El Beso

Capítulo diecinueve

Déjate llevar

Jane

—¡¿Qué hicieron qué?! —exclamé agarrándome la cabeza—. Okey… ¡Demasiada información para mi cabeza en tan poco tiempo!

Comencé a pasear por todo el baño de mujeres, frotando la yema de mis dedos en mi cuero cabelludo. Definitivamente, no sirvo para este tipo de secretos. ¿Ahora qué tengo que hacer? ¿A quién debo cubrir?

—Entonces, resumiendo… —Me detuve frente a Daniel—. Engañaste a Kristen, ¿no es así?

—No diría que…

«Imposible». Estampé mi puño en su hombro, provocándole un ligero aullido… Bueno, no tan ligero.

—¡Auch! ¡Eso dolió, Jane!

—¡Eso te lo mereces por ser un Don Juan!

—No fue como tú piensas…

—No importa, tienes novia y la acabas de engañar con su amiga.

—Tenía. —Fruncí el ceño—. Antes que todo pasara, descubrí a Kristen con Maxwell besándose y hoy por la mañana a Kristen le llegó una señal divina de “completa sinceridad” y confesó haberme engañado desde que comenzamos a salir.

«¡Idiota y tres mil veces tarado!»

Volví a golpearlo, esta vez un poco más fuerte.

—¡En serio debes dejar de hacer eso!

—No pensé que fueras de esos novios que tomaran venganza. ¡Utilizaste a Andrea y esas dos cosas juntas lo hace mil veces peor!

—No la utilicé.

—¿Ah, no? Lo que pasó entre ustedes nunca hubiera sucedido si no hubieses creído que le gustabas. Ni siquiera te gusta, Daniel.

—Quizás sí me gusta.

—Esto… Tú… —Enrosqué mi puño nuevamente, pero en vez de golpearlo, tragué mi ira y solté un chillido como una niña pequeña—. ¡UY! ¿Acaso no podías terminar con Kristen de una forma normal y que todo fuera menos complicado? ¡Me estás haciendo cómplice!

—No eres cómplice, porque no fue algo que haya planeado, solo sucedió. Y te lo cuento explícitamente porque eres la mejor dando consejos y ahora tú quedarás en el medio de todo esto.

—¡¿Y yo por qué?!

—Eres amiga de los tres después de todo.

—¿Kristen sabe lo de Andrea?

—Bueno… Digamos que volvimos a discutir hoy en la mañana.

—¿Y eso que tiene que…? —No, definitivamente no hacía falta que me lo explicara. Mi mente creadora de dramas ya había hecho clic—. Lo descubrió.

—Sip.

—Y ahora yo sé todo esto enfermizo de ustedes dos…

—Sip.

—¡Daniel, soy cómplice! Y yo no quiero ser cómplice. ¿Dime, a ti te gustaría ser mi cómplice en algo así? Digo, no sé si alguna vez te lo pediría, ¿o sí? No lo sé ¡Todo es tan complicado ahora que…!

—¡Janabeth! —exclamó Dan, sacudiendo mis hombros—. Respira.

—Okey… Voy a respirar… No, no puedo respirar. Kristen va a estar furiosa con ustedes por haberme dicho… No, no solo con ustedes, conmigo también.

—A mí qué más me da.

—Gracias, Daniel, eres un amigo increíble —dije con sarcasmo—. ¿Dónde está Andrea?

—Afuera.

—Estoy aquí…

Salté del susto. La puerta a mi lado se abrió rápidamente. Andrea entró con la cara hecha un desastre. Tenía el pelo desordenado, aunque sus dedos habían servido como un peine temporal. Giró la llave del agua helada y comenzó a mojar su rostro con cuidado en cada marca morada. Vaya, sí que hubieron golpes.

—¿Podemos irnos a clases, por favor? —mustió, cerrando el agua fría—. Daniel ni siquiera debería estar en este baño.

—Por favor, todos sabemos que el baño de mujeres está hecho para resolver conflictos. —dijo Daniel, dedicándole una sonrisa tímida. Andrea se limitó a ignorarlo «conociéndola, estaba pensando en todos los motivos que tenía para odiarlo». Abrió su mochila y comenzó a cubrir algunas marcas con el poco maquillaje que tenía. Intenté ayudarla, pero su rechazo inmediato más mis nulas habilidades con el maquillaje no ayudaron en lo absoluto.

Tomé la decisión de salir de allí poco tiempo después. Daniel lucía triste. Recostó su lado derecho del cuerpo en la fría pared de cerámica blanca del baño y miró hacia sus zapatos con las manos en los bolsillos.

Como si fuera una señal divina, el timbre para ingresar a los salones de clase sonó. Me despedí de los dos y repasé por última vez a Daniel. Con su mirada entendí que ambos estábamos de acuerdo en hablar del asunto más tarde.

Aún no podía entender con claridad lo que había pasado entre ellos tres y por qué, de alguna u otra forma, yo estaba incluida en el problema, no solo siendo cómplice de Daniel.

Mi teléfono vibró en mi blazer, devolviéndome a los pasillos del instituto. Detallé unos cuantos rostros pasajeros para reafirmar a mi conciencia que estaba en el instituto «o bueno, para decirme que debía aterrizar al mundo real de una vez por todas».




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