La corrección hace mucho, pero la valentía hace más - Goethe
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Hana.
Abro mis ojos con brusquedad sintiendo a mi cabeza martillar del dolor, lo primero que visualizo es el techo de la habitación algo desconcertada, estiro mis manos sintiendo la suavidad de la cama al mismo tiempo una fuente de calor corporal a mi lado.
— ¡Qué demonios! — exclamo alejándome del desconocido.
Lo primero que hago es verificar si llevo ropa debajo de las sabanas y para mi alivio aún conservo la ropa de ayer. No recuerdo nada, absolutamente nada de lo que sucedió anoche, apenas sé que fui al club en busca de Edgar al mismo tiempo que una mesera me ofrece una bebida después de eso no hay más nada en mi memoria.
Me levanto en busca de mis pertenecías, sin hacer ruido recojo mis zapatos y con cuidado camino hasta la puerta.
— ¿Tan rápido te vas?
Esa voz.
Me paralizo con mis manos en el pomo de la puerta antes de que pueda abrirla, escucho sus pasos acercándose a mí. Me toma de la mano alejándome de mi única forma de escape. Me obliga a observarlo. Es el mismo tipo que me salvo aquella noche.
— ¿Tan mala desagradecida eres? — sus palabras me desconciertan.
— No entiendo — conteste nerviosa.
Maldito nervios.
— ¿No recuerdas nada? — niego.
Suelta mi mano dándome la espalda, despeina su cabello como si estuviera frustrado.
— ¿Qué sucedió anoche?
— Es mejor que no lo sepas.
Necesito saber, tengo muchas preguntas en mi cabeza que no me dejan en paz y entre ellas ¿Qué hago con él en la misma habitación y sobre todo en la misma cama? Siento que me desmayare.
— ¿Dónde estamos?
— En mi habitación — responde revisando su armario.
— ¿Cómo es eso posible? — no contesta y eso me desespera — ¡Dime! — exijo agarrando su brazo.
— Estas empezando a molestarme — musita entre dientes y con miedo suelto su brazo.
Dejo de cuestionar cuando recuerdo aquel incidente en el callejón y el arma que portaba, a la misma vez que un ambiente incómodo acompañado de un silencio abrumador nos invade, observo su ancha espalda en donde tiene plasmado una gran figura de un dragón en llamas, por extraña razón siento la necesidad de tocar su tatuaje.
Se adentra a una puerta que hay en la habitación, debe ser el baño, sin saber que hacer o decir tomo mis zapatos y abro la puerta encontrándome un largo pasillo. A medida que avanzo hasta llegar a las escaleras una señora de edad me observa extrañada, aprieto mis zapatos a mi pecho algo intimidada y nerviosa cuando sus ojos me escanean sin escrúpulos algunos.
— ¿Quién eres tú? — cuestiona.
— Yo... ya me voy — sonrío bajando las escaleras a toda prisa.
Maldición esto no era lo que tenia planeado anoche, ¿Cómo es posible que mi objetivo por encontrar a Edgar haya terminado en esto? Estúpido trago. Cuando abro la puerta principal dos guardias en ella me dan la bienvenida.
Uno de ellos me mira como si quisiera matarme y el otro solo se limita a sonreír, la señora se acerca a nosotros y me toma del hombro alejándome de ellos a lo que no esperan en cerrar la puerta.
Nos dirigimos hasta la cocina en donde me pide que me siente en la pequeña mesa que adorna en medio del lugar, mientras ella me sonríe gentilmente.
— No estés nerviosa — masculla entregándome una taza de café.
— Grácias.
— ¿De dónde conoces a Andrew? — pregunta preparando unos huevos revueltos.
¿Andrew?
Ella voltea a verme cuando me quedo sin palabras al no encontrar un motivo en responderle, ¿Quién es Andrew? Entonces observo como su mirada se centra en algo detrás de mí, volteo a ver y entonces lo veo. Su intimidante postura se haya en el marco de la puerta estudiándome por completo.
La señora lo saluda muy formal y el entonces ingresa en dirección a la nevera, se ha cambiado de ropa por una deportiva.
— Buenos días Nana — saluda sacando una bebida energética.
La señora le sonríe con dulzura entregándome el plato con los huevos revuelto.
— ¿Vas a desayunar?
— Lo haré después de entrenar — responde.
Realmente me siento incomoda en medio de esta conversación que no me incumbe, necesito regresar a casa, pelusa debe estar esperando por mí; me levanto sin decir nada y antes de salir la voz de ella me detiene.
— ¿No desayunaras?
— Lo lamento, debo volver a casa cuanto ántes.
Me disculpo apenada por despreciar su plato y lo observo a él, quien frunce su ceño antes de dejar la bebida en el mesón con fuerza.
— Come y luego te retiras — sentencia.
¿Acaso está ordenándome?
— He dicho que tengo que retirarme — musito.
Cosa que el empieza acercarse hasta dejarme acorralada en medio de la pared y su cuerpo, toma mi muñeca obligándome a sentar en la mesa frente al plato, su nana lo mira con desaprobación.