El Beso

Capítulo veinte

Colapso de amor

He perdido tres clases, lo cual me pone de más mal humor, y sé que la directora no me dejará ir sin dar explicaciones que para ella fueran coherentes.

—Deberás ir a detención junto a tus compañeros mañana por la tarde. Te daré un pase para que ingreses a lo que queda de esta clase y de pasada hazme el favor de llevarles a tus compañeros la misma instrucción, menos a Kristen, necesito hablar con ella.

—Está bien. —Tomé el post-it con su firma y autorización y salí de la oficina.

Había pasado tanto tiempo en este problema que ya estaba por salir de clases. «¿Cómo Kristen podía arruinar un día entero tan rápido?».

Definitivamente, este día venía cargado de amargura pura. Un tipo de días que ni en mis pesadillas había presenciado.

Por una parte, me sentía traicionada, enojada, con ganas de llorar por la rabia, aunque me contenía de hacerlo. No era el momento ni el lugar para desahogarse. Y, por otro lado, sentía dolor físico. Mi cara ardía, cada vez que relamía mis labios sentía ese asqueroso sabor metálico de sangre, el medio de mi labio estaba tan roto que cualquier tacto hacía que doliera como el demonio. Mi cabeza tenía un huevo delicado y una ligera jaqueca se apoderaba de mí cada cierto tiempo. Al sentarme sentía dolor en la espalda por el impacto contra el casillero, «eso seguro me dejará un gran moretón», pero por sobre todo el peso de las miradas viéndome pasar era lo peor.

Esos ojos chismosos se posaban en mi espalda como palomas con el pan. ¿Tan aburrida era su vida como para vivir del chisme de personas completamente extrañas a ellos?

Seguramente no me habían visto ni siquiera al pasar la asistencia en clase y ahora pensaban saber todo sobre mí.

Nuestra pelea de seguro saldría en el periódico escolar. «El chisme vende», dice la mayoría. Es cierto, todos comentan el café que tomo Kim Kardashian y votó a la basura con cara de asco. Lo único que faltaba era que me hubiesen fotografiado cuando Kristen me aventó contra el casillero, «tendría una rica cara de “me voy a morir de un infarto”». Típico rostro horrible que a todos nos sorprende ver en las caídas.

Me encontré a Andrea hablando con la profesora de italiano. Casi estaba por reventar de rabia mientras discutían. Ambas hablaban en italiano y cuando Andre decía algo en español, la profesora la fulminaba con la mirada apuntándole con el dedo, «como molestan los profesores de idiomas». Ni siquiera puedes ir al baño si no te sabes la palabra en su idioma.

Pasé rápidamente por su lado hasta la clase de Biología. Ese profesor tenía un magíster en hablar como turbo. De diez palabras entendías seis, de las cuales al menos tres eran lenguaje técnico científico y si no las recordabas, pues no hay más opciones. Todo mezclado con unos chistes malísimos, de vez en cuando un tanto machistas.

No lo odiaba, pero tampoco podía decir que ansiaba estar en su clase. La combinación de su forma de hablar, más mi genio, no combinaban muy bien el día de hoy.

Me quedé afuera esperando que el timbre sonara. Una clase más, una clase menos, qué va.

Nunca imaginé decir eso, pero todo lo de hoy ni siquiera habría pasado en las peores situaciones imaginables. No todos los días se recibe la paliza de tu vida como regalo de “tu mejor amiga”. Además, solo restaban 15 minutos de clase, ¿con qué objeto entraría? Lo más probable es que comenzara a arrojar comentario tras comentario, ansiando saber la historia completa de mi rostro, «si es que ya no la sabía», y se quejaría de las “brutales peleas de chicas”, que según él, son las más divertidas de ver.

«Divertida es tu abuela cuando te da un zarpazo».

Me quedé revisando mi Instagram. Apenas tenía tres fotos en mi perfil; una mía mirando por la ventana, otra mía enseñando mi largo cabello rizado mientras miraba hacia el lado de espaldas y una que tenía tres adjuntas. Kristen y yo en Starbucks, Andrea y yo riéndonos tiradas en el jardín del instituto y la última con Daniel, montada en su espalda, riéndome con los brazos extendidos en nuestro lugar. Un rincón del instituto bajo un enorme naranjo a la entrada. Definitivamente la mejor elección.

De foto de perfil me tenía a mí de espaldas con una chaqueta de mezclilla en la playa. «Cómo extraño la playa». Y sin biografía. Alguna vez debería subir fotos a mi Instagram, sería divertido. No se me dan muy bien las fotos, pero creo que podría soportar llenar mi galería 1 vez a las mil quinientas.

De repente el timbre de fin de clases sonó, haciendo que me levantara del suelo con rapidez. Vi a Daniel salir apresurado y lo detuve para entregarle el papel. Le expliqué todo rápido, porque no se notaba con muchas ganas de escuchar a alguien y se marchó.

Mi frustración creció al doble después de ese acto. «Maldito mundo».

—Adivina… —Un chico con manos tibias tapó mis ojos por detrás

—Mmm… déjame pensar. —Toqué sus dedos y subí por las muñecas, llegando a su cabello suave y ondulado. Hundí mis dedos en él y lo masajeé suavemente. «Qué haces, loca»—. Creo que es el “señor papeles”.




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