desde que teníamos cinco años, aunque sería más fácil que se mudara en vez de ir y venir de su casa a la mía.

Apoyé mis palmas en la ventana de mi cuarto y saqué la cabeza para tomar aire.

—¿Ethan? ¿Qué haces con la ventana abierta en la madrugada? Me matarás de frío —dijo Alex somnoliento

—Vuelve a dormir —demandé—. Te queda una hora todavía.

—Gracias a Dios. —Se abalanzó a mi cama, cubriéndose completamente con las cobijas—. Ven aquí a dormir

—No, dormir no es para mí. —Tomé un libro de mi repisa, mi teléfono con audífonos y atravesé la ventana. Me deslicé por el techo hasta el límite para sentarme con las piernas volando.
—Al menos ponte algo encima —exclamó desde mi ventana. Arrojó una chaqueta, la cual agarré en el aire.

Mi cuerpo tiene un termostato algo extraño. En plena madrugada estaba sin camisa y en bóxer, fuera de mi habitación, recibiendo la brisa matutina. Coloqué mi playlist mientras comenzaba el último libro que me faltaba por leer de mi lista: “Princesa mecánica” de Cassandra Clare.

Leer con música de fondo me ayuda mucho, sobre todo cuando estoy en lugares de altura y necesito desviar esa horrible sensación de vértigo en mi cuerpo.

Solo cuatro bandas conforman esa larga lista: Oasis, The Neighbourhood, PUBLIC y U2. Aunque tenía canciones sueltas de otros artistas.

El amanecer alumbraba las páginas de mi libro con su color naranja, mientras que “Don't go away” resonaba en mis audífonos. Creo que esa es la mejor manera de comenzar el día, ya que después vienen las ariscas caras de los del instituto. De repente, sentí un objeto estrellarse contra mi nuca. Voltee rápidamente para devolverle a Alex la botella de plástico que me lanzó, pero él me detuvo haciéndome señas hacia adentro de mi habitación.

Me saqué los audífonos y pude notar claramente la voz de una señora chillona que gritaba desde el primer piso, mi madre.

—¡TE DIJE QUE ERA HACIA EL OTRO LADO! —Esa mujer va a traumar a todos sus trabajadores. Cerré el libro con el marcapáginas y crucé la ventana rápidamente.

— Ethan, ¿Marie ya…?

—¿Si ya enloqueció? No, desde hace tiempo que lo está. —Le di palmaditas en el hombro y salí de mi habitación, dirigiéndome a la sala en busca de esa mujer loca que se hace llamar mi madre.

No estaba en la sala, los gritos parecían estar cerca, pero no podía ubicarlos. Fui hasta la cocina y encontré a mi padre tomando café mientras revisaba su iPad.

—¿Papá?

—Buenos días, hijo —dijo casi automáticamente sin apartar su vista de la pantalla

— Hola… ¿La que grita es mi mamá?

—Ella misma —volvimos a escuchar gritos, pero esta vez no pude distinguir qué decía

—¿Deberíamos ir y…?

—No, te aseguro que ella estallará la tercera guerra mundial y no quiero entrometerme en su enfrentamiento de alianzas.

—Va a traumar a esos diseñadores

—Lo sé, pero no quiero ser parte del club. —Levantó la vista con una sonrisa sarcástica.

Tomé una manzana del frutero y me dirigí al jardín.

Allí estaba, luchando contra un contratista mostrando papeles y con las manos sobre la cintura.

—¡A mí nadie me estafa y ten por seguro que si lo haces me devuelves cada centavo y además el doble por la demanda que te va a caer! —exclamó mi madre.

—Señora Dalaras…

—Hola, ¿está todo bien? — interrumpí

—Problemas de estafa, pero que serán solucionados. ¿Cierto, señor Johnson?

—Acá hubo una confusión

—¿Me está tomando el pelo, señor? —negó aterrorizado y se retiró.

Giré hacia mi mamá con los brazos cruzados buscando una explicación. Negó con su mano y se fue detrás del contratista.

No entiendo a esta señora.

Subí las escaleras corriendo a toda prisa hasta mi habitación. Alex estaba arreglándose con el uniforme de la cafetería en la que trabaja, guardando el resto de la ropa en su bolso.

—Apúrate, esposo mío, debes ir al instituto

—¿Seguimos con ese juego? —dije entre risas

—Hasta que sea verdad, sí —sonreí ligeramente y le di una palmadita en su hombro—. ¡Ten! —Arrojó una toalla a mi cabeza y siguió acomodando sus cosas.

Entré a la ducha helada con la esperanza de despertar por completo. Desde el baño podía escuchar cómo Alex cantaba a todo pulmón en mi habitación.




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