El Beso

Capítulo veintisiete

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—Papá, lo que sea que ella te haya dicho…

—Siéntate, Janabeth y no hables —ordenó apuntando el sofá con su dedo índice—. ¿Con quién estabas?

—Papá…

—¿Con quién?

—Deja que…

—Dime con quién, Janabeth —suspiré limpiando mis mejillas. Odiaba ver esa mirada en él, de decepción y rabia.

—Con Ethan Dalaras —dije apenada, agachando la cabeza.

—Lo que me faltaba —bufó dándome la espalda, caminando hacia una de las ventanas.

—Papá, no es lo que parece… ¿Puedo…?

—No, no puedes. Creí que había dejado claro que no podías relacionarte con Ethan Dalaras.

—Papá, es muy injusto —me animé limpiándome las mejillas. Volteó a verme con aquellos ojos fulminantes que tanto me atemorizaban. Ahora, además de desobedecerlo, lo estaba desafiando.

—¿Y en qué momento me pediste permiso para ir?

—N-no lo hice… Él vive muy cerca y pensé…

—Pensaste… Yo creo que no pensaste en nada, porque de lo contrario estarías más que segura de mis palabras. Obviamente…

—Obviamente, me hubieras prohibido ir —lo interrumpí—. Lo siento, papá, ¿okay? Estuvo mal, debí decirte. ¿Pero podrías pensar por un momento en mí, o cuando tú tenías mi edad? Te quejas de que no tengo amigos, que no los traigo a la casa para presentártelos, ¿pero te has preguntado si hay una razón externa a mí para que sea de esa forma? —No podía creer todas las palabras que habían salido de mi boca con un solo hilo de voz—. Te amo, pero deberías soltarme un poco más.

—¿Piensas que debería ser más permisivo?

—Sí. Aunque no sé cuánto aprovecharía ese beneficio, tampoco es que tenga muchas personas con quién salir. —Asintió mirando hacia abajo. Se veía arrepentido, aunque sabía que no lo reconocería tan fácilmente. Aclaré mi garganta e intenté lucir más relajada—. Bueno, puedo…

—No quiero que seas como los demás, Jane. Nunca lo he querido —dijo irguiendo su cabeza luciendo más seguro de lo que decía—. Yo a tu edad también fui un idiota y no estoy dispuesto a ver cómo caes en el mismo hoyo de estupidez. —Asentí intentando empatizar con él. Aunque no estaba de acuerdo con su forma de enfrentar los problemas, en el fondo, intenté comprender que él también podía equivocarse.

—Que tú hayas sido así no quiere decir que yo lo sea también —espeté limpiando mi mejilla—. Y me gustaría que desde ahora, antes de creer lo que te digan, intenta recordar primero quién soy y si esa clase de cosas es lo que yo te he demostrado ser. —Asintió dirigiéndose a su bar, junto a la sala de estar.

—Solo para que lo sepas… —dijo—. El objetivo de Kristen era convencerme de que te habías vuelto loca, básicamente. Que la atacaste en el instituto y estabas muy golpeada la otra noche, ya que habías obligado a los demás a defenderse. Pero lo que no sabía es que tengo mis fuentes para averiguar la verdad. —Fruncí el ceño, cruzándome de brazos—. Tiene una orden de alejamiento hacia ti, no puede acercarse a más de quince metros. Solo es cuestión de tiempo para que le quiten la beca.

—¿Tú hiciste eso?

—Cualquiera lo habría hecho, Jane, yo solo uso métodos legales para protegerte. Eso es todo lo que tenía que decir.

Asentí, impactada por su reacción y me apresuré a subir las escaleras directo a mi cuarto. Mi madre debería llegar pronto.

Con cada paso que daba, mi mente soltaba señales de querer correr a toda velocidad y gritar como nunca lo he hecho. Me encantaría subir a la copa de un árbol y soltar toda mi energía con un grito.

Necesitaba esa sensación de libertad, sin ataduras, ni rostros con forma de cadena; atándome al piso hirviendo que iba consumiéndome poco a poco.

¿Es normal sentirse así, consumida?

Asentí y subí las escaleras rápidamente hasta llegar a mi habitación.

Me lancé sobre la cama, cubriendo mi rostro con la almohada. Mordí un poco el cobertor y solté una lágrima liberando la frustración.

¿Por qué Kristen tenía que ser tan molesta? Si estaba tan enojada con nosotros, ¿por qué no dejarnos en paz? ¿Por qué no olvidarnos de todo lo que fuimos y ya?

¿Acaso es mejor torturarse todos los días con ese recuerdo? Generando ideas locas para molestar a los demás, o para vengarse.

¿Eso iba a hacer que se sintiera satisfecha con ella misma? No tengo ni la menor idea.

De repente, sentí mi puerta abrirse. Luz entró con un montón de ropa perfectamente planchada, dejándola sobre el borde de mi cama.

Se sentó a mi lado acariciando mi muslo con una ancha sonrisa mortificadora. Era increíble la capacidad que tenía para hacer feliz a los demás, a su lado me sentía segura de todo. Creo que hemos generado un lazo muy fuerte con el pasar del tiempo.

—¿Estás bien, Jane? —preguntó con delicadeza.

—Sí, Luz, no te preocupes. Solo fue un malentendido.

—No creo que lo de esa chica sea un malentendido. A mí me parece maldad, hija. —Sonreí al verla tan preocupada. Me gustaba que me dijera hija, solo mi mamá me lo decía. Para mi padre era una palabra especial y siempre me la ha dicho en momentos muy específicos de mi vida. Hasta es más factible para él llamarme “osito”, como cuando tenía cinco años, a decirme propiamente “hija”.




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