El Beso

Capítulo treinta

¿Qué somos?

Porristas…

Uniformes…

Porras…

El traje incómodo…

Cosas que pensé haber superado. Creí que esa etapa de mi vida había pasado, pero al final siempre ocurren cosas inesperadas, ¿cierto?

«Odio lo impredecible»

Ya olvidé lo que se sentía ser observada todo el tiempo, aprender rutinas, entrenar diario, preocuparse de la imagen personal más de lo que acostumbro… No, no lo extrañaba en lo absoluto.

Han pasado años y todo ha cambiado. Incluso no sé si me veré bien en un traje de porrista. Ser animadora a los doce es muy diferente a serlo a los diecisiete.

Las miradas son juiciosas, las personas ahora observan más que nunca y toda la escuela se sometía a una metodología de exámenes más agresiva por el premio de la “beca de estudios francesa”.

No sé cómo nuestros cerebros no han explotado todavía.

De repente, noté que todos los ojos de la clase se posaban en mí, incluyendo los del profesor. Me alerté dejando de pensar en mis ridiculeces, e intenté adaptarme a lo que estaban explicando…

—¿Jane, podrías repetir el fragmento que estábamos analizando?

—Sí, claro —contesté intentando ganar tiempo respirando un par de veces.

Escaneé con mis ojos el pizarrón, hasta que en la pantalla dé al lado vi un texto subrayado… «Si ese no es, será un lindo pasaje gratis a una llamada de atención».

—“Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar. `Ya entendí´, dijo la rosa. `No lo entiendas, vívelo´, agregó el principito”.

Terminé nerviosa bajando la mirada a mi cuaderno, esperando la queja de mi profesor. Para mi sorpresa, no lo hizo, en cambio, asintió conforme y continuó proyectando otro texto en una pantalla diferente.

Boté todo el aire que tenía contenido, aliviada.

—Por último, me gustaría agregar una pequeña tarea para la próxima clase. Quiero un análisis completo de esta obra o algún otro clásico que les guste. Ya saben cómo hacerlos para que puedan ser al menos aceptables para mí. Quiero todos los informes impresos, encima de mi escritorio mañana. Busquen pareja.

Oh, no.

Buscar pareja era un problema serio en clases. Kristen ya no era una opción, claramente. Y no conocía a nadie más para hacer el trabajo.

No quería ser la odiosa estudiante que preguntaba: ¿Puede ser individual?

—Hey… —saludó un chico, haciendo que levantara mi vista del papel—. ¿Ya tienes pareja? —No había notado nunca que Ryan Maclean estaba en esta clase, ¿por qué nunca lo hice?

—Hola, Ryan. No sabía que estabas en esta clase.

—Bueno, no es que participe mucho en las actividades. —El chico de enfrente salió de su asiento y Ryan lo tomó—. ¿Y… tienes pareja?

—No, estaba pensando con quién podría…

—Podríamos ser juntos. Creo que trabajaríamos bien y bueno… las risas no faltarían.

Lo miré detenidamente, meditando su opción.

No estaría mal intentarlo, aunque no es algo que me dé seguridad. Como no tenía otra alternativa, asentí con la cabeza.

—Genial… ¿Nos vemos en tu casa, hoy?

—Sí, creo…

Asintió felizmente y nos despedimos para salir al descanso.

Salí del salón con todas mis cosas en la mano. Lo sé, tuve el tiempo suficiente para poder ordenar todo, pero es más fácil complicarse la vida llevando todo desordenado hasta los casilleros.

De la nada, alguien me elevó con sus brazos, matándome del susto.

Je t'ai fait peur, princesse? —dijo Ethan con una melosa voz gruesa, haciendo que me estremeciera.

Oh... M.souhaite fliltrer en français? —contesté sonriente. Ethan posó su barbilla en mi cabeza, con ambos brazos sobre mis hombros.

—¿Sabes lo sexi que es cuando coqueteas en francés?

Reí mientras abría mi casillero. Al dejar el último libro, Ethan me volteó con sus manos y las apoyó contra el casillero.

—¿No quieres que me escape acaso? —bromeé mirando sus brazos a cada lado de mi cuello.

—Nop —sonrió maliciosamente y me guiñó un ojo.

«Paciencia de los mil santos, ayúdenme en esta misión».

—Tengo hambre —solté una excusa—. ¿Qué tal si vamos a la cafetería?

Negó con la cabeza bajando sus ojos a mis labios. Estampé un beso corto en su mejilla, molestándolo. Arrugó las cejas, haciéndome reír, hasta que finalmente cedí y lo besé de verdad.

—¿Ya estás, niño consentido?

—Ahora sí, madame.

Tomó mi mano después de cerrar el casillero y ambos nos dirigimos a la cafetería.

«Parecíamos una pareja... una pareja de verdad... ¿En qué momento pasó todo esto?».




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.