El Beso

Capítulo veinticinco

La nota de inicio

Cobarde, cobarde, ¡COBARDE! Esa es mi palabra de ahora en adelante. ¿Cómo puedo ser tan miedosa al enfrentarme a él? ¿Por qué no puedo ser directa como debería ser todo el mundo? En vez de tanto enrollo y problema, debería mirarlo a esos hermosos ojos penetrantes verdes; agarrar su mentón con mis manos, acercarme hasta su boca y decir: ¡ME GUSTAS CON MALDITA LOCURA!

De tan solo pensarlo, mi piel se erizó dándome escalofríos que recorren todo mi cuerpo. Recosté mi espalda sobre la puerta de mi casillero y me deslicé hasta caer sentada en el suelo, tomando mi cabello, jalando los pequeños tubos que se formaban en las puntas, haciendo que rebotaran como pequeños resortes.

De repente, el video de la directora Bellrose apareció por toda la escuela nuevamente.

—Queridos estudiantes, apoyemos a nuestro equipo deportivo, quien hoy da inicio al torneo por la copa Stowe. Recordemos el enorme prestigio de esta copa. Debemos darle todo nuestro ánimo al equipo para luego ir a las estatales. ¡VAMOS EQUIPO! —Las porristas salieron en grupo del salón, vestidas con sus uniformes haciendo piruetas.

Todos los presentes las aclamaban y gritaban el estribillo del himno del instituto junto con porras típicas del equipo.

Ryan Maclean se abrió paso con su séquito de amigos y detrás de ellos el resto del equipo. Todos aclamaban a los deportistas, pero yo me fijé solamente en el hombre que no celebraba demasiado, aunque caminaba junto a ellos, Ethan.

Cruzó su mirada conmigo por un segundo y se detuvo, quedando completamente estático, pero Ryan lo empujó nuevamente llevándoselo con la multitud.

Dejé que todo el bullicio se fuera también con la aglomeración. Saqué un libro de mi bolso y ahora sí me dispuse a terminarlo.

—¡NO! —exclamó Alfred sosteniendo la mano de la princesa—. ¡No te dejaré ir!

—Es lo mejor, Alfred. Nuestras vidas solo han sido cruzadas para vivir en una profunda agonía. —La princesa sube al borde del puente fijando sus ojos en el acantilado.

—¡No lo hagas, Marilyn! Hay otro camino. Podemos escaparnos y casarnos, ser felices olvidándonos del Rey y nuestros títulos. —La princesa volteó hacia su amado, dedicándole sus últimos segundos de vida.

—Siempre te amaré con locura Alfred, no lo olvides

—Espera... ¡NO! ¡MARIE!

Así, sin más, la vida de la princesa fue llevada hasta el fondo del acantilado, en donde su cuerpo reposaría entre rocas y agua, pero su alma viviría en el corazón de su amado. Conmemorando siempre la loca aventura que pudieron haber vivido...

FIN

—¿¡QUÉ?! —exclamé anonadada—. ¡MALDITO BRUCE STEIN, MALDITA MARIE, MALDITO ALFRED Y REY CÁRIGAN!

Esto es demasiado, ¡Maldito final! Quinientas páginas para que Marilyn se suicidara, ¿tiene sentido? ¡POR SUPUESTO! Pero no quiero que lo tenga, me resigno a la idea de otro libro de Bruce Stain en el que mate a todos los personajes posibles.

—¿Problemas con las letras? —«Genial, todo lo he dicho en voz alta». Ethan me observaba conteniendo la risa—. ¿Quemo el libro?

—Mejor quema a Bruce Stain —extendí el libro enseñándoselo. Abracé mis rodillas procesando todo lo que acaba de ocurrir...

—Corona de espinas rotas, interesante título, —Lo devolvió sentándose junto a mí en el suelo—, pero debes admitir que no puedes esperar nada alegre de un libro con una portada que lleva una mano enrollada con espinas y gotas de sangre negra.

Soy un cerdo que se ofrece a sí mismo para el matadero, a mí se me ocurre leer historias que me destruirán la estabilidad emocional.

—Debí detenerme con solo ver el nombre del autor, pero soy necia y totalmente masoquista. —Ethan vuelve a reír hojeando las primeras páginas del libro—. Adelante, dilo, "no puedes ponerte así por un tonto libro”.

—¿Quién dice esa estupidez?

—Todo el mundo —rodé los ojos.

—Pues, yo no soy todo el mundo —dice, deslizando la yema de sus dedos por la portada, analizando cada detalle—. He llorado con más libros de los que me gustaría admitir. No olvidemos las películas, Titanic en especial me deja por el suelo. —¿Titanic lo deja mal? Su respuesta me dejó sin palabras ¿Él es lector? ¿De esos que sienten todo como si fuesen ellos mismos los personajes? ¿De esos que lloran hasta las cuatro de la mañana porque no superan la muerte de su personaje favorito?

—¿Eres lector?

—Sentimental. —Cerró el libro devolviéndomelo—. Me gusta pensar que están vivos en la mente de los que leemos y del autor. Eso lo hace más real—. ¿Alguna razón para no amar a este hombre? No la encuentro.

—Me reconforta saber que no soy la única patética llorando por la muerte de mi crush literario a mitad de la noche. —Ambos reímos y dejamos reposar nuestras cabezas en los casilleros—. ¿Qué tal el partido?

—Como siempre, van empatados y el entrenador está furioso por eso. Las porras ya me aburrieron, pero no puedo negar que me gustó ver cómo derribaron a Mark, eso debió doler.

—¿Y por qué te fuiste? Después estarán como locos llamándote. — Fijé mis ojos en mis pies esperando su respuesta. Tomó una bocanada de aire y se acerca un poco más hacia mi




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