El Beso

Capítulo treinta y dos

Soy tu peor pesadilla

—¡Ay, Ethan, ayúdame! —exclamé con desespero—. ¡La cremallera está rasguñando mi piel!

Al parecer Ethan no podía oírme, estaba demasiado concentrado en hacerme cosquillas con sus dedos en mi estómago que cualquier súplica para que se detuviera sería en vano.

—¡Ethan, ya… ya…! —intenté decir, cuidando que la risa no resultara por ahogarme.

—Okay, te ayudo —dijo soltándome, al fin. Me acomodé hacia un lado de mi cuerpo, dejando la piel rasguñada al descubierto en la parte baja de mi espalda. Sentí la cremallera bajar mientras recuperaba el aliento y poco a poco volteé a mi pose original, mirando a Ethan fijamente sin lograr enfocar mi visión con claridad—. ¿Ya estás mejor?

—Si un “sí” como respuesta va a ser un incentivo para que continúes torturándome, entonces no.

—¿Me crees un ser malvado y despreciable, Janabeth Kollins? —enmarcó una ceja y frunció el ceño. «Don “ceja seria”»

—Sí, bastante malvado, despreciable y perverso. —Saqué la lengua como una niña pequeña, haciéndolo reír.

—¿Ah, sí? —estampó un beso corto en mi boca y volvió a mirarme con ojos desafiantes—. ¿Sigo siendo igual de perverso?

—Cada vez más perverso —ironicé.

Chasqueó los dientes y se levantó de la cama. Caminó hacia la ventana, fingiendo que debía acomodarse la camisa del instituto. Sacudió los botones que recorrían una línea vertical hasta el segundo tercio de su torso y comenzó a abotonarlos uno a uno lentamente frente al espejo. Cada botón era medio centímetro más en mi “línea de autocontrol mental” al abismo. Sí, así de dramática puedo llegar a ser, pero para mi fortuna estas son cosas que no sabrá nadie más que yo misma dentro de mi cabeza loca y bastante creativa.

—No tienes idea cuál es mi lado perverso —susurró.

¿Qué significaba eso, Ethan Dalaras?

—¿Qué dijiste?

—Nada —carraspeó la garganta. «Ahora yo era la “doña ceja seria”»—. ¿Qué?

—Siempre que dices “nada” estás mintiendo —bufó—. Así que más te vale hablar, señorito.

—Cuando digo “nada” significa eso, “nada”.

—Está bien —finalicé.

Me levanté en dirección a mi armario para hacer cualquier cosa menos algo coherente con la única intención de provocarlo.

—¿Qué buscas? —preguntó regresando a la cama.

—Nada —respondí, volteando a mirarlo de forma pícara.

Ethan suspiró y repitió la pregunta:

—Ya en serio, ¿qué buscas? Quizás puedo ayudarte.

—Nada, no te preocupes. Créeme que cuando digo “nada” es porqu…

Ethan, alzándome en sus brazos, me llevó a la cama nuevamente, rozando mi abdomen como una amenaza de cosquillas ultra desesperantes si no hacía lo que él decía. No hacían falta palabras para notar sus intenciones de niño consentido mientras agitaba sus dedos sobre mi piel.

—Yo también tengo métodos para convencerte —dije, fingiendo inmunidad—. Unos que, por supuesto, no usaré en este momento, pero son bastante persuasivos.

—¿Sí?

—Por supuesto.

—Quiero que lo intentes.

—No te daré el gusto, ya me negaste algo y no tengo por qué darte ese beneficio si no me lo has dado primero.

—Ahh… —suspiró—. ¿Sabes que a veces desafías mi paciencia?

—Lo sé y me encanta hacerlo. —Sonrió y agitó la cabeza hacia los lados.

Volvió a besarme en los labios, esta vez más profundo, y recostó su antebrazo al costado de mi cabeza. Sentí la tela de su pantalón de uniforme, rozar las mías desnudas y la mitad de su peso corporal apoyarse sobre mí. Su cabeza descansaba pensativa sobre sus nudillos y mientras tanto observaba un mechón de mi cabello que recorría la mayoría de mi cuello, descendía por la clavícula y finalizaba con en espiral sobre el segundo tercio de mi torso. Con su mano libre, Ethan envolvió su dedo índice en la espiral suave hasta llegar a la altura de mi busto. Lo soltó y repitió la misma acción unas veces más. Solté un suspiro.

¿Cómo podía ser tan lindo, juguetón y cariñoso al mismo tiempo?

Ethan era ese tipo de chico que siempre te logrará sorprender. ¿Cómo lo hace? No tengo idea.

Lo único que sé es que esta vista era completamente irreal hace unos meses. Quién lo diría; Ethan y Jane recostados sobre una misma cama mirándose el uno al otro, fingiendo por unos segundos que no existe nada más en el mundo.

Muchas veces me he preguntado; ¿Qué hacía Ethan en el pasado para que lo viera como algo inalcanzable?  ¿Qué hacía yo para considerarlo inalcanzable? ¿Por qué nunca pensé que él podría enamorarse de mí?

Creo que muchas personas pensamos de esa manera.

Quizás las razones que tenía para considerarlo inalcanzable no fueron las correctas, quizás los pensamientos poco positivos que me hicieron desconfiar de su amor no debieron aparecer en nuestra historia… Pero solo agradezco que hayamos sido lo suficientemente inesperados como para disfrutar con cada momento, cada caricia, cada palabra. Aquellos detalles que hoy me hacen sentir única y que, al fin y al cabo, hicieron que hoy sienta que todo valió la pena.




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